IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La amnistía va a entregar a los constitucionalistas catalanes como rehenes de un pacto con el nacionalismo identitario

Eso que Sánchez llama la pacificación de Cataluña, el reencuentro o la concordia –y otros sinónimos que empezarán a sonar a partir de ahora– es para muchos de los constitucionalistas que se manifestaron el domingo en Barcelona la certificación de su derrota. Del abandono en que los ha dejado Sánchez para amarrar su permanencia en la Moncloa. Para el resto de los españoles, cuya soberanía fue atacada por la insurrección separatista, la amnistía supone una ofensa dolorosa; para los catalanes que viven bajo la hegemonía de los golpistas se trata de una demoledora traición histórica. Ellos habían creído de buena fe que el fracaso del ‘procès’ y el enjuiciamiento de sus autores fue un éxito del Estado, más o menos deslucido por la aplicación de un 155 blando. Pero primero la liga de poder con los sediciosos, luego los indultos y por último este proyecto de rehabilitarlos como aliados equivalen a la entrega completa de millones de ciudadanos como rehenes de un pacto. Tienen derecho –¿qué significa hoy esta palabra?– a sentirse víctimas de un fraude, de un engaño. El de un partido que seis años después de comprometerse en su defensa ha decidido cambiarse de bando.

La incorporación de los delincuentes del 1-O, con Puigdemont al frente, al consorcio de poder sanchista implica dejar en sus manos a los disidentes del nacionalismo obligatorio. A los parias, los otros, los ‘inadaptados’, como les llamaban durante la revuelta los secesionistas más fervorosos. Se van a quedar solos. Solos frente al pensamiento único, la imposición lingüística, el avasallamiento civil, el clientelismo identitario. Solos frente al señalamiento del discrepante, la pedagogía sesgada, la mitología separadora, el estado mental de independencia de facto. Solos y aislados ante la incomparecencia de las instituciones españolas encargadas en teoría de ofrecerles amparo. Solos ante el relato dominante de la ruptura y el agravio, ante el programa político y el clima emocional que ha instalado la conciencia supremacista en los más recónditos ámbitos cotidianos.

Esa narrativa excluyente, construida con paciencia y tesón de décadas, fue la base del levantamiento de 2017, el combustible de la insurgencia. El marco ficticio del ‘oasis catalán’, el apacible territorio de progreso, excelencia y refinamiento sometido a la fuerza por la España ceñuda, ladrona, envidiosa, antipática y grosera. El cuento de la resistencia épica de una supuesta nación más avanzada y europea donde los disconformes son apátridas morales que rumian su atraso y su rencor hablando castellano en la trastienda. La amnistía y el regreso triunfal del líder prófugo en Bruselas harán que el destino manifiesto del pueblo elegido resplandezca y consagrarán el apartamiento de los marginales en su decadente, catastrofista burbuja de perdedores invadidos de nostalgia y tristeza. Y lo llamarán convivencia.