LA GRAN novedad de Macron es que va a llegar a la presidencia de Francia habiendo dicho que no es de izquierdas ni de derechas. Herencia póstuma, como suelen serlo, de Sartori, que dejó escrito: «En política se trata de hacer lo correcto, sea de izquierdas o de derechas». Hace décadas que la división parece un anacronismo; pero en democracia nadie ha gobernado todavía con semejante soltura ideológica. Nadie… salvo los nacionalistas, que han trazado la raya divisoria en otro lugar. Macron la ha trazado también. La misma raya. Solo que se ha colocado exactamente en el otro lado. Y por vez primera, al menos hasta donde me alcanza la vista, alguien va a gobernar desde el otro lado.
La derecha y la izquierda, viejas y un punto sarnosas, están en los lugares, respectivamente, de Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon. Ahí han quedado, maceradas en nacionalismo y comunismo, y compartiendo en el rechazo a Europa su característica clave: la representación de una ciudadanía melancólica, a veces por lo vivido, a veces, simplemente, por lo leído en los libros, que reniega del riesgo, la duda y las fricciones de una sociedad abierta. Ni siquiera Fillon y Hamon pertenecen ya enteramente a ese arruinado paradigma. El hecho de que vayan a dar su voto a su teórico contrario ideológico, en el caso de Fillon, y, ¡aún mucho más difícil!, a su herético disidente, en el caso de Hamon, contrasta con la inmovilidad berroqueña de Mélenchon, al que solo le ha faltado un punto de atrevimiento para hacer lo que realmente debería, que es pedir el voto para su compañera Marine Le Pen.
La destrucción del viejo paradigma acaba de empezar y, por descontado, la renovación no será fácil. Nacionalistas y comunistas suman un 41 por ciento de los votos y han alcanzado su máxima representación en las zonas menos ventiladas de Francia. No sería yo si no subrayase, en este sentido, el extraordinario resultado (mayoría absoluta) que los dos reaccionarios han obtenido en la Cataluña francesa, también llamada norte, y que a la vista de esos números mucho tiene en común con la Cataluña sur: a ver si al final voy a estar dramáticamente equivocado y las naciones existen.
Hay algo magníficamente personal, además, en el caso de Macron. Nada importante de lo que de él se sabe parece alineado estrictamente en los flancos simétricos e irreconciliables de la vida.