José Alejandro Vara-Vozpópuli
- El miedo cambió de bando, en efecto. Ahora se ha posado en el ala norte de La Moncloa, donde empieza a temerse que Podemos descienda por debajo del ‘nivel Anguita’ y no sume para reeditar Frankenstein
Paró el neflis, se levantó del sofá, se trasladó verbalmente a Colliure y escupió sobre la tumba de Machado. Luego, satisfecho, se repantigó de nuevo frente a la tele y le dio al play. Otro gesto heroico para culminar la semana. Otra muestra de valentía épica, otro rasgo de arrojo digno del espartaco de Galapagar.
Consigue Pablo Iglesias, las más de las veces, mostrarse como un tipo despreciable. Forma parte del guión y ha de reconocerse que lo logra sin demasiado esfuerzo. Tal empeño busca, fundamentalmente, sostener su imagen de líder revolucionario, defensor de la gente y odiador de la derecha, el capital, los curas y tout le reste… «Los ricos y poderosos son peor de lo que me imaginaba», acaba de declarar, como recién caído del guindo, con ese tono de perversa ingenuidad con el que se desparrama en los medios. ¿Qué se imaginaba? Años lleva persiguiéndolos a mandoblazos como su único argumento político y ahora cae en la cuenta de que son aún peor de lo que venía diciendo. Debe ser que esta gente, abyecta e indeseable, entre negocio y negocio, entre pelotazo y pelotazo, estrangulan bebés, aniquilan ballenas o hasta evitan reciclar su basura orgánica.
No gestiona, no decide, no cumple con sus responsabilidades, no se acerca a las residencias, no visita a la ancianidad desvalida, no se preocupa de los dependientes…
Fuerza ahora Iglesias su figura de vicepresidente rebelde, miembro airado de un Gobierno de coalición que no logra encajar sus piezas para evitar ese desagradable chirrío que se escucha ya con más frecuencia de lo razonable. Iglesias, básicamente, se dedica a no hacer nada. No gestiona, no decide, no cumple con sus responsabilidades, no se acerca a las residencias, no visita a la ancianidad desvalida, no se preocupa de los dependientes, pese a que su cartera explicita su demarcación como ‘ministro de Derechos Sociales’. Sabido es que tuitea, que sigue con enorme atención las series televisivas, las comenta en las redes, las recomienda a sus colegas y que, de cuando en cuando, comparece en algún medio del movimiento para espantar el muermo y burlar el riesgo del olvido.
Le agrada también a Iglesias enzarzarse con sus compañeros de Gabinete por cuestiones que todo el mundo considera imposibles o absurdas. El líder de Podemos mantiene trifulcas sonoras con ministros de natural sensatos, como Calviño o Escrivá, también ahora con la ecologista Ribera, y siempre con Margarita Robles, el último baluarte del Ejecutivo que considera oportuno defender, de cuando en cuando, la Constitución.
Encabeza una formación comunista y radical, ultra y cavernaria, que incluye entre sus preceptos el de adorar el bellocino de la república por encima de todas las cosas, incluso de la razón
Conforme se hunde en las encuestas, la letanía de Iglesias ha pasado a centrarse obsesivamente en la Corona, a la que hostiga sin criterio y apaliza con clemencia. Cuestión natural si se piensa que encabeza una formación comunista y radical, ultra y cavernaria, que incluye entre sus preceptos el de adorar el bellocino de la república por encima de todas las cosas. Incluso de la enseñanza de la Historia y del dictado de la razón. Quizás le flaquea la memoria porque, hace apenas un año, prometió lealtad al Rey y hacer guardar la Constitución.
Las continuas andanadas contra la monarquía, tanto en la persona del Rey padre como en la institución toda, forman ahora el grueso de la munición con la que la pandilla morada intenta evitar su postración social, su pérdida de relevancia y su inevitable tendencia hacia la nada. Cierto es que Pedro Sánchez consiente estos perdigonazos contra el vértice del Estado. Es una fórmula pactada, un acuerdo entre machos alfa, plan diseñado desde el despacho de Iván Redondo y su viejo tambor.
Acelerón en los ataques
Sánchez e Iglesias lo tienen muy hablado, como aquí ha desvelado Luca Costantini. A Moncloa le vienen bien los exabruptos de Podemos contra la Monarquía porque, cada vez que lanza un bastonazo, más simpatías recoge el PSOE entre la izquierda menos cerril, la socialdemocracia que reniega de los exabruptos neandertales del equipo morado.
Reparto de papeles, distribución de argumentos. Lleva, sin embargo Iglesias unos días con más vehemencia en su discurso, con más decibelios en sus berridos. Quizás le han cambiado de cocinera, quizás Marlaska le envió tan solo diez mil policías para vigilar los muros de su mansión o es posible que haya ojeado las últimas encuestas. La demoscopia se muestra huidiza para con Podemos. Anuncia batacazo en Cataluña, similar al que ya sufriera en País Vasco y Galicia. Las ‘comunidades históricas’ no gustan de los populismos de importación. Los tienen propios. Y tan zánganos como los de fuera.
«Está en campaña, déjale, algo tiene que hacer», comentaban los arúspices de Moncloa. Escupir, arañar, berrear… No consigue ya Iglesias el impacto de antaño. Apenas conmueve, ni siquiera asusta
A fin de ganar algunos puntos entre el catalanismo más cerril, incurrió Iglesias en esa alabanza a Puigdemont, xenófobo y reaccionario, dirigente de una familia política de malversadores y ladrones, a quien llegó a comparar con el exilio republicano. Esto es, puso en el mismo plano a Sánchez con Franco, ambos al frente de sendos regímenes fabricantes de exiliados.
Algún analista ingenuo se ha fatigado estas horas en señalar las diferencias entre el orate racista catalán y Antonio Machado. Descomunal pavada, amen de innecesaria. Iglesias recurre al trazo grueso sabedor de su lento declinar. Sánchez, siempre en su línea, calla. Al menos por el momento. «Está en campaña, déjale que escupa, algo tiene que hacer», comentaban los arúspices de Moncloa. Escupir, arañar, insultar, amenazar… No consigue ya Iglesias el impacto de antaño. Apenas conmueve, ni siquiera asusta. El miedo cambió de bando, en efecto. Se ha instalado en el ala norte de La Moncloa, donde empieza a temerse que Podemos descienda por debajo del ‘nivel Anguita’ y no se logre reunir los diputados suficientes para renovar la mayoría Frankenstein en próximos sufragios. Escupir en la tumba de Machado quizás no sea el camino, pero el señor de las series parece que ya no tiene otro.