Ferran Caballero-El Español

 

Los líderes independentistas acabarán haciendo suyas todas las críticas que han recibido, incluso las justas. Hay quien a eso le llama madurar, y seguramente tenga razón. Y razón tendrá también quien crea que ese madurar tiene algo de renuncia, algo de desilusión y algo de hacer pasar el fracaso por aprendizaje de la complejidad. Que también, claro.

Si siguen madurando, los procesistas acabaran aceptando hasta eso que dijo José María Aznar y que entonces sólo quisieron ver como amenaza o como boutade: que antes se partirá Cataluña que España.

Y serán los de ERC, mientras tratan de asegurar la unidad de la España de izquierdas y se lamentan por la división del independentismo. Porque, si puede dividirse el independentismo, ¿por qué no podría dividirse Cataluña? Es más, ¿no es la división del independentismo ya, en sí misma, una división de Cataluña?

De momento, lo que seguro que se ha dividido es esa «sociedad civil» independentista que formaban Òmnium y la ANC. Y se ha dividido exactamente por dónde dictó Xavier Antich: los de la ANC son populistas y ellos, pues no. Si alguna vez fue diagnóstico, el populismo ya es sólo acusación de las élites cuestionadas y acomplejadas en su papel.

Así que lo mismo dará que le llamen populista como que le llamen populacho, porque la cuestión clave es que, en este nuevo reparto de cargos y cargas, la ANC es populista porque Òmnium es repositorio de élites. Y lo saben.

Sabe Antich, el filósofo hermano, que la ANC es populista porque en Òmnium mandan los que fueron y son y quieren seguir siendo alguien. Manda una lista unitaria que incluye, como en los buenos tiempos del procés, a gente dirigente de todos los partidos políticos y sensibilidades relevantes, desde convergentes hasta cuperos, pasando por periodistas supuestamente serios y periodistas supuestamente graciosos.

En Òmnium manda la élite política y toda la élite cultural y mediática que han sido capaces de encumbrar. Y es todo tan plural y tan abierto y abarca tanto que lo que queda fuera de sus dominios por fuerza tiene que parecerles poquita gente y poquita cosa.

Lo que queda fuera del enorme paraguas del sistema es populacho y es emocional y despreciable. Es, en realidad, la pobre gente que se creyó sus mentiras, sus promesas y sus proclamas y que, a diferencia de ellos, todavía no ha encontrado ni la necesidad ni el beneficio ni la excusa de renunciar a ellas.

Es la gente a la que le basta seguir siendo nacionalista y nacionalista como ha sido siempre y a quien no le importa quedar como los tontos del pueblo porque nunca tuvieron necesidad de presumir de listos.

No son, los habrán visto, gente seria. Son gente incluso un poco infantil, como decía con razón el expresidente Artur Mas. Pero son sólo tan infantiles como lo eran entonces, cuando se les pedía que creyesen en promesas como la independencia en 18 meses y en planes astutísimos, nunca revelados para no dar pistas a los adversarios (y para no dar sustos ni vergüenzas a los propios).

Son populistas y son infantiles y lo son a mucha honra. Porque las cosas siempre han sido más complejas de lo que les prometieron y si es natural aunque lamentable que las élites mediáticas, culturales y políticas dirigentes jugasen a la simplificación y a la exageración, también es normal que la fe del populacho sea algo más fuerte y persistente que las apetencias o intereses de las élites.

De lo que en realidad se acusa a la ANC es de no madurar al ritmo que marcan las élites. Pero al menos un populacho que no baile al ritmo que marcan sus dirigentes es siempre, al menos, un correctivo y un freno al cinismo y a los tejemanejes de los mandamases.

Así que serán populistas, pero a mucha honra. Porque, a pesar de la canción y de los tempos, que el populacho no baile al son de las élites es condición necesaria, aunque por desgracia no suficiente, de la libertad.