JAVIER REDONDO-El Mundo

Sánchez, sus ministros y abnegados comentaristas televisivos guardan en el cajón de sus mesitas diversos juegos de ojos besugo, postizos y saltones, para ponérselos raudos cuando hablan de Vox. Ábalos ya se equidistó cuando estableció una comparación falaz entre Bildu y Vox y afirmó que ninguna de las dos formaciones son constitucionales. Pasó desapercibido lo sustantivo de la analogía: a Ábalos ni parece pringarle Bildu ni le preocupa Vox más allá del papel que desempeña en la triunfal narrativa socialista. Al PSOE, de Vox sólo le inquieta lo que ocurrirá: que se licue.

Se vea o no, el episodio de ayer en Navarra vuelve a mostrar la coherencia de Rivera en el asunto veto. Cs se niega a investir a Sánchez porque abstenerse y facilitar su Presidencia supondría dar carta de naturaleza a la moción de censura. Para Rivera –y algunos profesores–, la moción de censura fue tramposa en cuanto que incumplió el espíritu de la Constitución: fue un impeachment, producto de un golpe de efecto forzado a partir de una línea en una sentencia que sugería que el testimonio de Rajoy como testigo del caso Gürtel pudo incluir falsedades. Un miembro de la joint-venture que tejió la sentencia acabó de ministra de Justicia.

Rivera censura la censura: cómo se hizo, con quién y lo que trajo. Muchos analistas coinciden en que Sánchez utilizó La Moncloa para lanzar una singular e impudorosa campaña de autobombo. Ahora Sánchez solicita que certifiquemos que su campaña fue un rotundo éxito a pesar de que el rédito que obtuvo con ella fue de 123 diputados. Rivera se planta y tira de Sánchez hacia la tierra: Sánchez ha ganado pero únicamente puede gobernar con los apoyos de la moción. Rivera quiere poner a Sánchez ante a su espejo y sacarlo de su ensoñación.

Por su parte, Sánchez no quiere ser investido sino ungido. No busca apoyos sino abstenciones. Si ofreciera a Rivera un pacto de Gobierno, entre ambos llenarían un espacio en el espectro que Sánchez prefiere yermo mientras se mantenga vigente su relato de las tres derechas. Pero Navarra es el filo de una de las navajas por el que transita Sánchez con los pies descalzos, protegido únicamente por su valido, el hombre que compone mullidas fábulas con las que ganar un día y llegar a la noche.

En 2007, UPN ofreció al PSN una coalición para evitar que los socialistas se acompañasen de los proetarras. Carlos Chivite y Puras decidieron desafiar a Ferraz. El secretario de Organización del PSOE, Blanco, se plantó en Navarra y sentenció: «No se dan las condiciones para [que el PSN pueda] gobernar con NaBai e IU en Navarra». Otra Chivite, María, reedita la operación 12 años después. Entonces quedaban ocho meses para las elecciones de marzo de 2008.

De la respuesta de Ábalos al envite de Chivite II, intuiremos cuánto queda para las próximas generales, o sea, lo que tarden los separatistas catalanes en poner precio a su apoyo a los presupuestos tras la sentencia del procés. Sánchez suma con su formación subalterna, Podemos; PNV; PRC y Compromís. Estos números, con la abstención dizque no negociada de Bildu, le valdrían. Rivera le recuerda que sigue atado al mástil de la moción. Con otro nudo si entrega Navarra.