Miquel Escudero-El Correo

En la vida hay crudas realidades que preferimos ocultar y hacer como si no existieran. A esto se le llama ‘hacer el avestruz’. ¿Nos lo podemos permitir?

El año 2021, 4.003 personas perdieron la vida en España por suicidio, la primera causa de muerte no natural; una muerte desoladora. Tiene el efecto de una onda expansiva y produce miedo al contagio. Esta conducta autodestructiva no responde necesariamente a trastornos mentales, tiene distintas causas y a veces un deseo imperioso de dejar de sufrir, pero genera nuevo e irreparable sufrimiento. Se estima en cada caso un impacto de seis personas: allegados y familiares supervivientes a quienes les cae un duelo encima. Hay duelos de muchas clases: cortos, largos, interminables, anticipados, congelados, patológicos.

El eminente psicólogo clínico donostiarra Enrique Echeburúa ha escrito ‘Muerte por suicidio’, un libro insólito lleno de delicadeza y ciencia: «El duelo acaba cuando la persona ya no necesita reactivar el recuerdo de la pérdida del fallecido con una intensidad exagerada en la vida diaria». En todo caso, urge mejorar la prevención, el acceso a los servicios de salud mental para tratar las depresiones internas y la red de apoyo de familiares y amigos, lo que es imprescindible. Hay que aprender a hacer lo que hay que hacer y decir en el momento oportuno y evitar lo que no se debe hacer ni decir.

En el período de 2001 a 2021 se contabilizaron 120.824 muertos por suicidio entre los soldados y excombatientes estadounidenses: número que supone 18 veces más muertes que las que produjeron en sus filas las guerras de Irak y de Afganistán, que sumaron 6.856 muertos. Da que pensar.