JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC

  • Las medidas solo pueden ser dos cosas: o bien el sueño de un malvado para rematar a una economía agonizante, o bien una teatralización

Las famosas ‘medidas de Sánchez’ no tienen nada que ver con el ahorro, menos aún con la eficacia y mucho menos con la eficiencia. Lo ha contado su socio vasco, el civilizado, así que nos ahorramos la pesadez. Las pesadeces alejan al lector de columnas, que pide graciosa agilidad. Las famosas medidas desconocen lo que ha explicado Ayuso: el círculo virtuoso de una generosa iluminación callejera. Y su reverso: el círculo vicioso de la oscuridad urbana, que yo conocí en Moscú, en Varsovia, en Sofía, en Bucarest. La libertad va acompañada de ciudades refulgentes en la noche, del mismo modo que en la tiranía es como si de día faltara el sol. Las medidas, salvo locura, solo pueden ser dos cosas: o bien el sueño que un malvado se dispone a materializar para rematar a una economía agonizante y regocijarse en la miseria, o bien una teatralización. Creo que es lo segundo.

¿A qué obedecería la siniestra función? En principio no se entiende por qué iba a desear el autócrata que España luzca como aquellos satélites de la URSS. Es imposible, incluso para Antonio, ignorar cuánto le beneficia a nuestro país ser percibido en el mundo entero como sinónimo de alegría, ocasión de fiesteo y bailongo, fuente inigualable de postales cuando las había y de jubilosos ‘selfies’ hoy, fábrica de evocaciones, lugar de apareamientos sin cuento cuando el turista es joven y de jubilaciones sosegadas cuando es viejo. ¿Por qué disfrazarnos de tristeza?

En primer lugar, porque, como aquí adelantó un editorial, iba a tener un coste la chulería de una ministra desastrosa al afirmar que la racionalización de la energía no iba con nosotros. En Alemania llevan un cabreo de aquí te espero, pues tienen la fundada sensación de haber contribuido a nuestra red de infraestructuras cuando la pertenencia al club europeo nos reportaba cuantiosos fondos, y de habernos sostenido en pie cuando la crisis de 2008, y de momento también en esta, con un BCE básicamente alemán que ha garantizado fondos y fondos sin límite como si fuéramos fiables. Entiéndase: hemos sido fiables en la medida en que esa disposición del BCE ha existido. Las cosas están a punto de cambiar drásticamente en la nueva era de la inflación.

Así pues, cuando los alemanes se están haciendo a la idea de que este invierno pueden pasar frío (y pasar frío allí es de espanto), la ministra desastrosa les ha lanzado el desafío más idiota y más inoportuno. Nos ha puesto en la diana del prejuicio, que tan bien conocemos. Ha dado pie a un una ola de hostilidad en la que resurgirán todos los tópicos del español que sestea. Por eso hay que hacer teatro, apagar España, sumirla en la oscuridad para que las deprimentes imágenes circulen y la opinión pública mundial se diga «¡hay que ver cómo se está sacrificando España!». No saben bien el sacrificio que viene si la tesis Ayuso-Urkullu no se impone al drama que Antonio está organizando.