Francia vuelve a hacer historia

EL MUNDO 25/04/17
FELIPE SAHAGÚN

· El autor cree que la posible victoria de Macron el 7 de mayo es una oportunidad histórica para que la UE avance más rápido en su integración económica pese a que el liderazgo interno de su movimiento ¡En Marcha! sea débil

FRANCIA volvió a hacer historia el domingo. Por primera vez en los 60 años de la V República, ninguno de los dos partidos principales de izquierda y de derecha estará en la segunda vuelta. En la primera hubo tres vencedores –las encuestas, Emmanuel Macron y Marine Le Pen–, y dos claros derrotados: los dos partidos que se han alternado en el poder durante más de medio siglo, socialistas y republicanos, que salen muy tocados. Otros perdedores han sido Rusia, que acabó apostando por François Fillon, el candidato republicano, tal vez para difuminar su ayuda política y financiera en el pasado a Le Pen, y los terroristas, que con los últimos atentados pretendían condicionar el resultado. Algo han podido ayudar a Le Pen, pero no lo suficiente.

Las visiones de Macron y Le Pen sobre el presente y el futuro de Francia no pueden estar más alejadas. Macron propuso en la campaña recortar el gasto público en unos 60.000 millones de euros, invertir unos 50.000 millones en la modernización de la economía, liberalizar la legislación laboral y desregular sectores importantes. Defiende una Unión Europea más y mejor integrada, mejores relaciones con Berlín y un rol más activo de Francia. Le Pen habla de «proteccionismo inteligente», impuestos a las importaciones extranjeras, el cierre de fronteras, la reducción de la inmigración, la recuperación del franco y un referéndum sobre la continuidad de Francia en la UE. Si contra todo pronóstico llegara a ganar, adiós a la UE.

Entre una de estas dos opciones deberán elegir los 47 millones de electores franceses. El sistema de dos vueltas se diseñó para impedir que partidos extremistas lograran ganar y hasta ahora se ha conseguido. Que los votos electrónicos en Francia sean muy pocos también ayuda a reducir riesgos.

«Los partidos tradicionales siguen diluyéndose, triunfan los independientes y Francia se ha convertido en abanderada de este movimiento», señalaba John Lloyd en Reuters el viernes. Si en los EEUU un independiente como Trump travestido de republicano venció a su sistema bipartidista en 2016, otro independiente, Macron, graduado de la ENA, fogueado en el grupo Rothschild y ministro de Economía en el Gobierno socialista de Hollande, ha aprovechado el mismo malestar de fondo (desconfianza en la elites, sentimiento de marginación de muchos, corrupción, miedo a la globalización y a la inmigración, y pérdida de estatus social por la desigualdad creciente) para dinamitar el sistema tripartito francés.

No habría sido suficiente sin la fragmentación de los partidos tradicionales, sobre todo de los socialistas, en los últimos años y sin el escándalo sobre el uso de dinero público por Fillon. Si es elegido, Macron empezará su mandato sin un solo diputado en la Asamblea Nacional y es impensable que su movimiento, ¡En Marcha!, consiga la mayoría absoluta en junio. La opción más probable, en ese caso, sería una cohabitación de la presidencia con una coalición de un pequeño grupo de derecha, una corriente centrista fuerte y otra de la izquierda dividida.

A estos tejemanejes o convolutos están acostumbrados en muchas democracias europeas, pero para Francia supone una revolución.

El programa de Macron es un árbol de navidad con ideas bastante vagas de izquierda y de derecha que dan por agotado el sistema, pero sin el voto prestado de socialistas y republicanos nunca llegaría al Elíseo y los dirigentes de las dos fuerzas, Benoit Hamon y Fillon respectivamente, ya han pedido el voto para él. Que les hagan caso o no sus seguidores no lo sabremos hasta el 7 de mayo. Con Macron, Francia intentaría recuperar la confianza de los inversores, impulsaría el libre comercio, desmilitarizaría parcialmente la lucha contra el terrorismo, revisaría las relaciones con Rusia y los EEUU, reactivaría las relaciones con Alemania y volvería a dar prioridad al multilateralismo y a la gobernanza global.

Si, como las encuestas y casi todos los observadores prevén, Macron vence el 7 de mayo en la segunda vuelta, Francia y Europa habrán evitado lo peor, aunque el mal de fondo que alimenta el desencanto con los partidos tradicionales y la clase dirigente seguirá produciendo monstruos mientras no se afronten en serio sus causas.

De ganar, dos retos inmediatos del candidato social liberal serán lograr en las urnas o mediante pactos de coalición una mayoría centrista en la Asamblea Nacional y rehacer, con una reforma a fondo de la ley electoral, el sistema de partidos heredado de De Gaulle. El riesgo de parálisis institucional será muy alto.

La monarquía republicana gaullista, con un presidente por encima de los partidos, hace tiempo que perdió su sentido original. Los dos últimos presidentes, Sarkozy y Hollande, no fueron reelegidos: el primero fue derrotado y el segundo decidió no presentarse por su mala imagen. Los franceses quieren cambios y los dos candidatos que se disputarán la segunda vuelta los ofrecen, pero con Le Pen correría peligro el futuro de la UE y, sobre todo, algunos valores y derechos fundamentales, mientras que con Macron se abrirá una oportunidad histórica de transformar el fondo de rescate europeo en un verdadero Fondo Monetario Europeo (FME) y de avanzar en otras reformas pendientes de la Unión.

Berlín apuesta claramente por Macron, pero más allá del FME ve las reformas europeas como un maratón, no como un sprint, y seguirá resistiendo pasos más radicales, como la mutualización de la deuda, un ministro de Economía europeo y unos presupuestos europeos.

Desde una visión binaria, Le Pen vende un mundo dividido entre patriotas (sus votantes) y mundialistas (los que no la votan), y cree que en la segunda vuelta se enfrentan la gran alternancia (ella) y la desregulación (Macron). Para Macron, la verdadera alternativa hoy es entre una Francia cerrada (la de Le Pen y Mélenchón) y una Francia abierta (la suya). Con uno de cada cuatro jóvenes en paro y la economía creciendo por debajo del 2%, las propuestas de Le Pen –imprimir dinero para financiar el aumento de los gastos sociales, reducir impuestos, irse del euro y, posiblemente, también de la UE– serían una catástrofe.

Seguros de la victoria de Macron, que promete reducir el gasto público, los mercados reaccionaron con subidas inmediatas. Como en Holanda el 16 de marzo, otro liberal (allí de derechas, en el caso de Macron de centro), parece encaminado a frenar el populismo xenófobo impulsado por las victorias de Donald Trump y del Brexit, pero tanto en Francia como antes en Holanda y Austria con avances significativos de la ultraderecha.

«Parece que el populismo está en retroceso en Europa», insistía el domingo en Reuters Iain Begg, de la London School of Economics. «Excelente para Europa», se apresuró a decir el ministro de Exteriores alemán, Sigmar Gabriel, tras conocer el resultado de la votación.

A diferencia de Mark Rutte, que hizo suyas algunas de las iniciativas más extremistas de Geert Wilders en Holanda, nadie puede acusar a Macron de lepenizarse para superar a Le Pen en la primera vuelta. Al contrario, logró la victoria con una campaña a favor de la globalización, de la inmigración y de la Unión.

Macron, salvo que reconvierta su movimiento recién nacido en un partido ganador de aquí a las legislativas de junio, será un presidente débil desde el primer día y tendrá serias dificultades para poner en marcha las reformas económicas y proeuropeas que defiende, muchas de ellas sin concretar todavía.

Felipe Sahagún es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.