EL PAÍS 11/07/17
EDITORIAL
· Es una torpeza escenificar diferencias entre partidos ante el terrorismo
La banda terrorista ETA castigó a la democracia española con más de 800 asesinatos y 20.000 víctimas de sus extorsiones, su metralla y sus secuestros. La vil ejecución de Miguel Ángel Blanco hace ahora 20 años tiene, sin embargo, una carga simbólica única por cuanto despertó a todos los sectores sociales del País Vasco y del resto de España moviéndolos a una rebelión cívica contra los pistoleros. Por ello, merece ser recordado el Espíritu de Ermua que empujó a millones de personas a la calle para protestar contra ETA aparcando el miedo en casa; algo que hasta entonces solo eran capaces de afrontar pequeños y heroicos grupos como Gesto por la Paz.
Los destrozos del terrorismo etarra fueron durante años más allá del dolor y la sangre de sus víctimas. Dividió profundamente a la sociedad vasca y ha sido motivo de confrontación permanente entre los políticos y algunas asociaciones de víctimas adscritas a unos u otros partidos. Sin embargo, el Espíritu de Ermua fue un revulsivo; un grito ciudadano en favor de la unidad contra el terror. Por eso resulta del todo irritante que todavía hoy, 20 años después, haya conatos de disputa entre partidos democráticos. De nada vale recordar a Miguel Ángel Blanco si estos lo hacen con tanta y tan imperdonable torpeza.
Miguel Ángel Blanco era concejal de Ermua cuando ETA lo secuestró y lo mató de dos disparos en la cabeza, en aquellos tiempos en los que ser edil del PP en el País Vasco era una actividad peligrosa. Su sacrificio y su memoria merecen ser recordados y, si bien es lógico que el PP se sienta más concernido por aquella tragedia, también es cierto que no son patrimonio del Partido Popular y organizaciones afines. Por eso, en aras de la unidad que simboliza, habría sido más sensato y coherente que el partido gobernante hubiera buscado previamente esa imagen de unidad en los actos de homenaje.
Lamentablemente, Podemos y la alcaldesa de Madrid, Manuel Carmena, han respondido a los llamamientos en su memoria con una evidente torpeza, negándose a participar en algunos actos y a colocar en la fachada del palacio de Cibeles una pancarta de Miguel Ángel Blanco para no “destacar a una víctima sobre todas las demás”. Es una excusa incoherente con lo que realmente significó la muerte de este joven concejal para la sociedad española, unida ante el dolor. Para la banda de matones, vencida por la democracia española, supuso, además, el principio del fin de su existencia.
La pugna, siete años después del último asesinato de ETA, se sitúa hoy en quién y cómo se hace el relato de 42 años de tragedia terrorista. Los partidos democráticos no deberían anteponer el desgaste político del rival al derecho de una sociedad a honrar la memoria de los que dieron la vida por la libertad de todos.