ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC
- El desmantelamiento del sanchismo implica necesariamente decir siempre la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad
Yo tendría que estar en Asturias. Esa idea me asalta de manera obsesiva, mientras veo pasar las horas de canícula previas a la cita con las urnas mañana. ¡Un 23 de julio, lo nunca visto! La última jugada tramposa de un presidente que siempre ha situado sus intereses personales y políticos por delante de los de España. Un desafío para los trabajadores de Correos, obligados a realizar un esfuerzo ímprobo en aras de garantizar el derecho al sufragio, sin conseguirlo del todo. Un suplicio infligido a los integrantes de las mesas electorales. Una muestra de profundo desprecio por los electores, que solo puede responderse con una afluencia masiva a los colegios.
Aunque mi voto lleva mucho tiempo decidido, reflexiono sobre el porqué de su sentido y me sobran las razones. La primera y principal es la necesidad perentoria de expulsar del poder a Pedro Sánchez, el líder que ha normalizado el uso de la mentira hasta el punto de adulterar el escenario democrático y destruir la confianza de los gobernados en sus dirigentes. De todos los desmanes cometidos por el socialista, este me parece el más grave, el de consecuencias más devastadoras, el primero que ha de ser revertido por Alberto Núñez Feijóo a partir del lunes. El desmantelamiento del sanchismo implica necesariamente decir siempre la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Sin «cambios de opinión», ni «rectificaciones de rumbo», ni otros eufemismos destinados a tapar embustes como el del pago por el uso de las autovías, comprometido por el jefe del Ejecutivo en Bruselas y negado con absoluta desvergüenza ante millones de espectadores en su cara a cara televisado con el candidato del PP. Un gobernante sin palabra es un hombre carente de honor que no merece dirigir el destino de los españoles. Y por eso es perentorio expulsar del poder a Sánchez.
Quienes conocemos la dicha de tener hijos y nietos pensamos también en ellos, en su futuro, en lo que les deparará la vida cuando nosotros no estemos. Y ahí encuentro yo la segunda motivación para escoger papeleta: protegerlos de la ruina que ha traído consigo Frankenstein, de la amenaza cierta que para la nación supone la supervivencia del monstruo cuya cabeza y tronco descansan en piernas independentistas, de la polarización suicida, asentada en un odio al discrepante propio de épocas pasadas, que no ha dejado de crecer desde que el secretario general de un PSOE irreconocible se abrazó a Podemos, ERC y Bildu para alcanzar la Moncloa. Si el gallego cumple sus promesas, si no defrauda las expectativas depositadas en él, tendrá que recomponer los puentes volados, plantándose ante el chantaje de quienes han condicionado esta infausta legislatura. Y arreglar la economía, por supuesto, sin por ello dejar de lado otras áreas de gestión que piden cambios a gritos. ¡Ardua tarea!