España mide el cambio

EL MUNDO – 20/12/15

· El ganador de hoy tendrá menos escaños que el Gobierno menos votado de la Democracia, los 156 de Aznar en 1996 El desgaste del bipartidismo arroja dos alternativas: o pactos o nuevas elecciones.

España vota hoy en un ambiente de cita con la Historia. Más de 36 millones de españoles elegirán a los 350 diputados al Congreso y a los 208 senadores de la XI Legislatura de la democracia. Las urnas medirán el desgaste del bipartidismo y la fortaleza de los partidos emergentes, tras una campaña marcada por el show televisivo de los candidatos más que por los debates de fondo sobre los problemas reales del país.

Por primera vez desde 1977, hay cuatro fuerzas políticas de ámbito nacional que superan el 15% de los votos. La tradicional dialéctica izquierda-derecha ha dejado de ser la única motivación de los votantes. Podemos y Ciudadanos han dado lugar a un nuevo relato: vieja política frente a nueva política.

Las generales del 20-D cierran un ciclo electoral de cambio que se abrió con las europeas de 2014 –tras las cuales se produjo el relevo en la Jefatura del Estado con la abdicación del Rey Juan Carlos I en su hijo, Felipe VI– y se consolidó en las autonómicas y municipales del pasado mes de mayo.

La cita con las urnas de este domingo en vísperas de la Navidad –es la primera vez desde 1920 que las generales son convocadas en diciembre– se presenta así como la más incierta y decisiva desde 1977.

Las viejas Cortes franquistas dieron paso entonces a una nueva generación de líderes políticos que protagonizaron la Transición. El sistema político español ha permanecido prácticamente invariable, con dos grandes partidos –primero UCD-PSOE, después PP-PSOE– que se turnaban en el Gobierno. Este bipartidismo imperfecto ha dado estabilidad al país durante 38 años. Todos los presidentes lograron un mandato nítido en las urnas para formar Gobierno, aunque fuera con el apoyo de los partidos nacionalistas que han ejercido de bisagra.

Tanto UCD como después PSOE y PP gobernaron con más de 156 escaños, el resultado más exiguo de todas las generales obtenido por José María Aznar en marzo de 1996 y que le sirvió para poner fin a los trece años de Felipe González. El bipartidismo ha sido hegemónico en España. Prácticamente nunca ha bajado de los 300 escaños en el Congreso, con un consenso básico en los grandes temas de Estado. Y ninguno de los partidos más pequeños con representación parlamentaria logró superar más del 10% de los votos y los 23 escaños del PCE en 1979.

La grave crisis económica y sus devastadoras consecuencias para la vida y el bienestar de los españoles, así como el escándalo permanente de los casos de corrupción, han hecho saltar por los aires un sistema político que parecía inmutable. Los 156 escaños y el 38,79% de los votos de Aznar en el 96 parecen un objetivo inalcanzable hoy para el partido más votado, y han surgido casi de la nada, y en tiempo récord, dos fuerzas políticas nuevas –una por la izquierda y otra por el centro– que entrarán en el Congreso con más de cien escaños, en la horquilla menos favorable de las encuestas.

El bipartidismo se ha fragmentado en cuatro, y este 20-D alumbrará un Parlamento «a la italiana pero sin italianos», en palabras del ex presidente Felipe González. Todo ello justifica el calificativo de «histórica» para referirse a la jornada electoral de hoy en la que muchos analistas aprecian el comienzo de una nueva Transición.

Cuando finalice el escrutinio, sabremos qué dimensión alcanzan las ansias de cambio de los españoles que invariablemente vienen reflejando los estudios de opinión en los últimos dos años. La enorme volatilidad del voto detectada en las encuestas y el elevado porcentaje de indecisos –el 40% según el último sondeo del CIS– añaden incertidumbre al escenario político de mañana mismo. El fantasma de la ingobernabilidad estará muy presente en la jornada electoral. En un contexto tan abierto, nadie se atreve a descartar por completo una posible repetición de las elecciones si los números y las estrategias de cada partido impidieran la investidura de un presidente.

