Cristian Campos-El Español
 

Fuentes diplomáticas israelíes que suelen responder «no» cuando quieren decir «no» y «no haremos comentarios» cuando quieren decir cualquier otra cosa me respondieron este fin de semana «no haremos comentarios» cuando les pregunté por los motivos por los que ni Pedro Sánchez ni José Manuel Albares viajaron la semana pasada a Israel junto a Roberta Metsola y Ursula von der Leyen.

«¿Es porque el Gobierno israelí les comunicó que no serían bienvenidos?», les pregunté. «No haremos comentarios» me respondieron.

«¿Es por el posicionamiento de al menos una parte del Gobierno español en contra de Israel y en apoyo de Hamás?». «No haremos comentarios».

«¿Es cierto que Pedro Sánchez es el único presidente de un país occidental que no ha llamado a Benjamin Netanyahu para mostrarle su apoyo?». «No haremos comentarios».

Mi problema fue adelantarme en unas horas al comunicado que la embajada de Israel publicó ayer lunes. En ese comunicado, la embajada denuncia las declaraciones antisemitas de varios miembros del Gobierno español y les acusa de poner en peligro a los judíos españoles, «exponiéndoles al riesgo de un mayor número de ataques antisemitas». También les acusa de estar «en línea» con el terrorismo «tipo» ISIS.

A la complicidad con golpistas y condenados por terrorismo, Pedro Sánchez debe sumar ahora unas acusaciones no precisamente banales de antisemitismo y de indiferencia, si no complicidad, respecto al terrorismo yihadista.

«No te imaginas el ridículo que estamos haciendo» le dijeron fuentes diplomáticas españolas al periodista de EL ESPAÑOL Alberto Prieto el pasado viernes. «Es seguro que la embajada israelí hace informes explicando en detalle las reacciones del Gobierno español y los requiebros de Sánchez y de Albares para contentar a todos sus socios» me dijo luego a mí un buen conocedor de la atmósfera diplomática internacional.

Dicho de otra manera. En Tel Aviv conocen perfectamente lo que hace el Gobierno de España.

Los motivos del «rídiculo» son obvios. No es sólo que Pedro Sánchez esté desaprovechando para España la presidencia de la UE, una vez pasadas las elecciones y constatado que esta no supone ninguna ventaja para él en la batalla por su investidura.

Es que España ha sido el país que más ha presionado en las instancias europeas para que la UE mantenga las multimillonarias ayudas a la Autoridad Palestina, que en la práctica financian las armas de Hamás mientras mantienen Gaza en un estado tercermundista.

También es el único Gobierno cuyos ministros han pedido el procesamiento de Benjamin Netanyahu como criminal de guerra mientras los cadáveres de las víctimas israelíes del terrorismo yihadista estaban todavía calientes.

Y es el Gobierno español el único de la UE que ha llamado a protestar en contra de Israel en manifestaciones donde se han lanzado proclamas que llaman al exterminio de los judíos. La distinción que hacemos en España entre los dos miembros principales de la coalición de Gobierno, PSOE y Sumar/Podemos, no tiene relevancia en el terreno internacional: si un ministro del Gobierno español acusa de «genocidio» a Israel, es el Gobierno español el que llama «genocida» a Israel.

Esto es fácil de entender.

«En Israel tenemos clara la diferencia entre los españoles y su Gobierno» me dice un antiguo activista sionista. Pero la sospecha de que España es el cabo suelto en el bloque de las democracias occidentales y Pedro Sánchez, el Gustavo Petro de la Colombia europea, empieza a coger fuerza.

Este tuit de Pedro Sánchez, por ejemplo, ha sido interpretado como control de daños.

Sumándose a una posición común en la que España no ha jugado ningún papel relevante, el presidente pretende esquivar la crítica de sus socios parlamentarios al mismo tiempo que regatea su obligación de posicionar a España en el conflicto. «Yo, lo que diga la rubia» parece estar diciendo Sánchez. Siendo la rubia, claro, la UE.

Pero en el plano interno, Sánchez ha dado vía libre para que Sumar/Podemos hagan apología de posiciones abiertamente antisemitas.

Israel no va a abrir un frente diplomático con España, un país irrelevante en la esfera internacional. Porque a Israel le importa bastante más, como a Estados Unidos, la relación con Marruecos.

En cuanto a Washington, no existimos para ellos más allá de las cortesías diplomáticas de rigor. Nadie es tan idiota en la Casa Blanca como para confundir el posicionamiento atlantista de compromiso de Pedro Sánchez con un compromiso con los valores de la Alianza Atlántica, que es algo muy distinto.

España pagará en un futuro próximo este nuevo desplante a una bandera aliada. En este caso la de Israel, última frontera de Occidente frente al bloque autocrático compuesto por Rusia, Irán, China y esos otros Estados gamberros cuyo único vínculo común es el antiliberalismo. Y lo pagará sobre todo en el terreno comercial (España tiene importantes acuerdos, por ejemplo en materia militar, con empresas israelíes).

José Luis Rodríguez Zapatero tiene al menos la excusa de haber destruido la posición internacional española por un empecinamiento ideológico infantil, pero sincero («no a la guerra»). Sánchez, en cambio, la ha rematado sin más motivo que el de no excitar los ánimos de los más antisemitas de sus socios.

Es decir, para garantizarse la investidura.

De nuevo, un país entero a cambio de los intereses personales de un solo hombre.

No parece que haya remedio a medio plazo, y ni siquiera a largo, para España. Oír a los políticos españoles hablar de Israel y Palestina es ser absorbido por un maelstrom de lugares comunes y de propaganda islamista no muy distinta de la que braman los que hoy se manifiestan a favor de Hamás en Barcelona o Madrid. Hasta la izquierda francesa, probablemente la más primitiva ideológicamente de Europa tras la española, ha marcado distancias con el antisemitismo de Jean-Luc Mélenchon.

En España no veremos un gesto de este tipo mientras Sánchez sea presidente.

Yo sólo he oído a un político español hablar con cierto orden y claridad mental de Israel, José Manuel García-Margallo. Por supuesto, no hace falta ser un experto en Oriente Medio para opinar de Israel: el conocimiento exhaustivo puede ser sustituido por un posicionamiento moral de sentido común, que es la postura de Isabel Díaz Ayuso. Pero a falta de conocimiento y de una brújula moral funcional, ¿qué habilita a nuestros políticos, ignaros en geopolítica, a opinar sobre Israel? Esa raya que en los mapas antiguos señalaba el límite del mundo explorado y que se adornaba con la frase «a partir de aquí monstruos» es, para el gobernante español medio, la M-30.

Nada cambiará en este sentido si el PP llega al poder. Quizá daremos respuestas levemente más aseadas a los conflictos internacionales. Pero el mundo nos seguirá cayendo igual de lejos. España vive al margen de los grandes flujos políticos internacionales. Somos un país sin autoconciencia, genéticamente aislacionista, es decir franquista. Un asilo de burócratas en ese asilo de burócratas llamado UE.

En Gaza (y en Ucrania) se juega en estos momentos una partida de ajedrez geoestratégica que tendrá importantes consecuencias en la batalla de las democracias liberales occidentales contra las satrapías orientales. Y España es hoy ese niño granujiento y malcriado que da vueltas alrededor del tablero pateando las piezas para reclamar un poco de atención. ¿De verdad este era el momento adecuado para pedir el reconocimiento de un Estado palestino? ¿Es que acaso no comprenden que eso, ahora, supone premiar a Hamás por su matanza?

Todavía nos va a caer un guantazo.