Kepa Aulestia-El Correo
El actual secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, dimitió de ese mismo cargo el 1 de octubre de 2016. Así es como se hizo a un lado para aspirar de nuevo a la secretaría general; mientras el grupo socialista en el Congreso se dividía entre quienes -siguiendo la resolución de la gestora provisional- facilitaban con su abstención la investidura de Mariano Rajoy y quienes se aferraban al «no es no» votando en contra del candidato popular. 68 socialistas por un lado y 15 por el otro. Entre estos últimos se encontraban Meritxell Batet y Manuel Cruz, que actuaron acorde a lo establecido por la organización federada del PSC. Ocurrió el 29 de octubre de 2016, ayer mismo; pero ya nos hemos olvidado de que las relaciones entre el PSOE y el Partit dels Socialistes de Catalunya llegaron a tensionarse hasta el borde de la ruptura. El jueves 16 de mayo de 2019, ERC, Junts per Cat y la CUP acabaron votando en contra de la designación del primer secretario de los socialistas catalanes, Miquel Iceta, como senador autonómico en sustitución nada menos que del expresident José Montilla.
Una gestión excesivamente confiada o impaciente por parte de Pedro Sánchez y sus próximos, para situar a Iceta en la presidencia del Senado, fue encelando a los independentistas hasta que restablecieron su unanimidad en el veto a la propuesta del presidente. Ayer, 17 de mayo, la ejecutiva de Sánchez resolvió contraatacar con Batet y Cruz. El presidente en funciones designaba a dos catalanes en vez de a uno solo, que además se habían comprometido con el «no es no» apelando a su conciencia política. Y con ello Miquel Iceta recuperaba su dignidad; porque no podía esperar a que ni el TC ni negociaciones posteriores le devolviesen la ilusión de hacerse con el mando del Senado, tras haber sido víctima de una vendetta propia de quienes se sienten impotentes en su confrontación con el Estado constitucional. Es lo que hay.
PSOE y Unidas Podemos han acordado que la Mesa del Congreso contará con tres más dos integrantes de izquierdas, asumiendo que PP y Ciudadanos se lleven otros dos cada uno. El mismo procedimiento de elección del titular de la presidencia, las cuatro vicepresidencias y las cuatro secretarías determina que Sánchez, Iglesias, Casado y Rivera acaben quedándose con la Mesa; dado que ninguno de ellos se mostrará tan empático como para perder pie a favor de cualquier otro grupo parlamentario. Pero en el ambiente pesa una gran carga de inquina y rabia; y no se debe únicamente a que cada sigla se vea obligada a mostrarse hasta pendenciera para recabar el voto en las europeas, locales y autonómicas. Es que se han ido sumando partidos y dirigentes que se sienten víctimas, sin que tengan razones para señalar tantos victimarios. Los agraviados se han multiplicado, añadiendo a las cuitas partidarias las disputas internas en cada familia política, sin que se pueda consignar igual cifra de episodios agraviantes. Pero todos los protagonistas que se disponen a inaugurar la XIII Legislatura se presentan a la constitución de las Cortes el 21 de mayo mostrando quejosos sus heridas, o dando a entender que las ocultan por pudor. La del martes será una sesión muy difícil, porque está sujeta a las tensiones que puedan desatarse en el Congreso más polarizado de la historia democrática reciente, empezando por el trámite de jura o promesa de la Constitución.
A primeros de julio Pedro Sánchez será investido. Preferiría formalizar su continuidad en La Moncloa en primera votación, que verse presidente a cuenta de un montón de abstenciones de equívoco significado. Pero es lo que hay. Demasiado mal ambiente como para que el veredicto del 26-M, sea cual sea, asegure la gobernabilidad sin sobresaltos durante los próximos cuatro años. Gobierno autonómico arriba, alcaldía abajo, que Sánchez no vea enfrente una mayoría alternativa en ningún caso anuncia un mandato apacible. Mucho menos cuando la mayoría independentista que recuperó su cohesión vetando a Iceta se obstina en remarcar la línea divisoria entre ‘los que se van a Madrid y los que nos quedamos aquí’ para mantener a salvo su ‘poder a medias’, con una ERC que vuelve a apocarse ante los designios imprevisibles de Puigdemont.