PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO, EL CORREO 07/03/14
· Lo ocurrido con Manuel Uriarte es lo más lacerante y desestabilizador que podía pasar en su partido.
Es de tal gravedad lo que hemos vivido estos días con el caso del concejal de Vitoria Manuel Uriarte, que se negó a ser secretario general de su partido a propuesta directa de su presidenta, que sin duda, independientemente de lo que pueda pasar en su 14º congreso, entramos en una nueva e inquietante fase en la historia de este partido. Por una parte, hay una disputa interna, la vivida estas semanas en el seno del PP vasco, con un aspecto teórico a considerar, que afecta a la entraña misma de la política vasca y que procede de la singular arquitectura institucional de la Euskadi contemporánea. Estamos hablando de dos modelos de organización política, el foral, de larga trayectoria histórica, y el autonómico, que se inició con el Estatuto de 1979. Y aquí nos encontramos con dos líderes políticos que, cada uno a su modo, representan exactamente eso: Alfonso Alonso la foralidad y Arantza Quiroga la autonomía.
Si el País Vasco no hubiera sido comunidad autónoma y se hubiera mantenido como siempre fue, con sus Juntas Generales y sus Diputaciones Forales, el papel de Alfonso Alonso sería perfectamente natural: buen anclaje en Madrid, organización política provincial cohesionada y comunicación fluida Madrid-Vitoria. Es lo que fue siempre la foralidad. De vez en cuando, para cuestiones sensibles de la política consuetudinaria, se reunían los representantes de cada territorio histórico y así hacían puesta en común para resolver un impuesto o para decidir por dónde tenía que pasar un tren o una carretera.
Y da toda la sensación de que Alfonso Alonso, con todas sus grandes capacidades políticas que nadie niega, no se ha percatado de que desde 1979 tenemos un Estatuto de Autonomía que subsume la foralidad provincial en una entidad superior, intermediaria entre la foralidad y el Estado, que es la comunidad autónoma. Y aquí es justamente donde entra en escena Arantza Quiroga. Ella representa, como presidenta del PP vasco, la autonomía, una construcción política contemporánea que viene a superponerse a la de los territorios históricos, con los que tiene que guardar un sensible equilibrio de poderes, pero respecto de los que, en cualquier caso, siempre estará por encima, tanto a nivel institucional como político. ¿Tanto cuesta entender esto? Lo que no puede pretender Alfonso Alonso, desde la foralidad, es que el papel político de Arantza Quiroga, desde la autonomía, y representando a todo el partido, sea algo así como el de un ‘primus inter pares’. Porque eso está subvirtiendo el papel de la autonomía vasca, porque sencillamente así no funciona.
No obstante, después de analizar la actual disputa interna en términos estrictos de historia de la teoría política, pensando con la mejor de las voluntades constructivas que eso es lo que de verdad se dirime en esta convulsa historia, le queda al analista la sensación de que hay algo aquí que no tiene que ver con el pensamiento político, ni con la foralidad, ni con la autonomía. Se trata de una persona. Se llama Manuel Uriarte. En términos de partido político es un cuadro cualificado, un militante de alto nivel, que se ha convertido, al parecer sin comerlo ni beberlo, en víctima propiciatoria de este campo de Agramante en que se ha tornado el PP vasco en las últimas semanas.
Lo que más asombra en todo lo que ha pasado con Manuel Uriarte es la capacidad que puede tener un político para fundir, con un simple gesto, la carrera política de cualquier compañero de partido. ¿Son conscientes, tanto Alfonso Alonso como Arantza Quiroga, porque aquí la responsabilidad es compartida, de lo que cuesta, en tiempo, energía, dedicación y vocación política, construir los cuadros que sostienen un partido político, el armazón de personas dedicadas a la organización interna, cualificadas, entregadas, leales, para que luego, por una inopinada nominación, sin prepararla antes con el candidato, ponerlo a los pies de los caballos, exponerlo públicamente, para que en un santiamén su carrera política quede marcada sin remisión, en una palabra: destruida?
Un partido político son líderes, sí, esto es obvio, pero sobre todo son cuadros, militancia con distintos niveles de cualificación, pero, en cualquier caso, imbricada con la ciudadanía, absorbiendo de ella los problemas, las inquietudes, todo lo que hace que un partido esté vivo y pujante. De esos cuadros es de donde tiene que surgir el liderazgo, de modo natural, acompasado a los tiempos, madurado con el conocimiento de la organización, de la dinámica política. Y si este aspecto no se cuida sencillamente es que no hay partido.
En definitiva, lo que ha pasado con Manuel Uriarte ha resultado, con mucho, en términos de política interna de partido, lo más lacerante y desestabilizador que le podía ocurrir al PP vasco. Mucho peor que el episodio aquel del puenteo con la visita de Soraya Sáenz de Santamaría, que trajo todo lo que vino después en el PP vasco. Porque aquel puenteo afectaba a dos líderes, el que puenteaba y el puenteado. A nadie más.
En cambio, este episodio del concejal vitoriano ha resultado demoledor para la estructura entera del PP vasco. Por una doble razón que va más allá de la inseguridad creada entre los cuadros y militantes cualificados. Si un alto cargo se niega a aceptar ser número dos del partido cuando su propia presidenta se lo propone, la imagen es concluyente: la jerarquía y el orden en ese partido han saltado por los aires. Y, al mismo tiempo, si un militante considera que, reuniendo todas las cualidades para el cargo de número dos, porque su propia presidenta así lo estima y está en lo cierto, no pone toda su fuerza y pasión en hacerse acreedor a ese puesto, entonces, una de dos, o se ha equivocado de partido político, o se ha propuesto, él solo o en compañía de otros, acabar con él.
PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO, EL CORREO 07/03/14