ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC
- El Rey resiste el asalto de las fuerzas que han aupado a Sánchez al Gobierno
Cuando todo parece perdido, cuando una empieza a preguntarse si esta España decadente conserva los atributos mínimos requeridos para ser considerada todavía una nación, aparece el Rey en la pantalla del televisor y pronuncia un discurso rotundo, redondo, valiente, inteligente, en el que nos sentimos plenamente representados cuantos amamos la libertad y a nuestra patria. Un discurso cargado de sentido común y esperanza. Un auténtico alegato en favor de la unidad y la Carta Magna como elementos garantes de un futuro de progreso. «Fuera del respeto a la Constitución no hay democracia ni convivencia posible; no hay libertades sino imposición; no hay ley sino arbitrariedad».
Las palabras de Felipe VI no disipan la preocupación acuciante ante la situación por la que atravesamos, aunque aportan el consuelo de saber que en el vértice de organigrama oficial hay alguien decidido a proteger nuestro legado hasta el límite de sus capacidades. Una institución que acierta en el diagnóstico y resiste a pie firme el asalto feroz de las fuerzas empeñadas en destruir lo que nos une. Las mismas que han aupado a Pedro Sánchez hasta el Gobierno y lo sostienen a costa de agrandar día a día las múltiples vías de agua abiertas en el casco del buque.
Por más que repugne a la razón democrática, no es sorprendente que todos los socios del presidente, sin excepción, hayan criticado con dureza el mensaje navideño del Monarca. Ninguno de ellos se esconde. Trabajan abiertamente para instaurar la república, quebrantar la indisoluble unidad de la nación, acabar con la igualdad entre los españoles a base de adjudicarse privilegios, desterrar nuestra lengua común de las regiones donde ejercen el poder, privando incluso a los niños del derecho fundamental a utilizarla en su aprendizaje, y por supuesto acaparar riqueza, en detrimento de la solidaridad indispensable para llevar adelante un proyecto colectivo. Sus intereses son incompatibles con los valores enarbolados por el soberano en esa alocución impecable. Ellos alientan la división, él la unidad. Fomentan el enfrentamiento, enemigo de la convivencia fecunda. Miran a un pasado mítico, cimentado en una mezcla de puro materialismo y delirios identitarios, en lugar de aspirar al futuro de éxitos compartidos que podría aguardarnos, juntos, si tomáramos conciencia del gran país que tenemos y nos empeñáramos en conservarlo para dejárselo intacto a nuestros hijos.
Es perfectamente lógico que la extrema izquierda agrupada en Sumar o los separatistas de diverso pelaje renieguen del proyecto dibujado por el rey, frontalmente opuesto a sus pretensiones. Lo que resulta indignante a ojos de cualquier español bien nacido es que el líder socialista, responsable de cumplir y hacer cumplir la Constitución, haya puesto al Jefe del Estado en la tesitura de cumplir con su deber y honrar la Corona que encarna haciendo ese llamamiento a salvar la nación amenazada. Que lo haya dejado solo en la defensa de España.