Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

El presidente Sánchez ha estado de gira por varios países de la Unión: empezó por Holanda, la etapa reina de la ronda; para seguir por Alemania, una etapa llana; continuar por Suecia, etapa rompepiernas; y terminar en París, como debe ser en cualquier Tour que se precie, en donde no hay ataques, pues es el pacto tácito siempre cumplido. Un Tour completo y muy instructivo. Ha aprendido que los deseos no siempre se cumplen y que el choque contra la realidad es muy duro, cuando se calculan mal las fuerzas y se olvidan las evidencias.

Es cierto que, en Europa, todo el mundo es consciente de que el Pacto de Estabilidad está mucho más muerto que vivo y que sus restricciones -deuda pública por debajo del 60% del PIB y déficit menor que el 3%, por ejemplo-, están muy lejos de poder ser cumplidas por una inmensa mayoría de los países miembros. De hecho 12 de los 19 países del euro ya no lo cumplen. Fue impuesto por Alemania -entonces pertenecía al grupo de los ‘halcones’- y su objetivo era dar solidez al euro y evitar que las veleidades nacionales del gasto produjesen fluctuaciones excesivas a la moneda única. Pero empezó mal, pues fue la propia Alemania, seguida de Francia, quienes inauguraron los incumplimientos, que después no han cesado.

Pero una cosa es eso y otra muy distinta es que los 750.000 millones que se van a repartir para luchar contra la crisis se hagan en forma de subvenciones y sin condiciones de uso. En el Tour ha aprendido que eso no será así. Hay quien no quiere que haya subvenciones y que exige que todo adopte la figura del crédito; y hay quien se niega a que el dinero se entregue sin saber para qué se va a usar.

Y esto no es cuestión de ideología – el primer ministro sueco, Stefan Löfven es socialdemócrata como él (¿?)-, es la aplicación lógica del sentido común. ¿Tiene sentido que pidamos dinero, por ejemplo, para subir las pensiones a países que no garantizan la revalorización de las percibidas por sus propios ciudadanos? La Europa frugal no se fía de la Europa necesitada. No por la maldad intrínseca del calvinismo, sino porque no hemos cumplido en el pasado y no damos garantías suficientes de cumplimiento para el futuro.

Pedro Sánchez ya se ha dado cuenta de ello y ayer admitió que tendrá que modificar sus pretensiones si quiere alcanzar algún acuerdo. Es decir, ya solo queda el escollo de Pablo Iglesias. ¿Hará como Varoufakis y se irá montado en moto a salvaguardar sus principios o hará como Tsipras y tragará todo lo que sea necesario para mantener los dos sueldos de ministro que entran al mes en el chalet de Galapagar? Una excelente pregunta que hoy no es posible contestar. Pero la tendrá que contestar pronto.