ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • Ni una línea ha dedicado Irene Montero en sus redes a las chicas israelíes violadas, asesinadas y paseadas como trofeos

Me pregunto qué clase de pozos negros tienen en lugar del alma quienes justifican las salvajadas perpetradas por sicarios del terror islamista contra población civil israelí este fin de semana. Cuánto odio albergan. De dónde procede el antisemitismo que los sitúa muy cerca de Eichmann o Hitler, con tanto como presumen de su condición ‘progresista’. Son los mismos que quitan hierro a los atentados de ETA porque la banda se definía como marxista leninista. Los que, como Iglesias, disfrutan viendo cómo unos manifestantes apalean a un policía. La misma hez sectaria blindada en esa conciencia de superioridad moral basada en consignas huecas, mentiras, dogmas incuestionables y contradicciones flagrantes.

Uno de los pilares de ese ‘progresismo’ de cartón piedra es su presunta defensa de las mujeres. Su feminismo ante todo. Pues bien, estos días hemos visto imágenes dantescas de chicas ensangrentadas, paseadas como trofeos para solaz de la turba al grito de «Alá es el más grande». Muchachas inocentes, cazadas a traición, golpeadas, violadas, vejadas y asesinadas por bárbaros que honran a su dios profanando sus cadáveres. Hermanas que al parecer no merecen ser creídas ni apoyadas porque, antes que víctimas, son judías merecedoras de cuantas crueldades sufran a manos de sus verdugos. Ni una línea ha dedicado Irene Montero en sus redes sociales a estas mujeres torturadas con una saña inhumana. Nuestra ministra de Igualdad, tan sensible a la cuestión del consentimiento expreso, no tiene nada que decir. No se conmueve ante el martirio padecido por estas criaturas ajenas a cualquier conflicto, a las miserias de la política, a los intereses que se esconden detrás de esta nueva matanza instigada por Irán, el país que financió en sus comienzos a Podemos. Un régimen muy ‘progresista’, donde se lapida a las adúlteras y se cuelga a los homosexuales, exactamente igual que en la franja de Gaza, controlada por sus secuaces de Hamas, todo lo cual se elimina de la propaganda izquierdista que reduce la cuestión a un cuento de buenos y malos.

Nuestro Gobierno «de progreso» oscila entre el silencio cómplice, el apoyo explícito de una diputada de Sumar («hoy y siempre con Palestina») y la equidistancia cobarde. «Necesitamos una paz justa y duradera y para eso hay que poner fin a la ocupación y que el pueblo palestino pueda vivir con dignidad», escribe Yolanda Díaz en equis, sin hacer alusión a los 260 chavales israelíes masacrados mientras asistían a un festival de música o a las decenas de rehenes, en su mayoría mujeres, ancianos y niños, secuestrados en sus granjas. Sin reconocer que Israel es una democracia y Hamás, el brazo armado de una teocracia cuyo objetivo no es la libertad ni el bienestar del pueblo palestino, sino la aniquilación de los hebreos y el establecimiento de la ley islámica en todo el mundo. Sin piedad, ni decencia, ni vergüenza.