ETA está en crisis. Si este verano anuncia que cierra la persiana, será porque se ha proyectado sobre ella una persecución implacable. Pero los políticos deberán dejar pasar mucho tiempo para certificar que la banda se ha quedado sin margen. Sin premios a cambio. Sería pernicioso que pasáramos del miedo a la amnesia, olvidando tantos años agarrotados por el terrorismo.
A muchos les cuesta imaginar a los dirigentes de Batasuna desmarcándose de ETA cuando, en realidad, los dos grupos (el colectivo ilegalizado y la banda) forman parte del mismo tinglado terrorista, según ha reconocido la Justicia española y el Tribunal de los Derechos Humanos de Estrasburgo. Pero la debilidad de la dirección de la banda da que pensar que Batasuna podría subirse al último tren si es que se atreve, como en su día hizo Aralar, a romper con el macabro negociado. Porque esperar a que sean capaces de convencer a los más renuentes a echar el cerrojo, parece un brindis al sol del que han abusado ya muchos partidos políticos que ahora no quieren ni oír hablar de ello.
No hay mejor convencimiento que el propio desestimiento. Como el que padeció el IRA cuando el Sinn Fein dijo que no tenía ningún sentido seguir con las armas. Y si Batasuna no puede convencer, tendrá que romper. El entorno del mundo de ETA está en plena ebullición de rumores. Si ahora la izquierda abertzale cree que es posible el comienzo del fin, con ese comunicado de la banda anunciado entre bambalinas para los próximos meses de verano, es porque el declive de la organización terrorista está indicando una patología de difícil recuperación.
ETA está en crisis. Y ha llegado a este estado casi terminal porque se ha proyectado sobre ella una política de persecución implacable. Un acoso policial, judicial y político para quitarle el oxígeno que había ido tomando en cada trampa, en cada tregua, en cada toma de temperatura, en cada vacilación de la clase política tan entretenida en distinguir, por fases ciclotímicas, entre los halcones y las palomas. Un juego inútil que sobre todo ha servido para dar una publicidad a un mundo sin entrañas.
ETA está en crisis. Y la banda lo reconoce en sus documentos, en los que se le nota cada vez más preocupada por su propia seguridad que por la incapacidad de demostrar a los suyos que sigue controlando la situación. De ahí que los movimientos que se están produciendo en estas semanas cobren tanta importancia para la opinión pública, generen tanta desconfianza alrededor y sean tan vigilados por los colectivos de víctimas del terrorismo que siguen mostrándose preocupados ante la posibilidad de que la banda vuelva a disfrazar a sus representantes políticos de ‘demócratas’ para colarse en las próximas elecciones locales. Pero no lo tienen fácil si el Gobierno, por escarmentado, se mantiene en su intención de no creerse la primera declaración ornamental.
En el programa de las tardes de ETB, el pasado jueves, los senadores del PNV Iñaki Anasagasti y del PSE Roberto Lertxundi no pudieron ser más categóricos a la hora de rechazar una posible «tregua unilateral» en los próximos meses de verano. Los dos coincidieron en invalidar la fórmula de los alto el fuego después de tantos engaños por parte de ETA. Los guiños sobre una interrupción de la violencia ya están amortizados. Se venció su fecha de caducidad el 30 de diciembre de 2006 con el atentado que destrozó el aparcamiento de la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas.
Entonces, la organización terrorista se cargó no sólo aquella negociación, sino la posibilidad de que el Ejecutivo vuelva a facilitar un escenario de intercambio de contrapartidas políticas. Por lo tanto no cabe otra esperanza que la del anuncio del cese definitivo del terrorismo. Lo dicen los responsables de Interior para acallar la inquietud de los colectivos de víctimas y, en ese mismo sentido, se manifestó ayer el lehendakari, Patxi López. La detención de Mikel Carrera y de Arkaitz Agirregabiria, además de dejar en evidencia el agotamiento de la cantera de ETA para ir renovando su dirección, ha servido de contrapeso a los rumores sobre la negociación.
Porque son estos hechos los únicos que pueden dar la certeza de que otra negociación resulta inconcebible. Las víctimas no se lo perdonarían, y ya sería la segunda vez, al presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Por eso en el acto de entrega del premio Covite a los autores del libro indispensable, de ineludible lectura, ‘Vidas rotas’, la presidenta Cristina Cuesta insistió en la idea de que «es una obligación moral» el rechazo del diálogo con ETA y la deslegitimación del terrorismo. No caben bandazos en este terreno.
Si este verano la organización terrorista anuncia que cierra la persiana, será porque la política de acoso ha sido eficaz. Pero los políticos necesitarán dejar pasar mucho tiempo para certificar que la banda se ha quedado sin margen. Sin premios a cambio. Han sido tantos años de injusticia y sufrimiento que sería pernicioso para la ciudadanía vasca que pasáramos del miedo a la amnesia. No podemos olvidar que hemos vivido tantos años agarrotados por el terrorismo. Sólo de esta forma será posible el fin de la pesadilla.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 24/5/2010