José Alejandro Vara-Vozpópuli
- Embisten contra Madrid y callan, temerosos, ante los caciques separatistas. El rebaño de los baroncillos autonómicos se cubren de gloria
Del cartel ‘Ayuso somos todos’ que los taberneros madrileños estamparon en sus vitrinas se pasó al «queremos una Ayuso» cuando circulaba por otras regiones. Ahora, en Salamanca, donde se ha concentrado un grupo de caciques autonómicos sin más objetivo cierto que servir de figurantes en una función escrita a mayor gloria del presidente del Gobierno, la gente arrojaba hipérboles a su paso: «Ayuso, salva a España». La lideresa madrileña devolvía el saludo con ese gesto discreto y funcional, alejado de todo protagonismo, que se ha impuesto tras su victoria del 4-M.
Aplaudían al Rey, silbaban a Sánchez, como ya es costumbre, e ignoraban a los rectores autonómicos que por allí deambulaban. Una señora mayor logró distinguir al pequeñín de las ‘anchoas’, sin concretar su nombre. El resto de los desembarcados de la gran flota de coches oficiales apenas escapaba del territorio del anonimato. Ni siquiera Mañueco, el anfitrión, arañaba un gritito de fervor casero. Quizás por eso sus pares la envidian. Quizás por eso la atacan con tan lastimera obcecación. Ximo Puig, jefe del Gobierno de la Comunidad valenciana, destaca en este ejercicio. Lo hace con el empeño cerril de cermeño. Días atrás habló de que Ayuso ‘fractura a España’, promueve ‘un procés invisible’ y hasta reclamó un impuesto especial a los madrileños por el hecho de vivir en Madrid. Un majadero, que como además es periodista, sólo vertebra estruendosas majaderías.
Estaba de parranda
Francina Armengol, la desbarajustada presidenta balear, descubierta en una tasca en horario impropio, aparece también en el coro de los ofensores, armada con referencias explícitas al supuesto ‘dumpling fiscal’ madrileño, ese artefacto que, desechado ya el ‘España nos roba’ por inútil, airean los nacionalistas catalanes mientras proceden al saqueo incesante de los fondos del Estado entre aplausos frenéticos del PSOE.
Pere Aragonés, el monaguillo de Oriol Junqueras, que ejerce de insípido presidente de la Generalitat, se sentará en la mesa paritaria que Sánchez dispondrá la próxima semana para negociar de ‘Estado a Estado’
«¿Que si estoy familiarizado con la envidia de pene? ¿Yo? Soy uno de los pocos hombres que la padecen». Woody Allen en Anny Hall y tambien en Zelig. Los gerifaltes periféricos sufren envidia, no de pene, que se sepa, sino de Ayuso. Se trata de un trastorno propio de su insignificancia política o su estéril protagonismo. Deberían tenerla de los caudillines catalanes y vascos, que gozan de las prebendas del Gobierno central sin escuchar rensuras ni reproches. De cuando en cuando, sí, un comentario de Page o una cariciña gallega. Poco más. Íñigo Urkullu, con su inevitable gesto de vinagre y su indescifrable voz de amargura, acaba de arañarle a la Moncloa tres impuestos que cotizan más de 200 millones de euros a cambio de desplazarse hasta Salamanca para participar en la conferencia. Pere Aragonés, el monaguillo de Oriol Junqueras que ejerce de insípido presidente de la Generalitat, se sentará en la mesa paritaria que Sánchez dispondrá la próxima semana al objeto de atender con diligencia las 56 reclamaciones que el separatismo catalán le tiene preparadas.
La vía de escape
Son estos personeros, refractarios al espíritu constitucional, quienes deberían recibir el reproche de los representantes de la España despreciada y esquilmada. No parece que tal ocurra. Ni siquiera son capaces de ponerse de acuerdo y organizar club de los maltratados para recordarle a Sánchez que España, o sea los 37 millones de nacionales a los que ellos representan, también existe.
Muy gallitos en sus predios pero harto flojeras fuera. Temen quizás que María Jesús Montero, titular de Hacienda, se quede con el montante del IVA que les esquiló hace dos años y que ahora los juzgados le obligan a devolver. O que no reciban la hijuela correspondiente de los fondos de doña Úrsula. Este chantaje permanente los tiene atemorizados, encogiditos, con las arcas vacías, el corazón en un puño y la pandemia colgando. Como toda vía de alivio a sus pesares, los baroncitos socialistas juegan a arrojar venablos sobre la cebza de Ayuso y los popualres se afanan en la zancadilla cobardona y rastrera.
La presidenta madrileña opta por el silencio. A lo suyo. Ya hablará cuando toque, comentan en su equipo. Mientras tanto, camuflada de turista, apenas lograba pasar inadvertida estos días por las calles de Zamora, donde la gente le paraba, le pedía selfies, autógrafos, sonrisas y le recordaba lo de «Ayuso, salve usted a España». Qué obsesión. Claro, alguien tendrá que hacerlo.