ESTEBAN HERNÁNDEZ-EL CONFIDENCIAL

  • Un elemento esencial de la política contemporánea es la forma en que las peleas por el poder han llevado a olvidar las ideas de conjunto: todos miran por sí mismos
En ‘The Formation of National States in Western Europe’, el sociólogo Charles Tilly recogía esa paradoja según la cual los imperios solían conceder poder a sus partes periféricas solo para ver cómo quienes accedían a ese poder lo aprovechaban en su propio beneficio, volviéndose contra la estructura central. Esta dinámica implicaba un mal general, ya que las luchas por el poder producían que este se desplazase de una facción a otra, pero nunca con el propósito de crear una nueva idea común de gobierno, sino con el único propósito de controlar mayores partes del poder existente; nunca contenía una manera de crecer, de mejorar o de planificar el futuro. No es una mala descripción del momento nacional: España, en este sentido, es un ejemplo significativo de lo que va mal.

En las décadas anteriores, hemos presenciado repetidamente cómo PSOE y PP, los dos grandes partidos, ejercieron una política irresponsable que se apoyaba con frecuencia en los nacionalismos periféricos para asentar su poder a cambio de contrapartidas que los nacionalistas utilizaban en beneficio propio, a veces de maneras perversas. Era un mal movimiento estructural, pero que daba réditos a corto plazo. PP y PSOE salían beneficiados, porque podían gobernar sin trabas, y las fuerzas periféricas también, porque obtenían cesiones, que aspiraban que fueran mayores.

Los dos errores del plan Iglesias

El movimiento de Iglesias al trazar alianzas con ERC y Bildu sigue por ese camino, ya que permite forjar un frente de izquierda que impulse el PSOE hacia otras posiciones, al tiempo que los beneficia a la hora de conseguir sus proyectos particulares. En última instancia, supondría una oferta política diferente que podría trastocar el balance de fuerzas: en Podemos, sueñan con un tripartito en Cataluña (una posibilidad que el PSOE niega y ERC también), así como con un País Vasco en el que puedan gobernar con Bildu, con todo lo que eso significaría para la política española.

Podemos, ERC y Bildu no son un bloque que comparta una visión común, sino una mera suma táctica y eventual de aspirantes

Sin embargo, este frente incurre en un par de repeticiones negativas. El primer obstáculo es estatal, ya que prolonga aquello que PP y PSOE hicieron con los partidos nacionalistas, darles más poder que acabarán utilizando contra ellos, ya que no son un bloque que comparta una visión común, sino una suma eventual de aspirantes. Cada formación tiene objetivos particulares (Podemos, ganar peso en el Gobierno y recuperar electorado, Bildu, convertirse en opción real de gobierno en Euskadi, ERC, llegar a la Generalitat), por lo que su alianza es en exceso precaria y no está vehiculada por una finalidad común, sino por la persecución de sus agendas.

Alianzas periféricas fallidas

El segundo problema se manifiesta en Podemos, ya que siempre ha intentado paliar sus debilidades mediante una política de alianzas, con resultados bastante pobres: cuando pusieron en marcha el partido, Iglesias utilizó el sistema de franquicias para estructurarlo, y terminó forjando poderes locales (Teresa Rodríguez y Anticapitalistas en Andalucía, Colau y los comunes en Cataluña, los errejonistas en País Vasco, Carmena en Madrid) que siguieron sus propios caminos, en general, el de oponerse a Iglesias. Este intento de ganar poder central a través de alianzas con partidos de las izquierdas periféricas es probable que siga el mismo camino.

Esta iniciativa de Iglesias tendría sentido si fuera capaz de invertir la tendencia. Hasta la fecha, la participación de los nacionalismos periféricos en la política española ha consistido en tejer la manera de obtener mayores réditos para sí mismos, en aprovechar las circunstancias para conseguir una parte mayor del poder y de los recursos estatales. Su participación consistía en negociar sus votos, sin más.

Lo que no se acaba de entender

Lo que no ha habido es una idea general para España, es decir, una propuesta común en la que ellos pudieran salir ganando, pero de la que se beneficiase el conjunto. NI las élites ni los dirigentes vascos o catalanes, por citar los más representativos, han aspirado a trazar un plan para España del que ellos también sacaran partido. Cuando se ha esbozado algo semejante, por ejemplo, el Estado federal, no ha sido más que una tentativa de conseguir más poder y más competencias de cada cual; nada de construir un escenario diferente en el que el poder y los recursos se ampliasen para todos. Es comprensible que los catalanes o los extremeños quieran tener mejores condiciones, pero quizá no acaba de entenderse que, en este momento concreto de la historia, la salida es común o no será; que la mejora de las partes pasa por la mejora del todo.

En este contexto en el que cada uno va a lo suyo, quien se ha escapado por arriba es Madrid, no Euskadi, por si no se había caído en la cuenta

En esta falta de entendimiento del instante se mueven tanto la derecha como la izquierda. Asegura Arnaldo Otegi que votar estos Presupuestos es dar un paso más en el camino de la independencia, y es una idea estúpida. Resulta además una afirmación dudosa, similar a la de que tomarse un café con leche en Madrid es dar un paso más en el camino de la independencia. Más allá de que sea una manera poco sutil de vender la participación en el juego político estatal, contiene una deficiente comprensión de los problemas de fondo. Cuando todo se vuelve pugna para ganar más poder, quienes están en mejor posición salen ganando. Por decirlo de otra manera, con toda esta visión parcial, en la que cada uno va a lo suyo, quien se ha escapado ha sido la Comunidad de Madrid, no Euskadi, no sé si hemos caído en la cuenta. Las élites madrileñas han conseguido lo que muchos nacionalistas pretendían, más poder y recursos, al mismo tiempo que atacaban el nacionalismo; mientras, los separatistas critican a Madrid por hacer lo que ellos deseaban, lograr mejores condiciones.

Lo mismo en la UE

Este es nuestro momento político, y España es un buen ejemplo de una tendencia general. En Europa ocurre lo mismo, ya que la UE no es más que un montón de poderes locales tratando de afianzar sus posiciones, y en esa tesitura suele ganar Alemania, que es el país principal. De hecho, el gran problema del futuro de la Unión no son las tensiones secesionistas de los países del sur, todavía no mayoritarias, sino la posibilidad no tan remota de que Alemania decida, en alianza con la nueva liga hanseática, y en connivencia con el Este de Europa, donde aloja la industria auxiliar de reserva, alejarse de un sur débil cuando las consecuencias de esta crisis estallen en su integridad. En ese aspecto, la sucesión de Merkel al frente de los conservadores alemanes será crucial.

Pero, en todo caso, el mal de la UE es muy similar al de España, ya que casi nadie está pensando en cómo hacer mejor, más articulado y más próspero el conjunto de la Unión, sino que simplemente tratan de sacar más partido de la arquitectura existente. Y los que sacan partido, en este momento de la historia, son los más grandes; los pequeños y los medianos no tienen más remedio que pensar en términos comunes, en términos del todo, si quieren conseguir algo real. Por desgracia, no es esta la visión imperante, y todo se resuelve en peleas políticas en las que las élites de cada parte tratan de afianzar su poder, pero sin un planteamiento de fondo. Si las élites madrileñas han estado pensando en obtener mayores cuotas de poder, y las catalanas y las vascas en conseguir mayores beneficios, con lo cual se dejaba fuera todo planteamiento de Estado, igual ocurre en la Unión Europea a mayor escala. Y eso suele tener una muy mala resolución. Al fin y al cabo, como señalan Wisla Suraska y Branko Milanovic, así cayó un imperio como la Unión Soviética.