Juan Carlos Girauta-ABC

  • Estarán sus libros, que la mayoría no leerán y que a la minoría seguirán alumbrando

La vida sin Escohotado va a resultar más pobre, pero ahí están los libros. El último lo tengo en la mesilla por desvirgar: ‘Hitos del sentido’. España sin su magisterio será más roma, más aburrida. Porque le cupo al sabio mantener en su ancianidad los destellos del descubrimiento continuo, profundo y voraz. No había nada que no mereciera su interés, ni reflexión que no apurara. Tuvo la pericia de ahondar en la razón sin botellas de oxígeno y sin perder en el descenso la bonhomía. Bondad y humor de sabio son crema de la crema, fruto y sutileza últimos del jardín de los dones.

Nació para conferir sentido y desdeñó hasta la sombra de la posibilidad de una trampa en favor de su personaje. Ni una concesión como las que han echado a perder a otros filósofos contemporáneos. Pienso en el joven y brillante Markus Gabriel: Escohotado no habría caído nunca -nunca cayó- en la tentación de acompasar su pensamiento al espíritu de los tiempos sacándose de la manga una pseudoética muy muy muy preocupada, ay, por el planeta. ‘Tilt!’

Su lectura para siempre estará disponible. Allí hallará bálsamo y alivio del espíritu, allí gozará del placer inefable de la inteligencia en todo su esplendor el hombre del futuro, que aún no ha nacido. Y el niño del presente que consiga esquivar el adocenamiento preparado por esta izquierda rebordenca que ahora trabaja para perpetuarse en el poder por lo civil o por lo penal, para desplegar su ingeniería social, castrarle el cerebro y lobotomizarle ambas pelotas a la muchachada. Bibliotecas habrá en el espacio intangible, salvo que la dictadura que viene desenchufe internet. No veo a la UE permitiéndolo, aunque nunca se sabe.

A lo que iba. Estarán sus libros, que la mayoría no leerán y que a la minoría seguirán alumbrando. El curioso accederá a las claves y a los razonamientos que, desdeñando adjetivos, cambian la visión del mundo y, a menudo, la vida: la persistente calamidad del pobrismo, las sorpresas del caos. La libertad, nuclear. Pero no podrán recordar su mirada, portalón abierto que te hacía partícipe de los tesoros últimos. Eso es, y agradezco al destino tal regalo, la memoria de ciertas conversaciones. Danzas verbales de dicha por la razón en marcha, por la vida tan ancha y tan inacabable. Y sin quererlo fueron lecciones impagables porque él era maestro todo el tiempo (así le llamé siempre, nunca Escota), y yo apuré hasta las heces cada oportunidad que me brindó, y no fueron pocas.

No dejó de asombrarme su curiosidad insaciable de niño anciano, aquella inexplicable combinación de inocente sorpresa y claridad cegadora del intelecto aun cuando se aplicaba sobre algún asunto menor. Porque en su palabra ninguno seguía siéndolo, toda anécdota cobraba trascendencia; había pasado por su mente y había salido de nuevo, rodeada la luz. Hay una felicidad inmortal en la lucidez. Ahí has estado siempre, y ahí sigues.