IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • El debate público ha sido tomado por la hipérbole en esta época desquiciada

Es la última ocurrencia del antivacunismo militante: comparar la implantación del pasaporte covid con las leyes del régimen nazi, llamar dictaduras totalitarias a las comunidades autónomas que lo han adoptado y andar poniéndoles bigotitos recortados a sus presidentes en los memes y fakes de las redes sociales. Recibo un whatsapp en el que al actual lehendakari le llaman führer y le han puesto una tirita canosa entre la boca y las fosas nasales que le asemeja más a Revilla que a Hitler y que sólo responde a una época desquiciada en la que el debate público ha sido tomado por la hipérbole.

Y es que a uno ese certificado sanitario le puede parecer una medida discutible, viniendo de unos gobiernos que se mueven entre la total flexibilidad y la máxima rigidez de forma simultánea; de los toques de queda a las familias y los cierres hosteleros a la inhibición permisiva ante las concentraciones multitudinarias en los partidos de fútbol, los conciertos de rock y las manifas con asalto incluido a los comercios de televisores de plasma. A uno le pueden resultar cuestionables las precauciones histéricas a toro pasado; las leyes y controles que la clase política no se aplica a sí misma; las repentinas campañas que, ante una mutación vírica que está presentando unos mínimos índices de mortalidad, tratan de inocular en la población un pavor que estuvo ausente cuando los muertos se contaban por centenares; el ultranormativismo prohibicionista que carga sobre los ciudadanos particulares unas tareas de vigilancia y de delación del otro que lesionan la convivencia y a las que, por otra parte, no se atreven los propios representantes del Estado. Pero de ahí a hablar de nazismos va un trecho largo que también se acorta demagógicamente cuando, desde el otro lado, se llama «negacionista» a quien pone objeciones a las vacunas.

‘Negacionismo’ es un término que hasta hace poco sólo se usaba para definir a quienes niegan la barbarie antisemita del Tercer Reich. La banalización del negacionismo, o sea, la aplicación de ese término a quienes cuestionan la eficacia de las vacunas o la tesis del cambio climático no conduce más que a la banalización del propio Holocausto y a su negación como efecto paradójico.

No. Urkullu no es un nazi. Es el clásico político español de esta época que trata de remediar con medidas extraordinarias los males que ha producido su afán de bienqueda con quien cree que le puede dar problemas: la tele-borroka aficionada al plasma audiovisual, la peña rockera o la hinchada futbolera. La verdad es que resulta sangrante que le acusen de nazismo quienes jamás usaron esa palabra para el racismo sabiniano ni para el Arzalluz que hablaba del RH negativo.