El ‘proceso de paz’ exige el silenciamiento de quienes se oponen a la negociación con ETA, a la legalización de Batasuna y a las concesiones políticas. No es de extrañar que el manifiesto de Basta ya, Foro Ermua y Covite haya suscitado reacciones tan grotescas como la de los ediles nacionalistas y socialistas de Ermua, exigiendo al Foro que renuncie a su denominación de origen.
Las plataformas cívicas vascas nacieron de la universidad pública. En 1996 coincidimos en el homenaje que la Universidad del País Vasco rindió a Francisco Tomás y Valiente, asesinado por ETA, algunos profesores de los tres campus —Bilbao, San Sebastián y Vitoria— que hasta ese momento no habíamos tenido relación entre nosotros (o sólo contactos ocasionales). Allí nos encontramos Fernando Savater, Mikel Azurmendi, Aurelio Arteta, Mikel Iriondo, Carlos Martínez Gorriarán, Juan Olabarría, Javier Corcuera, José María Portillo, Javier Fernández Sebastián y quien esto escribe.
No recuerdo que hubiera nadie más en el grupo inicial. Todos escribíamos con frecuencia en periódicos locales y nacionales; nos leíamos unos a otros y nos citábamos. Hablamos de la conveniencia de coordinarnos, pero no dimos todavía con la fórmula para hacerlo. El nombre del Foro Ermua surgió en septiembre del año siguiente, durante un almuerzo al que asistimos Portillo, Fernández Sebastián, Olabarría, Mari Cruz Mina y yo mismo, aunque eso es lo de menos, porque hasta el trece de febrero de 1998 el Foro no tuvo entidad alguna. Ese día lo presentamos en el Hotel Ercilla de Bilbao como una asociación cuyo fin primordial era mantener el «espíritu de Ermua», dar continuidad en lo posible al movimiento democrático contra ETA que había sacudido las conciencias de los vascos a raíz del secuestro y posterior asesinato de Miguel Ángel Blanco.
Entre los promotores de la asociación ya no había solamente profesores universitarios (aunque el número de éstos se había incrementado). Políticos socialistas y del Partido Popular —como Carlos Totorica, alcalde de Ermua, y Cristina Ruiz— y escritores como Iñaki Ezquerra y Javier Elorrieta se habían sumado a la iniciativa. Mención especial merecen los antiguos militantes comunistas que figuraban en el grupo fundacional: el pintor Agustín Ibarrola, el poeta Vidal de Nicolás, el también escritor y juez Antonio Giménez Pericás y José Luis López de Lacalle, que fue el primer miembro conspicuo de las nuevas plataformas cívicas asesinado por la banda. Viejos luchadores que habían conocido la cárcel mucho antes de que se comenzase a hablar de ETA y que representaban lo mejor del legado ético del antifranquismo vasco.
Pronto advertimos que la unidad iba a ser difícil de mantener. Convergían en el Foro ideologías muy distintas y esa diversidad, unida a la escasez de políticos profesionales, derivó en divisiones tempranas. La posición respecto al nacionalismo fue uno de los primeros factores de discordia, pero no el único. Los que pensábamos que la movilización contra ETA implicaba un rechazo de la política del PNV y EA, que intentaban obtener réditos de aquélla para el soberanismo —era la época del Plan Ardanza—, creíamos también en la necesidad de aproximar a los dos grandes partidos nacionales en el País Vasco y recelábamos, en consecuencia, de quienes trataban de imprimir al movimiento un sesgo de izquierda y se negaban a criticar al nacionalismo en el Gobierno, con la vana esperanza de conseguir incluirlo en un gran frente democrático contra los terroristas y su brazo político.
En este sentido, la tregua-trampa de ETA, entre septiembre de 1998 y noviembre de 1999, resultó catastrófica para el Foro Ermua, que no sólo interrumpió sus recién iniciadas campañas, sino que, además, perdió una gran parte de sus efectivos. El ilusorio alivio producido por la ausencia de atentados mortales —la violencia callejera, lejos de cesar, creció a lo largo del año de la tregua— desmovilizó a muchos de ellos, resignados a soportar las presiones secesionistas del frente de Estella a cambio del cese de los asesinatos, de modo que el retorno de la banda tuvo, en general, un efecto depresivo e inhibitorio.
