Juan Carlos Viloria-El Correo

Acaparan voto en momentos de confusión y lo pierden con la misma rapidez

Dos de los excompañeros de Pablo Iglesias purgados en su vertiginoso viaje al poder, Errejón y Espinar, coinciden en que la causa del derrumbe de Unidas Podemos en Galicia y el País Vasco ha sido el personalismo del líder y el control con puño de hierro del partido. Como crítica política tiene escaso valor porque ambos respiran por la herida y se centran en el ataque personal al líder que les fulminó. Ninguno ha entrado a valorar la trayectoria en estos meses de Gobierno de Pablo Iglesias e Irene Montero, que es donde puede estar la clave.

El colapso de la sigla en Galicia, con una caída de 16 escaños a cero, casi inédita en la vida política española, coincide con el insistente mensaje de Pablo Iglesias asegurando que la sociedad quiere un debate sobre la utilidad de la monarquía. Los votantes gallegos, al contrario, parecen haber pensado que lo que realmente no era útil era Podemos. No es casual que el ariete contra la monarquía democrática y constitucional, una de las pocas instituciones que simbolizan la unidad de la nación y la imagen hacia el exterior de un país moderno que aprecia sus tradiciones, haya desaparecido del Parlamento gallego. Si a este tipo de mensajes desestabilizadores añadimos sus ataques a Amancio Ortega, el empresario que más puestos de trabajo crea en España y en especial en Galicia, se puede ir entendiendo la fuga de los votantes gallegos a otras latitudes.

A Podemos no le ha salvado ni la estrategia de culpar a las cloacas, ni su campaña para atacar a la monarquía parlamentaria, ni sus coqueteos con el nacionalismo gallego. Al contrario. El batacazo en las urnas coincide con su ofensiva contra la jefatura del Estado. Los síntomas apuntan a que Podemos también pertenece a la clase de los partidos burbuja que pueden llegar a captar mucho voto en momentos de confusión, crisis y desencanto, pero que los pierden con la misma facilidad. Ciudadanos fue el primer caso clínico que entró en la UCI aunque antes enterró a UPyD. Ahora le ha tocado a Podemos. Y Vox puede seguir por el mismo camino.

El partido de Abascal está viviendo un momento dulce e incluso ha logrado colocar a una diputada en el Parlamento vasco. Pero en la medida que gana espacio político hipoteca para muchos años una alternativa de centro derecha al social-populismo de Sánchez e Iglesias. La gran satisfacción por ese éxito puntual se oscurece al constatar que Vox obtuvo casi 9.000 votos en Vizcaya sin lograr escaño mientras a PP+Cs le faltan un centenar para alcanzar el segundo parlamentario. Vox corre el peligro de convertirse en una burbuja de agraviados, dolidos, cabreados, que acaben viendo el partido como un fin en sí mismo para reforzar su identidad política más radical mientras gobierna tranquilamente Sánchez y su geometría variable.