José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Lo que diferencia a Iglesias de Errejón es el rencor histórico, o, en otras palabras, la cal viva arrojada al rostro parlamentario de Pedro Sánchez con la denigración grosera de Felipe González
En ocasiones, la casualidad se convierte en causalidad. Una coincidencia temporal y temática puede alcanzar un gran valor interpretativo. Así ocurrió ayer. Mientras estaba previsto que Pablo Iglesias y Juan Luis Cebrián presentaran en el Círculo de Bellas Artes la novela ‘Cal viva’, del periodista Daniel Serrano, Íñigo Errejón hacía lo propio en el auditorio de UGT con su plataforma electoral, con la que concurrirá a las elecciones generales del próximo día 10 de noviembre. Si se superponen las significaciones de los dos eventos, se vislumbran con cierta nitidez las razones por las que el que fuera número dos del secretario general de Podemos se ha convertido en su más encarnizado adversario electoral.
El 2 de marzo de 2016, en el debate de la primera sesión de investidura de Pedro Sánchez, apoyado entonces por Ciudadanos, Pablo Iglesias espetó al secretario general del PSOE: “Desconfíe de los consejos de quien tiene su pasado manchado de cal viva”. Fue una referencia brutal —ética y política brutal— a Felipe González y al PSOE de los años ochenta, concernidos por el secuestro y asesinato de José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala, ambos de 18 años de edad, supuestos miembros de la banda terrorista ETA.
Mientras aludía a la ‘cal viva’, Errejón mudó de color, se revolvió en su asiento y se produjo, al instante, un distanciamiento emocional de su líder
Este episodio, recordado gratuita y torticeramente por Pablo Iglesias tantos años después, resultó un agravio para todo el PSOE, el que dirigió González y luego Almunia, Rodríguez Zapatero y, en fin, el propio Sánchez. Demostró hasta qué punto el secretario general de Podemos tenía interiorizada una acendrada hostilidad hacia el socialismo español y transparentó la falta de escrúpulos de Iglesias en la utilización de cualquier arsenal argumental para derribar al PSOE. Mientras aludía a la ‘cal viva’, Íñigo Errejón, sentado en el escaño contiguo al de Iglesias, mudó de color, se revolvió en su asiento y se produjo, al instante, un distanciamiento emocional de su líder que ya nunca se estrecharía.
Bastaría la diferente reacción —agresiva y rencorosa del primero, consternada la del segundo— para entender por qué razón Íñigo Errejón fue prácticamente purgado de Podemos y por qué una intencionalidad destructiva ha minado hasta la médula la organización que (mal) dirige Iglesias. Este representa una izquierda agresiva con el socialismo y Errejón, otra competitiva con el PSOE. Ambos no tienen nada que decirse desde el punto de vista emocional —y en esta historia, lo emotivo tiene una gran importancia— ni desde el ideológico, porque aquel es un comunista explícito —aunque no lo exprese— y el madrileño milita en una izquierda de orígenes mestizos, un tanto confusos, pero que aspira a una diferente funcionalidad política en el sistema institucional.
Iglesias representa una izquierda agresiva con el socialismo y Errejón, otra competitiva con el PSOE
Efectivamente: lo que diferencia a Iglesias de Errejón es el rencor histórico, o, en otras palabras, la cal viva arrojada al rostro parlamentario de Pedro Sánchez con la denigración grosera de Felipe González. Pablo, reiteraría esa villanía parlamentaria; Íñigo, no la utilizaría nunca. Y a partir de esa distinta disposición de ánimo, todo lo demás se explica por sí solo, sin mayores honduras. Por eso, resulta abochornante que quien fuera un adalid del socialismo ochentero en el medio de comunicación hegemónico en la España de entonces escribiera hace unos días que en la crisis que acabamos de vivir, la actitud de Iglesias le “ha parecido desde un principio la más coherente con la institucionalidad democrática. Y en no pocos aspectos la más sensata y constructiva de cuantas hemos visto en el proceder de los grandes partidos” (Juan Luis Cebrián).
Errejón se ha apartado de la conjura de rencores que está en la causa de la causa del mal causado, es decir, del guerracivilismo de Iglesias, del que Pedro Sánchez —debiera haberlo hecho con más transparencia y menos eufemismos— se ha querido librar para no enfermar de insomnio crónico. Si el hasta ahora dirigente de Más Madrid le mete la piqueta electoral a un Podemos dominado por los pésimos humores de Iglesias, eso que habremos ganado. Desde luego, por la izquierda. Pero también por la derecha, aunque un sector bobo de la diestra política inciense a Iglesias porque le importa más que sea un ariete eficiente contra Sánchez que un político destructivo.