El mérito de haber invertido esa tendencia a la desesperación impotente corresponde a los disidentes guipuzcoanos del Foro y a Fernando Savater. Éstos formaron en enero de 2000 una nueva plataforma, Basta ya, que se estrenó convocando una marcha contra ETA en San Sebastián. En honor a la verdad, hay que decir que varios miembros del Foro Ermua firmaron la convocatoria, que tuvo así un carácter unitario y un resultado verdaderamente esperanzador.
Bajo una lluvia torrencial, y hostigados sin cesar por la jauría abertzale, más de cien mil ciudadanos recorrieron las calles donostiarras tras una pancarta sostenida por los organizadores y representantes del PSE y del PP. Los partidos del gobierno autónomo declinaron la invitación a unirse a la manifestación, denunciándola como una maniobra antinacionalista, lo que no era el caso: únicamente quien esto escribe había expresado el deseo de que la marcha se convirtiera en un acto de repulsa de la política frentista de los partidos del pacto de Estella (actitud que le valió la reprobación del resto de los convocantes). Sin embargo, las diatribas de Eguíbar y de Imaz contra Basta ya obligarían a replantear la posición de la plataforma ante el nacionalismo en su conjunto.
En los meses siguientes fue asentándose entre nosotros la convicción de que sólo un acuerdo entre los socialistas vascos y el PP sobre la base de la defensa de la Constitución podría frenar la ofensiva nacionalista. De ahí que tanto Basta ya como el Foro de Ermua decidieran apoyar, en las elecciones autonómicas de mayo de 2001, una alternativa constitucional que implicaría un gobierno de coalición entre el PSOE y el PP, de alcanzar ambos unidos la mayoría. Durante un acto conjunto de ambos partidos y de las dos plataformas cívicas en el Kursaal, Savater escenificó dicha alternativa uniendo las manos de los candidatos socialista y popular a la presidencia del gobierno autónomo, Nicolás Redondo Terreros y Jaime Mayor Oreja.
Quizá estas esperanzas pecaban de ingenuas. En plena campaña electoral, Felipe González exigió de Redondo que volviera a entenderse con el PNV, pero está claro que una victoria de los constitucionalistas sobre la coalición gubernamental (PNV, EA e IU) habría hecho posible la alternativa propuesta por las plataformas.
El desplazamiento táctico de los votos de Herri Batasuna dio el triunfo a los nacionalistas, por escaso margen. Redondo fue sustituido al frente del PSE por una dirección partidaria del acercamiento al PNV —en la línea de la nueva estrategia del PSOE para aislar al gobierno de Aznar— y las relaciones entre socialistas y plataformas cívicas fueron enfriándose.
La simbiosis, a partir del otoño de 2001, entre estas últimas y las asociaciones de víctimas del terrorismo proporcionó al PSOE y a los medios de comunicación comprometidos en el acoso a Aznar el pretexto para insinuar desviaciones derechistas en el conjunto del movimiento cívico vasco.
Las insinuaciones se convirtieron en acusaciones explícitas tras la victoria electoral de los socialistas en las legislativas de 2004. El «proceso de paz» exige el silenciamiento de quienes se oponen a la negociación con ETA, a la legalización de Batasuna y a las concesiones políticas, al secesionismo y, por tanto, no es de extrañar que el manifiesto de Basta ya, Foro Ermua y Covite haya suscitado reacciones tan grotescas como la propuesta de los ediles nacionalistas y socialistas de Ermua, exigiendo al Foro que renuncie a su denominación de origen.
La respuesta debería ser ortodoxamente marxista (de los hermanos Marx, quiero decir). Algo así como: «Señores concejales, cambien ustedes cuanto antes el nombre de su pueblo, porque están perjudicando gravemente la buena reputación del Foro Ermua».
Jon Juaristi, ABC, 6/4/2007