TONIA ETXARRI-EL CORREO

Con estas diecisiete formas de celebrar las Navidades en plena sexta ola de covid, estamos aprendiendo muchas cosas. Que para afrontar esta crisis tenemos que buscarnos la vida (y nunca mejor dicho) desde nuestra responsabilidad individual para evitar decepciones. ‘Papá Estado’ no nos resuelve los problemas que a veces nos provoca él mismo por su manifiesta ineficacia. En la salud y en la economía. Que el gobierno de La Moncloa, tan propenso a intervenir en nuestras costumbres cotidianas, nos ha dejado a los pies de las vacunas sin otros planes más concretos que evitar aglomeraciones. Ya hemos visto que el presidente se inhibe porque no quiere asumir el mínimo desgaste. Que ya le desautorizó el Tribunal Constitucional con dos estados de alarma y el cierre del Congreso y no quiere ni una ráfaga de viento en contra.

Cuando la situación es tan endemoniadamente complicada lo menos que se espera de los políticos a los que votamos es que admitan la realidad, sus deficiencias y errores y no nos mientan. En estos días navideños , en plena pandemia, las comparaciones entre discursos han sido inevitables. La autosuficiencia de Sánchez frente al pesimismo de Urkullu. La actitud del presidente, tan osada diciendo que el covid había acelerado la modernización de España, sin reconocer que somos el país más rezagado de la Unión Europea en la recuperación del nivel de la prepandemia, luciendo solapas repletas de medallas que él mismo se va colgando, que acabó el año indignando a propios y extraños desde su atalaya televisiva.

Puestos a comparar, se llegaba a entender la ‘depre’ de Urkullu en su comparecencia ante los medios. Porque al lehendakari se le vio desbordado. Con sensación de fracaso aunque no llegara al fondo de la cuestión. La oposición en el Parlamento vasco le ve «sobrepasado». Pero que haya formulado cierta autocrítica, le honra. Comparado con Sánchez, es el mal menor. Pero le toca asumir responsabilidades. No se puede recrear en la excusa de que ha explicado mal las cosas. La falta de liderazgo es el mal que aqueja a este país quizás con la excepción de la comunidad de Madrid que gobierna Díaz Ayuso. Y hay déficit de liderazgo porque prevalece el miedo a equivocarse. Los gobernantes prefieren la inacción al riesgo.

Si Pedro Sánchez se resiste a aceptar una ley de pandemia, pese a que la prometió la vicepresidenta cesada Carmen Calvo, es porque esa reclamación se ha quedado como principal bandera del PP.

Sánchez, el presidente del país de las mil maravillas, no admite que la economía española se hundió durante la mala gestión del covid. Como tampoco admite que estemos en el furgón de cola de la recuperación. Pero no quiere contrastar ideas. Sólo monólogos y preguntas amables. Al fin y al cabo gobierna un país en donde «hemos vacunado a todo el mundo sin preguntar a quién votan». Parecen las reflexiones de un mandatario bolivariano, pero son suyas. La semana pasada sólo admitió preguntas de seis medios de los cincuenta presentes en la sala dejando en evidencia su concepto sobre la libertad de preguntar y abochornando a la prensa que no reaccionó protestando por estas cortapisas a la libertad de expresión. Son tics preocupantes que nos transportan a épocas felizmente superadas. O eso parecía. Entre los deseos del nuevo año tendría que figurar en el frontispicio de nuestras redacciones «que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena». Quizás en este 2022 necesitemos recuperar la letra de Joaquín Sabina. Sería un mal síntoma.