- Hay que ser muy paquete para hacer una ronda por Europa contra Israel cuando ya se intuía el ataque de Irán
A Winston Churchill –cómo no– se le atribuyen varias de las citas más resultonas en defensa de la democracia. La más contrastada reza así: «Nadie pretende que la democracia sea perfecta o siempre sabia. La verdad es que la democracia es la peor forma de Gobierno. Excepto todas las demás que han sido probadas de vez en cuando». Lo clavó.
Luego existen otras dos famosas citas, tal vez apócrifas. Una es socarrona: «El mejor argumento contra la democracia es conversar cinco minutos con el votante medio». La otra pone en valor el estado de derecho: «Democracia significa que cuando llaman a la puerta de tu casa a las seis de la mañana probablemente sea el lechero».
Pero en Irán, Rusia, China (Venezuela, Cuba…) puede que no se trate del lechero. Si te has desviado del catecismo obligatorio del poder podría tratarse de la policía, o los servicios secretos, capaces de hacerte desaparecer de la circulación por un tiempo –o para siempre– saltándose el habeas corpus. Así de dramática es la diferencia entre vivir o no en el mundo libre.
Las libertades y derechos que disfrutamos en Occidente no se ganaron en diez minutos. Son el resultado de un extraordinario edificio legal y político, cuya construcción recorre los siglos. El derecho romano. Los albores del parlamentarismo en León en 1188. La Carta Magna inglesa, rubricada veinte años más tarde. Los proto derechos humanos de nuestra magnífica Escuela de Salamanca. La Petition of Rights del gran Edward Coke en 1628, que estableció los derechos y libertades de los «ingleses libres» (no más impuestos al capricho del Rey y sin aprobación del Parlamento y el habeas corpus, que acaba con las detenciones arbitrarias). O la Constitución estadounidense de 1787… Todo ello fue conformando los pilares garantistas de lo que llamamos Occidente, el mundo libre. Pero nuestra izquierda no tiene interés alguno en defenderlos. Se ha instalado en una resbaladiza equidistancia entre la democracia y los regímenes autoritarios, equilibro que ahora capitanea el inefable Sánchez, quien en realidad da cuartelillo a los enemigos del mundo libre mientras finge ponerse estupendo con Putin.
La geopolítica empieza a invitar al insomnio, con un ambiente que evoca el de las tensiones que precedieron a las dos grandes calamidades bélicas del siglo XX. Estados Unidos tiene una momia durmiendo en la Casa Blanca y su sociedad está lastrada por encarnizados odios políticos. Pero dado que la UE es un paquidermo lento –y blandengue, que diría El Fary–, Washington sigue ejerciendo de capitán de Occidente frente al club totalitario que lidera China. Y si lo de Irán e Israel se encona, los estadounidenses se verían disputando a la vez tres guerras por persona interpuesta, lo que en la jerga bélica anglosajona llaman «proxy wars»: la de Israel con Hamás, que es una milicia palestina fundamentalista sostenida por los iraníes; la de Ucrania con Rusia y la de Israel directamente con Irán.
A ellas se podría unir Taiwán, si China, que está acatarrada económicamente, opta por una cortina de humo nacionalista y se lanza a la invasión. ¿Tiene pulmón Estados Unidos para mantener todos esos frentes a la vez? No parece, por su fuerte endeudamiento y porque tampoco cuenta con liderazgo político y apoyo social para ello.
Una derrota de Occidente nos acercaría al imperio de un planteamiento antagónico con el delicado sistema de derechos y libertades que disfrutamos. Por eso es tan importante todo lo que rodea a Israel, un oasis a la occidental en medio de una jungla de teocracias, dictaduras y fundamentalismos, que no soportan ni nuestro modo de vida ni nuestra fe (el Islam, aunque a veces se muestre amable, a fin de cuentas exige la sharía y la lucha contra el infiel).
Y en este borrascoso clima va y sale Sánchez a la palestra, demostrando que además de ser moralmente cuestionable es un político muy malo. Hay que ser un auténtico paquete para marcarse una gira europea contra Israel cuando ya estaba en el ambiente que podía ser víctima de un inminente ataque iraní.
Su primera reacción ante el bombardeo iraní ha sido lamentable, definiéndolo como «acontecimiento» y evitando condenar al agresor. La cagada fue tal que horas después tuvo que subir otro tuit donde se refiere ya al «ataque perpetrado por Irán». Aunque no lo condena en sí mismo, sino con un rechazo genérico «a toda forma de violencia».
Es decir, España está presidida por un cantamañanas que va de híper feminista, híper pro LGTBI e híper «progresista» mientras en la práctica le hace el caldo gordo a una de las dictaduras más siniestras del planeta, que ha matado a golpes a chicas por no llevar velo, que ha colgado a homosexuales y que promueve guerras en Yemén, Siria, Líbano y Palestina para tocarle las meninges a su odiado Occidente. En fin, el mismo tipo que tenía de vicepresidente a un gandul que mientras daba lecciones izquierdistas sobre cómo asaltar los cielos cobraba de la teocracia iraní para mantener su chiringuito televisivo.
Impresiona lo de Sánchez. Desde aquí le propongo a su negra un título literario para el tercer tomo de memorias: «Más malo que un secador de manos en una venta de carretera».