Magis Iglesias, EL CORREO, 8/4/12
Los etarras sabían a lo que se exponían cuando negociaron solo con un actor político
El corto recorrido de la democracia ya nos permite disponer de precedentes suficientes para saber cómo actuar en cada momento sin cometer errores. Sabemos, por ejemplo, que en política internacional los ciudadanos españoles somos prosaharauis, propalestinos y antiyanquis. Cualquier gobernante debe respetar esos sentimientos a la hora de hacer política aunque, naturalmente, sus actuaciones se atendrán a las responsabilidades propias de un estado europeo occidental.
Otro de los principios asentados en el devenir de estos 40 años se corresponde con el modelo establecido en la Transición y según el cual solo se pueden emprender cambios de envergadura mediante pactos entre los dos grandes partidos. Así se había hecho siempre en asuntos exteriores y lucha contra el terrorismo. La ruptura de ese consenso en política exterior en 2003, a causa de la guerra de Irak, fulminó algo más que la hegemonía electoral del PP. Dañó la imagen de España y rebajó su rango en el concierto de naciones.
Y no solo por los roces con EE UU, las torpezas en el diálogo sobre Gibraltar, el abandono de Iberoamérica o las veleidades ‘chavistas’, sino por los perjuicios que los devaneos diplomáticos han ocasionado a nuestra economía. La etapa de Zapatero supuso un retroceso que costará años recuperar. Y solo será posible con una nueva soldadura de la unidad de acción entre los dos grandes partidos.
Es posible que PP y PSOE no tengan entre sus planes establecer una estrategia de actuación mancomunada en estos momentos. Sin embargo, lo que está pasando con la política antiterrorista les da motivos sobrados para asumir la unidad por pura necesidad. Hay cosas que no se pueden hacer en solitario. Basta con escuchar hoy a ETA clamar inútilmente en el desierto de su ficticia negociación de paz. Los terroristas reclaman ahora al Estado el cumplimiento de unas contrapartidas que dicen haber pactado con el Gobierno socialista a espaldas de la oposición. Error, tremendo error. Los etarras ya sabían a lo que se exponían cuando negociaron solo con un actor político, que nunca podría hablar en nombre del Estado Español teniendo al partido opositor en contra.
Si es cierto que obtuvieron cesiones, éstas resultaron efímeras y se convirtieron en papel mojado cuando se cambiaron las tornas el 20-N. Rajoy sabía muy bien lo que decía cuando celebró el anuncio de «cese definitivo de la actividad armada» de ETA (octubre de 2011) como una «buena noticia» porque se había producido sin «concesión política» previa. Con una miopía digna de mejor causa, algunos se indignaron por sus palabras que interpretaron como una absolución a Zapatero. Nada más lejos. Rajoy se desentendía así de cualquier compromiso adquirido por su predecesor, sacudiéndose toda responsabilidad heredada. Hay que reconocer que nunca da puntada sin hilo.
Magis Iglesias, EL CORREO, 8/4/12