Los chicos de EH Bildu siempre hacen de las suyas. En 2023 aún gustan de coquetear con la sangre de nuestros muertos. Sus sucios símbolos aún nos salpican. En la política, como en el amor, todo es símbolo. Este es el lenguaje, nunca hubo otro.
Por eso me genera repulsa que metan en sus listitas a condenados por asesinatos terroristas, aunque sea en puestos medianos o inferiores, porque esa es su forma de escupir en el plato que les dimos de comer, noblemente. Aunque sonrían sentados a nuestra mesa. Aunque se les quitasen las ganas hace ya tiempo de reventarnos los coches y el pensamiento y los cuerpos y el futuro.
¿Se les quitaron, en verdad, o no les quedó otra? La nuestra es una victoria pírrica, escuálida algunos días. Le acariciamos el lomo al caballo de Troya. Vivimos en el alambre por una causa justa, por un bien mayor. Guardad la pistolitas, niños, esto es la democracia, aunque os sepa a aceite de ricino. Es un riesgo asumible. Es un pacto que nos honra.
La necia de Irene Montero manifiesta su «máximo respeto» a la legalidad en estos espinosos casos. ¿Diría lo mismo si un condenado por asesinato machista fuese en una lista de Vox? Sé que no. Sé que no. Siempre ha hecho trampas. Decía la iluminada (autoproclamada «feminista») que lo personal es político, como Kate Millet, y que la violencia macha también era asunto de Estado, que un sistema entero la avalaba. De acuerdo. Comprobamos ahora que para la ministra de la nada hay algunos asuntos de Estado más importantes que otros. Algunos cadáveres leves y otros con peso: milagros de la física.
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Si te matan, deben matarte bien (debe matarte la persona correcta) para contabilizar a sus ojos, para que le regrese a la mente el recuerdo de la suma, para que se le ilumine la cara como una máquina tragaperras con tres cerecitas en línea. Pero un muerto olvidado es un muerto dos veces.
La solemnidad de la ley es una cosa que le importa a Irene Montero, pero a ratos. Cuando era una joven revolucionaria le divertía estirarla (entonces hablaba de «jarabe democrático», que es un líquido abstracto que emana, en general, de la fuente de su arco del triunfo). Incluso soñaba con cambiarla. Luego nos ha enseñado que disfruta toqueteándola sin muchas luces, como con el ‘sí es sí’ y la ley trans. Máximo respeto. Respect.
Irene Montero sabe, como yo, que que algo sea legal no significa que sea justo. La ley es falible porque la hacen los hombres. Es el sentido común y la dignidad lo único que nos queda frente a la norma.
Yo creo que la ley ha vuelto a errar. Creo que ningún condenado por asesinato debería figurar en ninguna lista electoral, del tipo que sea. Sorpresa: los seres humanos no somos recién nacidos, ni siquiera a la luz del Estado del bienestar. Sorpresa: los seres humanos tenemos pasado, y su condición es perseguirnos cada día. Los delitos de sangre tienen ya más memoria que nosotros como pueblo, terruño guapo y más bien olvidadizo. Dejaron manchadas para siempre las casas, las familias, los mercados, el asfalto, los pueblos. Nadie que se haya ensuciado las manos debería acceder a un cargo público. Y menos a un cargo que aspire a representar a la ciudadanía, que se presupone ejemplarizante.
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Bien que nos hemos comido otros casos de inhabilitación (mucho más polémicos) para el ejercicio de lo público, sin tanta pataleta. El juez Garzón estuvo condenado once años por prevaricar en la investigación del caso Gürtel. La sentencia consideró que restringió arbitrariamente el derecho de defensa de los imputados. Pero estos etarritas se ve que no han restringido arbitrariamente los derechos de nadie.
Sí que nos hemos tomado a pecho lo de la reinserción. Tanto, que el buenismo nos matará. Como mujer progresista desde luego que estoy a favor de la reinserción, pero creo que hay muchas vías para alcanzarla (la empresa privada, por ejemplo). Llámenme loca, pero me interesa también algo llamado justicia restaurativa. Y de esa andamos escasitos.
Siempre pagaremos cara nuestra amnesia en este país atontado que tirita de memoria histórica (la burla del resto de Europa) y que contiene trazas de etarra y trazas de franquista, como cuando el PP subvencionaba a la también legalísima Fundación Francisco Franco. Siempre pagaremos caro que aún nos regente la canalla.