ABC-LUIS VENTOSO
El país no se merece que lo salden, como hará hoy el PSOE en Barcelona
COLA del control de la T4 con un buen mogollón. Pasado el arco, un hombre en el final de la veintena aguarda junto a la guardia de seguridad que radiografía los equipajes. «Abra la maleta», le ordena ella cuando aparece en la cinta. El chaval obedece y sale a la luz un ultramarinos: tres barras de lomo y una de chorizo, tres quesos redondos de oveja, latas de pescado variadas y un par de cartuchos de jamón. El tono cambia. A la vigilante se le pinta una sonrisa coñona: «¡Pero a dónde vas hijo!». «A Oslo», responde él con careto de resignación. Ante el festival de los quesos se suma otra agente con ganas de cháchara: «¡A Ojlo! –le suelta con la “s” aspirada mostoleña– ¿Y llevas mucho tiempo allá? Porque parece que extrañas la comida española…». «La echo mucho de menos, sí. Lo de allá no me va…». Las dos se ríen: «Pues seguro que lo que llevas se lo van comer todo tus amigos. Anda, pasa, pasa…».
La escena anterior sería improbable en cualquier aeropuerto del norte de Europa, donde impera el frío emocional. España no ha sido bendecida con petróleo, gas o tesoros mineros. Sin embargo cuenta con una inagotable reserva de cordialidad. He entrevistado a muchos hispanistas foráneos, y cuando les preguntaba qué les había atraído de España, la respuesta no fallaba: «Su gente». Hay defectos: envidiosetes, un poco anárquicos, y ahora además se ha expandido el virus del resentimiento social, un populismo zurdo que solo propone una frustrante igualación a la baja. Pero en general, somos un pueblo abierto y jovial, solidario, familiar y acogedor.
De los españoles cabría decir que son «buena gente», que valen la pena. Por eso duele que el país esté siendo traicionado por el oportunismo de un superviviente experto en «manuales de resistencia». El pueblo español no ha votado, como se quiere hacer creer, por un Gobierno de socialistas y populistas de ultraizquierda sostenido por los separatistas que lidera un preso sedicioso. La suma de PSOE, PP y Ciudadanos, las opciones más templadas, es abrumadoramente mayoritaria. Pero la elasticidad moral del aspirante socialista, que en menos de un mes ha traicionado todas sus palabras y promesas del debate electoral, nos tiene a las puertas de una aberración que burla toda lógica: un partido constitucionalista asociado con uno que quiere romper el orden constitucional y destrozar España. La degradación de nuestro periodismo, y el silencio bochornoso de dirigentes socialistas a los que esta maniobra les parece aberrante, hace que avance sin mayor escándalo el intento de vender a España en el mostrador de los independentistas. El PSOE promete no salirse de marco constitucional en las negociaciones, cuando sus interlocutores de ERC plantean como condición irrenunciable la «autodeterminación», léase la independencia (y ojo: si Sánchez diese pasos hacia ahí, delinquiría en su condición de presidente). El PSOE promete luz y taquígrafos. Pero hoy se sentará con los separatistas de ERC ocultándonos qué oferta lleva. Engaños que suceden ante los ojos de un país adormilado en su prosperidad, que podría no durar si se emprende la ruta prevista.