A LOS lectores de EL MUNDO les habrá producido indignación y tristeza la decisión del socialismo navarro de pactar con los de Arnaldo Otegi la constitución de la Mesa del Parlamento autonómico, preludio del acuerdo de María Chivite con el nacionalismo vasquista y la izquierda abertzale para gobernar la Comunidad Foral; pero al menos ellos no podrán decir que les haya cogido por sorpresa. Este diario venía advirtiendo desde hace semanas de que el sanchismo, que se aupó a La Moncloa merced a los votos del separatismo en una moción de censura, repetiría tan inescrupulosa fórmula de alianzas con tal de mantenerse en el poder. Y eso exactamente es lo que se materializó ayer en Navarra, como exigía la marca navarra del PNV, cuyos votos necesita Sánchez para seguir siendo presidente. En el órgano de gobierno de la Cámara ya figura un miembro de Bildu que asegure convenientemente al PSN de Chivite el poder foral; una abstención carísima para la causa del constitucionalismo y la memoria de las víctimas de ETA.
Sánchez tenía en Navarra la oportunidad de acreditar la sinceridad de su deseo de moderación tras su victoria electoral. Permitiendo gobernar a Navarra Suma, que casi dobla en escaños al PSN, el presidente en funciones habría probado que su sociedad Frankenstein –por citar a Rubalcaba– con el populismo y el independentismo fue circunstancial, circunscrita a la moción de censura, y no estratégica. Pero después del día de ayer, la presión de Moncloa sobre Cs o el PP para merecer su abstención en la investidura pierde toda credibilidad. Y vuelve a demostrarse que Sánchez no tiene un proyecto constitucionalista para el mañana de España: Sánchez tiene un proyecto para el día a día de Sánchez. Al precio, incluso, de blanquear a Batasuna. Que Unai Hualde, presidente de Geroa Bai del nuevo Parlamento, pronunciara su discurso íntegramente en euskera –con abierto desprecio de la lengua hablada por la abrumadora mayoría de los navarros, que es el español– anuncia ya el programa de euskaldunización al que queda abocada Navarra con la connivencia del socialismo.
Había dos alternativas más decentes para la investidura de Sánchez. Podía haber atendido la oferta generosa de Javier Esparza, que solo pedía constitucionalismo en Navarra a cambio de sus escaños en Madrid. Y podía haber formulado una propuesta programática a Rivera que le emplazara al entendimiento por el bien del país. Pero ha elegido la peor vía para volver a ser presidente: la colaboración del separatismo sumada a la de Podemos. Sánchez se quita la careta centrista y encara una legislatura presidida por la polarización ideológica y el cuestionamiento continuo de la unidad nacional. Advertimos que ocurriría, porque no constatamos en Sánchez ningún cambio real más allá del trabajo de la propaganda. Pero la responsabilidad es solo suya. Y deberá asumir las consecuencias.