IGNACIO VARELA-EL CONFIDENCIAL

  • El tránsito de ETA a EH-Bildu no fue el fin de la carrera, sino un relevo para continuarla por otra pista. Recibió el testigo un hombre de ETA, Arnaldo Otegi
Al día siguiente de que ETA anunciara que dejaba la práctica activa del terrorismo, Alfredo Pérez Rubalcaba participó en un acto electoral en San Sebastián. En su emocionado discurso, pronunció una frase clave: “Les hemos quitado las bombas, a partir de ahora tenemos que quitarles los votos con la fuerza de la democracia”.

El último líder socialista que ha tenido el PSOE sabía muy bien lo que quería decir. Durante la fase anterior a la derrota operativa de ETA, todos los que estaban cerca de él lo escucharon repetir obsesivamente este análisis: que nadie crea —decía— que con el fin del terrorismo termina la batalla contra el totalitarismo ‘abertzale’. Si ETA deja de matar, no es tan solo porque la hemos reducido a la impotencia, sino porque ha comprendido que los asesinatos son ya un obstáculo para su causa. Pero no ha cambiado el fin, solo los medios. Lo que no lograron con las armas —destruir la democracia— querrán conseguirlo con la política. Por tanto, tras derrotarlos policialmente, ahora nos toca hacerlo también en la lucha política. Y para ello, seguiremos necesitando la unidad de los demócratas.

El tránsito de ETA a EH-Bildu no fue el fin de la carrera, sino un relevo para continuarla por otra pista. Recibieron el testigo un hombre de ETA, Arnaldo Otegi, y una organización política, EH-Bildu, que no es otra cosa que Batasuna rebautizada. Su objetivo es claro, porque no lo ocultan: hacerse con el poder en Euskadi y, como ellos mismos dicen, reventar el régimen del 78 (es decir, reventar la democracia en España).

Combatirlos y derrotarlos políticamente fue el legado de Rubalcaba (el hombre más decisivo en el tramo final de la lucha contra ETA) a su propio partido. Lo más opuesto a ese legado, la gran traición, es tratar a los herederos políticos de la banda terrorista como socios y aliados, abrirles las puertas de la Moncloa y pavimentar su recorrido hacia la conquista del poder en el País Vasco. Una cosa es admitir que son legales por imperativo constitucional y otra hacerlos de la familia.

Es muy comprensible que los demócratas sientan repugnancia por el pasado de Otegi y su partido. Ese sentimiento se ha expresado hasta la saciedad desde que Sánchez los incorporó formalmente a su mayoría de gobierno (no un polvo furtivo, sino un casamiento en toda regla). Pero, a mi juicio, es mucho más pertinente preocuparse por las consecuencias futuras de esa decisión. Cuando se otorga a EH-Bildu la condición de partido respetable, amigo del Gobierno de España y con capacidad de condicionarlo, se le suministra una vitamina preciosa para sus aspiraciones en el País Vasco. La misma clase de promoción que está recibiendo ERC en Cataluña (con la diferencia de que Junqueras dirigió una sublevación institucional, pero no asesinó a nadie).

Este designio responde con toda precisión a la estrategia actual de Pablo Iglesias. Se trata de crear un triángulo nacionalpopulista (Podemos, ERC y Bildu) que, con sus 55 diputados, actúe, dentro de la mayoría oficialista, como una coalición dentro de la coalición. Y que asiente sus tres patas en los respectivos gobiernos: Iglesias en Madrid, Junqueras (o su subrogado) en Barcelona y Otegi en Vitoria. El único precio a pagar es prestar los votos para que Sánchez permanezca en la Moncloa. Un trato que este acepta gustosamente.El peligro de la ‘operación Bildu’ es manifiesto. El nacionalismo catalán se afana por alcanzar el 50% de los votos y cuenta con una apretada mayoría parlamentaria. En el País Vasco, las fuerzas nacionalistas suman un 67% del voto popular y un 70% de los escaños. Además, ocupan el 82% de las alcaldías (122 para el PNV y 83 para Bildu) y dirigen las tres diputaciones forales. Imaginen lo que haría Junqueras con semejante capital político y solo se aproximarán ligeramente a dónde podría llegar Otegi si se hiciera con la cabecera del nacionalismo vasco. De momento, le bastaría crecer electoralmente hasta que se le abran dos rutas al poder: a) que el PNV se vea obligado a admitirlo en un Gobierno de coalición nacionalista o b) la preferida por Iglesias, que se abra paso un tripartido Bildu-PSE-Podemos con el partido de Otegi como socio principal.

Se comprende la irritación creciente de Urkullu y la dirección del PNV ante una maniobra que va directamente contra ellos. Se comprende también, aunque apeste, que un personaje como Sánchez la consienta y aliente a cambio de un contrato indefinido en el ejercicio —vigilado— del poder. Cuesta mucho más encajar que un ente que sigue titulándose Partido Socialista lo avale sin rechistar; y que se celebre como un acto de suma valentía un tímido tuit quejumbroso de alguno de sus presuntos dirigentes. A esos valientes, Rubial los correría a gorrazos.

Bildu está ya muy cerca del 30% de los votos en el País Vasco. El protagonismo que Sánchez le regala e Iglesias convierte en suceso histórico puede ser el empujón que necesita para subir tres o cuatro puntos más y convertirse en fuerza imprescindible para gobernar en Euskadi (un estatus que ya le han entregado en Navarra). Es difícil exagerar el efecto que ello podría tener para la ya cojitranca estabilidad constitucional de España. No hay que exigirles condenas o arrepentimientos —que siempre serían fingidos— de lo que hicieron ayer, sino precaverse activamente de lo que pueden hacer hoy y mañana. Quien tenga dudas, que visite uno de los municipios gobernados por Bildu y compruebe lo que allí sucede cotidianamente.

Mario Onaindía fue un militante de ETA durante la dictadura, condenado a muerte en el Consejo de Guerra de Burgos de 1968. Al llegar la democracia, no solo renegó del terrorismo. Dedicó el resto de su vida a denunciarlo y combatirlo con todas sus fuerzas, lo que le valió una segunda condena de muerte que la ETA de Otegi quiso y no logró ejecutar. Murió en su cama en agosto de 2003 y poco después se le otorgó, a título póstumo, la Orden del Mérito Constitucional. Se pongan como se pongan sus nuevos patrocinadores políticos, Otegi no es Onaindía: es lo contrario. Y abrirle las puertas del poder, una maldita locura.