El planteamiento jurídico de Sortu (unos estatutos impecables) era bueno, pero la puesta en escena lo ha estropeado: desde hace dos meses sucedía que en cada episodio se veía demasiado la mano del diseñador. Si quiere ganar el partido necesita un poco más de soltura y capacidad para salirse del guión.
El Tribunal Supremo se ha pronunciado por mayoría aplastante; y salvo para aquellos que tienen siempre a mano y a su favor una explicación conspirativa de la historia y que hablan ahora de ‘decisión política’, ‘contaminada’ o ‘ideologizada’, lo cierto es que su pronunciamiento era más que previsible después del planteamiento y desarrollo del corto proceso judicial seguido en este caso.
En el fondo, la decisión del litigio dependía sobre todo del enfoque que prevaleciera para describir lo que se discutía, es decir, de la habilidad de las partes para imponerle al tribunal su respectiva forma de ‘contar’ el problema en juego. Sortu describía la cuestión como una de legalidad estricta: lo que hay que ver es si nuestro proyecto político cumple con los requisitos jurídicos mínimos para ser legalmente admisible, porque si los cumple nos ampara la presunción de constitucionalidad. El Estado la describía, en cambio, como una cuestión de credibilidad: no se trata de la letra del proyecto que presentan, decía, sino de que esas personas no son creíbles cuando lo presentan, nos están intentando engañar (fraude de ley).
La táctica procesal de Sortu ha sido congruente con su enfoque del caso: no queremos vista pública, prueba oral ni alegaciones, porque para resolver este caso basta con el examen de los estatutos presentados y la aplicación de la norma jurídica, venía a decir: los hechos contextuales no son relevantes. Era una táctica muy arriesgada, porque si el tribunal adoptaba el enfoque del Estado y se centraba en la credibilidad de las personas, entonces su propia conducta hablaba en su contra: quien quiere que le crean está deseando tener ocasiones para convencer al público, quien no quiere hablar tiene algo que ocultar.
El abogado del Estado fue especialmente hábil y convincente para llevar la cuestión al terreno de la credibilidad. «Son los mismos de siempre y no han cambiado más que de manera táctica o cosmética». Por varias razones: primero, porque su discurso es tan medido, tan avaro, tan tacaño en su rechazo de la violencia que denota que está calculado. Segundo, porque la evolución e inflexión de la izquierda abertzale que se nos presenta es demasiado perfecta para ser real; no es creíble que un viraje como ese, una inversión del rumbo desde apoyar a la violencia a rechazarla, se efectúe con una unanimidad total, sin disensiones, sin fracciones, sin una palabra de crítica de ETA. Esto es ‘unanimidad a la búlgara’: ‘Res ipsa loquitur’, la realidad habla por sí misma.
A partir de este momento, la propuesta procesal de Sortu no podía ya ignorar el flanco de la credibilidad, tenía que taponar las vías de agua que le habían abierto. Por eso terminaba diciendo «fíense de nosotros», consciente de en qué terreno se estaba jugando el partido al final. Pero, según parece, ahí topaba con sus propios límites, puesto que no fue capaz de ampliar su rechazo global a la violencia mediante manifestaciones más contundentes y claras sobre ETA y su pasado. Con lo que caía en la contradicción entre lo que pedía («confíen en nosotros») y las señales que emitía («pero no les doy más pruebas de mi veracidad porque no puedo»).
Tampoco fue buena idea, creo, recurrir a argumentos pragmáticos para apuntalar su sinceridad: «Es mejor para ustedes creernos y legalizarnos, porque así se avanza en la erradicación de la violencia». Dejando de lado que el argumento es reversible, su mismo planteamiento denota falta de sinceridad en el proponente: lo que los jueces querían es ser convencidos personalmente mediante hechos, no que se les dijera lo que les convenía creer. Ya piensan ellos solos.
Una valoración puramente objetiva arrojaría entonces una conclusión provisional: el planteamiento jurídico (unos estatutos impecables) era bueno, pero la puesta en escena lo ha estropeado: desde hace dos meses sucedía lo mismo, que en cada episodio siempre se veía demasiado la mano del diseñador. Cuanto mejor era el argumento, más envarado sonaba.
Ahora queda el recurso al Tribunal Constitucional que, por su propia naturaleza y composición, es más proclive a un enfoque predominantemente legalista de la cuestión implicada. Vale, pero además no le vendría mal a Sortu un poco más de soltura y capacidad para salirse del guión si quiere ganar el partido. El movimiento se demuestra andando, la autonomía personal se demuestra yendo más allá de lo pautado y siendo capaz de improvisar fuera de guión. ¡Atrévanse!
José María Ruiz Soroa, EL DIARIO VASCO, 25/3/2011