Rubén Amón-El Confidencial
- El coronavirus nos sorprendió una vez y vuelve a hacerlo, convirtiendo nuestro Estado en el ejemplo absoluto de la negligencia política, sanitaria, preventiva, económica y social
Puede entenderse hasta cierto punto que el coronavirus nos sorprendiera en marzo, pero resulta indignante y vergonzoso que haya vuelto a sorprendernos seis meses después, de tal manera que el centro de gravedad de Madrid es a la vez la zona cero de la catástrofe y el escenario que capitaliza el desastre de la gestión política y sanitaria. No solo por la asombrosa negligencia de Díaz Ayuso, también por connivencia la del Gobierno nacional, calamitoso en la gestión cenital de la crisis y protagonista de un siniestro juego político que recrudecía en Madrid la obscenidad y temeridad de los cálculos electoralistas. El pulso de Ayuso contra Sánchez y de Sánchez contra Ayuso puede terminar reabriendo la morgue del Palacio de Hielo. Y convirtiendo Madrid en un matadero.
No hablamos aquí de madrileñismos ni de localismos, entre otras razones, porque el flujo demográfico, económico, radial, cultural y plural del foro contradice cualquier discurso identitario. Madrid es el cráter de la catástrofe sanitaria, la expresión nuclear de un país quebrantado por la desidia y por la incuria.
El pulso de Ayuso contra Sánchez y de Sánchez contra Ayuso puede terminar convirtiendo Madrid en un matadero
España es el Estado europeo que peor entró en la pandemia y el que ha recaído con peores expectativas. No existe otro ejemplo ni socio comunitario donde puedan compararse de manera solidaria nuestras estadísticas de muertes, contagios, personal sanitario enfermo, ancianos fallecidos, depresión económica, desempleo, clausura de empresas, asistencialismo fallido, brecha social, derrumbamiento bursátil y repunte vírico. El confinamiento ha resultado tan desastroso como el desconfinamiento. Y la falta de coordinación ha sido la pantalla vomitiva de las peleas partidistas. No digamos en el duelo grotesco que han radicalizado Sánchez y Ayuso hasta que se han puesto a contar cadáveres y votantes en agonía.
Bien podía haberse decretado el estado de alarma en Madrid, pero hacerlo significaba convocar un tabú, asumir el desastre y desenmascarar al PP en su siniestro filibusterismo. ¿Cómo iba a reclamar Ayuso para la comunidad el estado de alarma que Casado rechazaba en el Parlamento? Aplicarlo desde hoy no significa confinar a siete millones de personas. Significa disponer de un marco jurídico y normativo donde pueden ejecutarse medidas de emergencia extraordinarias con recursos extraordinarios.
Nos encontramos como si estuviéramos a finales de marzo de 2020, aturdidos por la ‘singularidad’ de un virus asiático que se ha cebado con España
La psicosis que acojona a la Comunidad de Madrid es el reflejo de la vulnerabilidad y de la inoperancia. No se han hecho suficientes tests. Han fallado los rastreos. No ha habido suficiente prevención. Se han descuidado los medios. Está saturada la Atención Primaria, empiezan a colapsarse las UCI. Y se han abierto las puertas de los colegios y de las empresas como un ejercicio de voluntarismo y de superstición. Nos fuimos de vacaciones pensando que la enfermedad desaparecería a nuestro regreso, como si la hubieran desintegrado los rayos del sol y el reguero de los ‘gin-tonics’.
Y nos encontramos como si estuviéramos no a finales de septiembre, sino a finales de marzo de 2020, aturdidos y sorprendidos por la ‘singularidad’ de un virus asiático que se ha cebado en España, como si no fuera el mismo virus que ha sabido contenerse y relativizarse en Portugal, Italia o Grecia.
Menciono premeditadamente el acrónimo de los PIGS, consciente de que Spain es el único de ellos que retoza como un cerdo en el fango de la mala política y de los eslóganes onanistas. “Tenemos la mejor sanidad del mundo”, nos decíamos recreándonos en una magnífica erección de viagra.
El covid-19 será en España el covid-20 y el covid-21, hasta el extremo de que la única solución tranquilizadora consiste en el optimismo irresponsable de Sánchez —quedó reflejado en la entrevista de La Sexta— y el milagro de la vacuna. Nos la ha prometido Sánchez en España igual que Trump en Estados Unidos, de tal modo que la providencia científica representa el único recurso susceptible de confianza y el único remedio al caos político, aunque el mágico elixir puede tardar meses —¿años?— en llegar. Y aunque tendrán que reabrirse las morgues para alojar los cadáveres impacientes.
No ha habido un solo caso de dimisión. Nadie ha asumido una sola responsabilidad política. El ministro de Sanidad es el mejor valorado del Gobierno. El portavoz Simón se ha convertido en un ídolo de masas. Torra se esconde en la estelada. Y los sondeos a medida de Tezanos sobrentienden que a Sánchez le beneficia demoscópicamente el cementerio de los 40.000 muertos. Cada vez está más fuerte Caronte en la travesía del infierno.
No ha habido un solo caso de dimisión. Nadie ha asumido una sola responsabilidad política
Ayuso se recrea en su batalla ideológica del bien (ella) contra el mal (Pedro y Pablo). Y sus consejeros no se hablan entre sí, de tal manera que la catástrofe, el colapso, la vergüenza necesitan encontrar a los verdaderos responsables. Y es entonces cuando aparecen como corderillos los ciudadanos, culpables nosotros de haber subestimado las medidas preventivas, cuando no ha habido verdaderas campañas de prevención, ni se han prodigado las PCR, los rastreos, la tecnología aplicada. Se le puede poner la otra mejilla al prójimo, pero no se puede morir dos veces. La mascarilla ha sido la mortaja, cuando no el bozal, del silencio.
Entiendo que no es justa la generalización. Y que ha habido gobiernos locales y autonómicos capaces de sobreponerse con mérito e ingenio —nunca con medios— a la sacudida feroz del coronavirus en el partido de ida y en el de vuelta, pero Madrid, de la Puerta del Sol a la Moncloa, es la medida abyecta de la negligencia de Sánchez y de la fatídica inoperancia de Ayuso. No pasa nada. El uno y la otra ganarán sus respectivas elecciones. Porque España tiene una enfermedad real, que es el covid-19. Y una enfermedad autoinducida, que es la amnesia.
Y una enfermedad antropológica, que es el cainismo. La irresponsabilidad con que Unidas Podemos —y algunas agrupaciones socialistas— ha sublevado los barrios humildes contra Ayuso es tan flagrante como el oportunismo de Vox organizando una ‘mani’ exigiendo la cabeza de Sánchez en la Puerta del Sol, aunque ya sabemos que la calle es de la izquierda y que solo la izquierda homologa cuándo puede utilizarse y cuándo no.