José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

  • La superioridad moral de determinada izquierda llevó a la exvicepresidenta valenciana y a sus acompañantes a un comportamiento público que abofeteó el decoro estético que las circunstancias requerían

«La estética es la ética del comportamiento» (Aristóteles)

El pasado domingo, la prensa informaba del festejo —brincos, aplausos, música, cantos, disfraces— de Mónica Oltra y de otros miembros de su partido —Compromís— como Joan Ribó Joan Baldoví. Se trataba de un acto ya programado al que asistieron 700 personas que sirvió para que la vicepresidenta de la Generalitat valenciana se diera su particular baño de masas tras el auto de la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de la comunidad que asumió la competencia para investigarla por tres presuntos ilícitos penales: el de omisión del deber de perseguir delitos (artículo 408 del CP), el de abandono de menores (229 del CP) y el de prevaricación (404 del CP).

Los hechos, especialmente sórdidos, remiten a indicios de que Mónica Oltra amparó (el encubrimiento ‘a posteriori’ entre cónyuges no constituye ilícito penal) a su exmarido, condenado por abusos sexuales a una menor, cuando ella era responsable política del centro que acogía a la víctima por su condición de consejera de Igualdad e Inclusión del Ejecutivo valenciano. La acusación la ejerce la Fiscalía a través de Teresa Gisbert, una profesional acreditada en la defensa de menores y, por más señas, de sesgo progresista. 

Comparece en el proceso, también como acusación, la propia víctima de los abusos, a cuyo letrado Oltra adscribe a la extrema derecha, lo que le ha servido de coartada argumental para suponerse pieza a batir en una ‘cacería’ que explicaría lo que le está ocurriendo. Al abandonar el escaño, deja de estar aforada y Oltra será investigada por el juez de instrucción número 15 de los juzgados de Valencia, perdiendo la competencia el Superior de Justicia.

La sororidad de la izquierda —esa solidaridad entre mujeres— ha funcionado en este caso de una manera decepcionante: ninguna mujer con cargo público en la izquierda, sea Belarra, sea Montero, sea Díaz, se ha pronunciado, más allá de algún balbuceo ambiguo. La condescendencia de la sororidad con Mónica Oltra ha sido sectaria. 

Mónica Oltra ofreció el día 18 de junio una imagen patética e inaceptable, una foto festiva, descarada y desafiante, mostrando una impostada algarabía —risas, aplausos— que causó una penosa sensación, por ella misma y por el silencio de sus aliadas políticas, de las que fue anfitriona cuando Yolanda Díaz calificó en Valencia el pasado mes de noviembre su proyecto político nonato como de «maravilloso». 

Esas escenas de jolgorio han precipitado la desaparición de Oltra de la vida política y han comprometido a Joan Baldoví y a Joan Ribó 

Esas escenas de la exvicepresidenta en el jolgorio han precipitado su desaparición de la vida política valenciana y han comprometido al portavoz parlamentario en el Congreso de Compromís, Joan Baldoví, y al alcalde la ciudad del Turia, Joan Ribó, que participaron en la bochornosa ‘performance’. 

A la dirigente de Compromís no la persigue una ‘jauría’ de extrema derecha. La investigaba un tribunal integrado por tres magistrados y la acusa la Fiscalía. Ahora lo hará un juez de instrucción. Puede que, tras declarar, se decida el archivo del procedimiento, o puede que continúe y llegue a juicio oral. Nadie está en condiciones de afirmar que haya contraído responsabilidad criminal, aunque, por el hecho mismo de estar investigada por tres delitos, su presunción de inocencia queda debilitada.

Es incuestionable, sin embargo, que sí contrajo responsabilidad política como consejera, ya que de su departamento dependía el buen funcionamiento del centro en el que su exmarido consumó abusos sexuales a una menor, que ahora, mayor de edad, también ejerce la acusación. 

El mutis por el foro de Mónica Oltra se ha producido tarde y mal. Con pésimas maneras, habituales en ella. Ha sido una retirada forzada por Compromís —una coalición de tres partidos— para que no estallara el pacto del Botánico de 2019 con el PSV-PSOE y Podemos y para que Ximo Puig, que ha dejado muchos pelos en la gatera en este asunto, no se viera en el brete de implosionar su Gobierno y, acaso, convocar elecciones adelantadas.

Dijo el presidente valenciano que él no estaba «para fiestas», después de ver el grimoso espectáculo del sábado, de contemplar las contorsiones sobreactuadas de su vicepresidenta, los saltos del pluscuamperfecto Joan Baldoví y la presencia mediopensionista de Joan Ribó. Y es que ha sido ese descaro que atenta contra el más elemental decoro el factor precipitante de una dimisión que hasta el domingo no se barajaba en su organización, y que ella no admitía ni por asomo. 

La izquierda en general, y un determinado sector en particular, ha interiorizado soberbiamente una especie de superioridad moral sobre las opciones de derecha que Mónica Oltra, y sus acompañantes palmeros en el festejo, han llevado hasta el abofeteamiento de la estética social. La opinión pública, sea de izquierdas o de derechas, no puede soportar que cargos públicos se comporten así a pocos días de la imputación por tres delitos a una vicepresidenta por un asunto sobre el que se ha contraído responsabilidad, sea política, sea penal. 

Es de suponer que el siempre inquisitorial —con los demás— Joan Baldoví tenga la gallardía de excusarse por participar en esa lamentable kermés. Y explicar a Inmaculada Nieto (Por Andalucía) y a Teresa Rodríguez (Adelante Andalucía) por qué tal ofensivo evento se produjo el día de la reflexión del 19-J andaluz. Porque en la medida en que Oltra era un referente femenino de la izquierda que ellas representaban, su exhibición no dejó de hacerles daño electoral.