Isabel San Sebastián-ABC

  1. Se consolida el frente liberticida integrado por Sánchez, Iglesias, Junqueras y Otegui

España se encuentra en estado de extrema gravedad, y no por el Covid. La pandemia ha provocado una terrible crisis sanitaria y económica, pero sobre todo ha creado las condiciones idóneas para favorecer la consolidación de un frente cuya pretensión es acabar con la Constitución que ampara nuestros derechos y libertades, como paso previo a la liquidación de la Nación española. Y en ello están sus integrantes, a velocidad vertiginosa.

Mientras la oposición anda a la greña, la historia del siglo pasado se repite implacablemente en forma de tragedia anunciada. España se deshilacha, se descompone, sucumbe pieza a pieza a los golpes que le propinan sus peores enemigos; los que desde dentro de sus instituciones democráticas trabajan para quebrar sus costuras seculares, ahora con la complicidad de un Ejecutivo traidor que nos ha vendido al separatismo a cambio de los presupuestos que aseguran su supervivencia. Mal que nos pese a muchos, resulta certero el diagnóstico de ese Rufián portavoz de quien hace y deshace a su antojo en la política patria: «El centro del Estado ha cambiado y ahora el Gobierno debe pactar obligatoriamente con el independentismo de izquierdas vasco y con el independentismo de izquierdas catalán». Siniestra verdad donde las haya. Sánchez e Iglesias necesitan a Junqueras y Otegui tanto como estos les necesitan a ellos, motivo por el cual permanecerán unidos, contra viento y marea, cabalgando cuantas contradicciones y mentiras hagan falta para conservar las poltronas. Únicamente el PNV sobra en la ecuación y acabará descabalgado. En lo que atañe a los demás, el poder constituye una argamasa formidable, impenetrable a la corrupción, la sedición, un largo historial terrorista del que nunca ha renegado aquel que en la banda tenía por alias «Gordo» y hasta los asesinatos de los compañeros de siglas. Un antídoto infalible contra los escrúpulos y la decencia.

El proceso viene de lejos. Empezó a cobrar forma en 2004, en Perpiñán, cuando Rovira pactó con «Josu Ternera» que ETA no matara en Cataluña mientras sus respectivos partidos, ERC y Batasuna, hoy Bildu, tejían una estrategia conjunta destinada a desmontar las defensas del Estado de Derecho. Pronto acudió en su auxilio Zapatero, quien, so pretexto de lograr «la paz», legalizó al brazo político de unos terroristas que ya estaban policial, judicial y socialmente derrotados, a la vez que iniciaba el derribo del régimen del 78 con esa infausta Ley de Memoria Histórica ahora reconvertida en Memoria Democrática (¡qué sarcasmo!) Esos polvos, que nadie barrió cuando era posible hacerlo, han traído estos lodos donde chapotean a placer Sánchez, Iglesias y sus socios. La liquidación del español como lengua vehicular de la enseñanza y quién sabe si de la Administración, si prosperan las últimas pretensiones secesionistas. La supresión de la Historia de España de los planes de estudio en Cataluña. Los privilegios de que gozan terroristas y golpistas presos. El asalto a la Justicia. La censura a cargo del «ministerio de la verdad». El liberticidio.