IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

Según se expandía el impacto social y económico de la pandemia y, sobre todo, según se ampliaba su duración, la cuestión del teletrabajo ha adquirido una importancia creciente y de ahí la necesidad actual de regularla adecuadamente. Vaya por delante que cuando se concita a su alrededor el apoyo del Gobierno, los empresarios y los sindicatos, como es el caso, poco más hay que añadir. Si los que prestan el teletrabajo y quienes lo pagan están de acuerdo, y si el Gobierno firma debajo, será que es bueno, además de conveniente. Máxime cuando la ministra de Trabajo, en plan discreto y modesto, dijo ayer que la nueva norma nos coloca a la cabeza del mundo. Nada menos… Ya sabe que aquí somos generosos con las hipérboles, que manejamos con una gran soltura.

Pero, aunque demos por buena su regulación concreta, hay ciertos aspectos que me parecen delicados y ante los que soy moderadamente receloso. Es evidente que, puestos a enfrentarnos a las limitaciones de los movimientos personales y a la inconveniencia de reunir a grupos numerosos de empleados en fábricas y oficinas, el teletrabajo ha conseguido evitar muchos cierres, ha habilitado la continuidad de muchas actividades y ha facilitado la conciliación familiar dentro de un curso escolar anómalo y muy exigente para los padres.

Y parece claro que, ejercido con el debido control y la mesura adecuada, tiene ventajas indudables: elimina desplazamientos, muchas veces innecesarios, y se reducen emisiones nocivas; evita tiempos perdidos en traslados y deja más tiempo libre para la vida personal, etc,. Pero veo también muchos peligros si se descontrola su utilización. Es evidente que su buen funcionamiento exige un elevado nivel de responsabilidad personal, en especial si se priorizan los derechos a la intimidad frente al control personal de la actividad. Y esa es una virtud que no figura entre las más destacadas de nuestro carácter nacional. Y, luego, ¿cómo se mantienen vivos y activos los equipos en aquellos trabajos en los que se funciona con ellos? ¿Cómo se transmite la cultura de la empresa? ¿Cómo se entusiasma a la gente con las nuevas estrategias? ¿Se puede hacer todo eso a distancia y sin contacto personal? Lo dudo.

Me sorprende también que los sindicatos acojan con tanto entusiasmo una idea que incrementa la flexibilidad en la prestación laboral, algo de lo que siempre han abominado. Y me preocupa que nadie sea muy consciente de que cuanto más se aleja el trabajo de la empresa, más se acerca a la subcontratación. Y puestos a subcontratar, ¿dónde están sus límites geográficos?