Escocia, Cataluña, Igeldo

EL CORREO 21/12/13
KEPA AULESTIA

·El derecho a decidir se ejerce a ciegas cuando sus promotores eluden explicar qué quieren hacer con el nuevo Estado o municipio

La equiparación crítica del proceso tutelado por la Diputación de Gipuzkoa y el Ayuntamiento de San Sebastián para la segregación de Igeldo con el referéndum previsto en Escocia o la consulta demandada por la Generalitat de Cataluña hubiera parecido hasta grosera. Pero son los artífices institucionales de un Igeldo independiente los que, incluso a modo de eslogan publicitario, identifican la separación del barrio donostiarra con la autodeterminación que también reclaman para escoceses y catalanes. La analogía trata de poner en evidencia al PNV por negarles el derecho a decidir a los vecinos de Igeldo. Pero invita a señalar que los movimientos secesionistas siguen patrones parecidos en las sociedades desarrolladas.
La idea de partida es que las plataformas promotoras de la segregación territorial no hacen más que expresar ese deseo y que los partidos tampoco tienen otro remedio que secundarlo. Parece evidente que una amplísima mayoría de los censados en el actual barrio de Igeldo prefieren que éste se convierta en municipio. Pero cabe alguna reserva sobre si el entusiasmo de la plataforma que dio inicio a los trámites de la segregación ya en 1995 responde a una marea de fondo, o más bien es la causa de que ésta aflore exitosa hoy, bajo los auspicios institucionales de la izquierda abertzale. Dejar de ser también donostiarra para pasar a ser solo de Igeldo podrá satisfacer deseos íntimos, compensar algún agravio particular o incluso hacer justicia frente al desdén con que la ciudad ensoberbecida y sus habitantes han tratado siempre a los ‘aldeanos’. Los censados en Herrera o en Deusto acostumbran a decir que van a San Sebastián o a Bilbao cuando se disponen a cruzar su respectiva ría. Pero es de suponer que perciben más beneficios que perjuicios en su pertenencia a una ciudad de aluvión y agregación como todas.
La reclamación secesionista exige a menudo revertir una anexión que se produjo a la fuerza. Pero ni la ocupación pasada puede ser argumento suficiente para desanexionarse siglos o décadas después, ni es posible asegurar a priori que un porvenir segregado será siempre más halagüeño que otro dependiente. Altza, que se convirtió en barrio de San Sebastián tras la Guerra Civil, tendría más razones históricas y sociales que Igeldo para reclamar la desagregación y la vuelta a sus límites originarios. Pero ocurre que la tenue corriente que hace ya tres décadas se produjo al respecto no cuajó; sencillamente porque –no nos vamos a engañar– el barrio carecía de elites o intereses proclives a ello.
Se da también por supuesto que los habitantes del territorio a independizar no deben nada a los demás vecinos del ámbito administrativo hasta ahora común; que si acaso son estos los que les adeudan la libertad. Según el decreto foral que segrega Igeldo de San Sebastián, el «nuevo municipio» no asumirá la parte que al barrio actual pudiera corresponderle en las «deudas o créditos» que tenga contraídos el Ayuntamiento de San Sebastián… porque tampoco se lleva consigo los «derechos» que ostenta éste. Sería necesario conocer qué es lo que la Diputación consigna en cada uno de esos capítulos. Pero la fórmula ya circulaba como presupuesto en los casos de Escocia y Cataluña. En otras palabras, se dibuja el futuro dando por sentado que los habitantes emancipados se verán libres de los inconvenientes que supone la pertenencia administrativa a una entidad superior, mientras que contarán con las ventajas de dar origen a una realidad ‘exnovo’ aunque ésta, por poner un ejemplo, no forme parte de la Capitalidad Europea de la Cultura 2016.
Quienes reivindican un Estado propio o un municipio propio no se detienen a explicar los pormenores de lo que quieren hacer con él. Es la consabida parábola nacionalista de la casa a conquistar, para decidir más tarde la distribución de sus habitaciones y de qué color se pinta hasta su fachada. Así, el derecho a decidir se convierte en un ejercicio a ciegas. Los promotores de la secesión vienen a indicar que ese tema compete únicamente a los titulares finales de la independencia. Que no es una cuestión previa a su logro, y mucho menos un tema sobre el que tengan derecho a opinar los ciudadanos y los vecinos a los que se vaya a decir adiós. Sirva pues de metáfora para hablar sobre Escocia o Cataluña: no sabemos qué intenciones albergan los promotores de la segregación de Igeldo en cuanto al número de viviendas que desearían promover, a cómo recalificarían el suelo, mucho menos el precio que estiman alcanzará el metro cuadrado. La potestad que el nuevo ayuntamiento tendrá para la «revisión o modificación del planeamiento urbanístico vigente» permite recordar que no se han explicitado las causas de incomodidad que debieran alegar los ‘segregacionistas’ por pertenecer a San Sebastián.
Toda segregación genera un efecto embudo que Garitano ha llevado al boletín oficial. La minoría de la izquierda abertzale en las Juntas Generales de Gipuzkoa y en el Ayuntamiento donostiarra toma las decisiones, atendiendo al impulso de la plataforma liberadora de Igeldo, y los gestores de la separación serán todos de EH Bildu. El efecto embudo determina que la independencia solo puede ser administrada por independentistas. Es lo que ocurrirá en Escocia si triunfa el sí y lo que pasará en Cataluña si el soberanismo se adueña de la situación. Claro que la épica independentista decae cuando la secesión forma parte del programa de las administraciones de las que se quiere desprender. Pero –no nos vamos a engañar– la segregación de Igeldo resulta útil para los retazos de leyenda que le restan a la izquierda abertzale, porque permite desviar el foco de atención hasta convertirla en una conquista singular que, de paso, facilita la retirada de Juan Karlos Izagirre.