LUIS HARANBURU ALTUNA-EL CORREO

  • Está bien mirar al futuro, pero los problemas actuales de un país sin rumbo o no se encaran o se hace en clave electoral

Iván Redondo ha corregido a Zygmunt Bauman al afirmar que a los tiempos que vivimos no cabe calificarlos de líquidos sino de gaseosos. «Nuestros tiempos son gaseosos», ha afirmado el augur donostiarra. La palabra gas la creó el científico holandés J. B. van Helmont en el siglo XVII y es una alteración del término latino ‘chaos’ (caos). Es comprensible que el principal asesor de Pedro Sánchez piense que los tiempos que vivimos son gaseosos, es decir, caóticos.

La sensación de caos se ha agravado tras la debacle electoral del PSOE en Madrid y la ‘invasión’ marroquí de Ceuta. De pronto, al actual equipo que nos gobierna desde La Moncloa, el presente se le ha puesto muy cuesta arriba y prefiere divagar sobre el futuro, consciente de que cualquier tiempo futuro será mejor. A la crisis de la pandemia le ha sucedido la crisis económica y la actual crisis migratoria ha puesto en evidencia las contradicciones y las debilidades del Gobierno. Una parte del Ejecutivo ha optado por movilizar al Ejército, mientras la otra parte aboga por la autodeterminación del Sáhara. Dos sensibilidades y dos políticas enfrentadas en el Gobierno de la nación, que muestran su extrema debilidad.

España, junto a otros 193 países, suscribió en 2015 la Agenda 2030, que contemplaba 17 objetivos para obtener un futuro más justo, progresivo, igualitario y limpio. La Agenda 2030 la gestionó Pablo Iglesias hasta su reciente dimisión y ahora la gestiona la flamante ministra Ione Belarra. Faltan nueve años para la culminación de la agenda y un somero vistazo a los objetivos marcados nos muestra que hemos avanzado muy poco, o incluso retrocedido, en el logro de las metas propuestas. Es por ello que sorprende el hecho de que Pedro Sánchez nos proponga una nueva agenda con fecha en la España de 2050.

Mirar al futuro, incluso lejano, es una necesidad imperiosa para marcar el rumbo de las políticas actuales. Es bienvenido, en este sentido, el ejercicio de prospectiva coordinado por Iván Redondo, pero lo que se conoce del documento suscrito por 103 expertos se parece mucho a un ‘corta y pega’ de otros documentos monclovitas en los que la retórica y la neolengua dominan sobre el rigor del análisis y la certeza de los diagnósticos. Todo parece indicar que la presunta España 2050, que «pretende ser una visión, un ejercicio, una reflexión, un compromiso, un horizonte, un territorio y un espacio de diálogo para medir, analizar y actuar», en palabras de su coordinador, no es más que una fuga de gases para enmascarar las graves deficiencias y carencias del presente. La realidad se vuelve gaseosa, caótica, cuando la propaganda y la ficción no aciertan a enmascararla. La inconcreción y la retórica son dos recursos, tan diletantes como elusivos, que La Moncloa está utilizando con asiduidad y reiteración.

A día de hoy desconocemos el contenido exacto del texto enviado a Bruselas a fin de obtener los fondos que Europa ha articulado para paliar la catástrofe humana, sanitaria y económica tras el covid. Ni el Parlamento español lo conoce en todos sus términos. Parece que La Moncloa prefiere escudarse en los ‘expertos’ y no dar detalle a quienes por ley está obligado a atender. Es recurrente la creación de comités de ‘expertos’ para sancionar el cumplimiento de las promesas electorales, gestionar la pandemia o asignar fondos a empresas de dudosa idoneidad.

Ahora se nos propone un mapa que sitúa en el año 2050 la solución de nuestros problemas endémicos, pero resulta que los problemas actuales o no se encaran o se hace en clave electoral y sectaria. España es hoy un país al borde de la quiebra, con una reputación en caída libre y sin un rumbo razonable para abordar el corto y el medio plazo. Es irresponsable proponer un diálogo nacional para encarar la España de 2050, cuando ahora el diálogo se evita por sistema y convicción.

El sanchismo atraviesa un momento crítico en el que las urnas le son adversas y se incrementa la percepción social de su prepotencia y debilidad. El antisanchismo va cobrando cuerpo, como se acaba de demostrar en las elecciones de Madrid. Trucos como la exhumación de Franco, la impugnación del falso fascismo o la sustitución de vacunas por pegatinas están amortizados y la forzada prospectiva de ‘España 2050’ carece de credibilidad.

Puede que el informe en sí sea valioso, pero puesto en boca de Pedro Sánchez tiene un déficit de credibilidad. Cuando el estado de mendacidad se instala de modo sistémico, incluso las verdades suenan a engaño. Fiar a 2050 la mejora del empleo, la productividad de nuestras empresas o la mejor articulación del territorio español suena a broma y a humo, cuando España se encuentra a la cola de Europa en cuestiones de empleo, educación, productividad, innovación o atraviesa, en Cataluña, la crisis territorial más grave de su historia.

Hay un refrán euskaldun que conviene al gaseoso informe de la España 2050: ‘Urrutiko intxaurrak hamalau, gerturatu eta lau’, es decir, el lejano nogal parece que tiene muchas nueces, pero cuando te acercas ya no tiene tantas. Tal como habrían escrito Tirso de Molina, Zorrilla o Cervantes, ‘Cuán largo nos lo fiais, amigo Sánchez’.