LIBERTAD DIGITAL 28/10/16
CRISTINA LOSADA
· El parlamento será, o hay condiciones para que lo sea, el lugar donde se forje un clima consensual mucho más productivo que el puro enfrentamiento.
Hay un reloj por ahí que marca los días que España ha pasado sin que se pudiera formar un nuevo Gobierno. A estas horas marca 312 días, 18 horas, 19 minutos y 42 segundos. Pero la longitud de ese período, aunque sea importante, no es lo que importa. Lo que importa es que estos meses de continuo déjà vu han mostrado dos maneras de afrontar los retos que plantea el nuevo mapa político español. Dos actitudes distintas y opuestas que se han reflejado en dicotomías como pactar o no pactar, permitir el paso o bloquear y, en definitiva, poner en marcha la legislatura o convocar elecciones una y otra vez.
Bien mirado, la actitud bloqueadora equivalía a no adaptarse a la nueva situación, sino a tratar de modificarla en beneficio propio: dar el sorpasso al PSOE en el caso de Unidos Podemos; hacerse con una mayoría más amplia, en el caso del Partido Popular. Los socialistas, desde que fracasó su intento de investidura a manos de los podemitas, se limitaron al empeño de evitarse daños añadidos, cosa que no era fácil, dado que cualquiera de las opciones tenía coste político. Su decisión final, la de abstenerse, es la que ha permitido salir de un bucle que sólo contribuía a desgastar la confianza en el sistema político. Un desgaste del que sacan tajada aquellos partidos cuyo propósito es socavarlo.
El debate de investidura nos ha permitido ver una versión caricaturizada de la actitud de bloqueo: la que centra la dicotomía en el sí o el no a Rajoy. Allí salieron portavoces de partidos que sacaban pecho de su no y se mostraban, en general, muy fieros. Pero, a pesar de su fiereza, y en realidad por ella, su no a Rajoy tenía el tono del pasado, del enquistamiento y del cálculo político más cortoplacista. Encerrados en el no, daban la espalda al nuevo marco político que se consolidará en los próximos tiempos, caracterizado por el hecho de que el próximo Gobierno estará obligado a negociar con otros partidos con una frecuencia e intensidad inéditas.
Ahora, bajo el efecto embriagador de la retórica, parecerá que los más fieros del no son los que marcarán la agenda, liderarán la oposición y tendrán más que ganar en una situación donde no estarán claros los frentes y los bandos. Y yo no tengo duda de que los del «No a Rajoy» van a tratar de mantener vivos el frentismo y la política como confrontación, pero dudo mucho de su éxito. Porque estarán fuera y al margen de la política tal como va a hacerse. Porque el parlamento no estará atenazado entre el sí y el no a Rajoy.
El parlamento será, o hay condiciones para que lo sea, el lugar donde se forje un clima consensual mucho más productivo que el puro enfrentamiento. Será más productivo en término políticos y de confianza, y dará relieve a aquellos partidos que sepan aprovecharlo. Los otros, los que se enquisten en el no, parecerán restos arqueológicos del pasado (algunos ya lo son), y gente, en general, a la que se le paró el reloj.