Un observador cualificado, con dilatada experiencia política y de Gobierno, resume así la situación de España en este 20-D y lo que puede venir después de hoy. «Un Parlamento con cuatro fuerzas políticas que tienen entre el 15 y el 30% de los votos indica que es la propia sociedad española la que está confusa. Probablemente los ciudadanos no han terminado de decidirse sobre cuál es el rumbo que quieren para la política española y van a dar una solución provisional en estas elecciones. Por eso no van a otorgar un mandato claro a nadie. El Parlamento no será ni viejo ni nuevo, sino una mezcla de ambas cosas, ni tampoco será mayoritariamente de izquierdas ni de derechas. En el escenario que dibujan los sondeos, no sólo se aprecia provisionalidad, sino que tampoco hay posibilidades claras de investidura. ¿Con qué apoyos? No salen los números. Ciudadanos no sumará con el PP y tampoco es verosímil una alternativa de los partidos que queden segundo o tercero. Aunque el PP sea el partido más votado, es muy previsible que Rajoy tenga enfrente más votos en contra que a favor en una posible segunda vuelta. Si no hay investidura, estas elecciones serán provisionales y estaremos abocados a nuevos comicios en unos meses».

Tal día como hoy hace cuatro años, Mariano Rajoy era investido presidente del Gobierno con el voto de 186 diputados del PP y uno de UPN. En su discurso de investidura dejó una frase sobre el planeta que ha acabado convirtiéndose durante su mandato en una profecía sobre España: «El mundo está cambiando delante de nosotros. A la salida de la crisis no habitaremos el mismo planeta que hemos conocido. Habrán cambiado las reglas».

Mientras Rajoy hacía frente a la crisis económica encerrado en La Moncloa, España cambió. El presidente del Gobierno afronta hoy –aniversario de su investidura– la prueba de su reelección. Si no consiguiera revalidar su victoria, sería el único presidente de la democracia de un sola legislatura. El reto del candidato del PP es lograr un mandato claro de las urnas para dificultar una alternativa al partido más votado que, según todos los sondeos, será el suyo. Casi nada le salió como esperaba hace cuatro años cuando los españoles le dieron once millones de votos a cambio de su promesa de acabar con la crisis.

Rajoy se vio obligado a incumplir su programa en el primer Consejo de Ministros al subir los impuestos, tuvo que pedir un rescate financiero porque la prima de riesgo superó los 600 puntos, la Troika le obligó a una dura política de recortes, el paro se desbocó, los casos de corrupción cercaron al PP, su tesorero acabó en la cárcel, le estalló el proceso independentista catalán y la crisis económica acabó derivando en crisis institucional, elevando el descrédito de la política a límites nunca vistos en España. El jefe del Ejecutivo logró enderezar los datos macroeconómicos –principal aval con el que se ha presentado a estas elecciones–, pero no pudo evitar un brutal desgaste político que ha provocado la fragmentación del voto del centro-derecha por primera vez desde los años 90. El crecimiento de Ciudadanos es la herida política más visible de la trayectoria de Rajoy como líder del PP.

En los últimos meses, el presidente ha intentado recuperar la iniciativa con una serie de gestos que le han llevado a pisar la calle para borrar la extendida imagen de alejamiento de los ciudadanos. Sus silencios, la desacomplejada utilización de la mayoría absoluta sin consensuar nada con el resto de los partidos y la actitud escasamente humilde de algunos de sus ministros en un momento de graves dificultades para los ciudadanos acabaron pasándole la factura en los dos últimos procesos electorales. El mensaje de su campaña ha sido nítido: o yo, o el caos y la ruina económica de España.

Frente al resto de los candidatos, todos nuevos y jóvenes, Rajoy ha exhibido la veteranía como un valor en sí mismo, buscando sin complejos el voto de los mayores. Al PP no le basta con ser el partido más votado. Su victoria pasa ineludiblemente por continuar en el Gobierno. De no conseguirlo, se abriría un escenario interno de renovación de partido y liderazgo. En este sentido, la disposición de Albert Rivera de abstenerse para facilitar la investidura de Rajoy supone un alivio para el PP, aunque está por ver que con eso le baste.

La renovación en el liderazgo –Rubalcaba fue sustituido por Pedro Sánchez tras las europeas– no le ha servido al PSOE para emerger como una alternativa sólida de un Gobierno fuertemente desgastado por la gestión de la crisis.

Podemos, el partido fundado por varios profesores universitarios, es la mayor amenaza que le ha surgido al PSOE en los 38 años de democracia. El candidato socialista ha tenido que luchar contra los elementos –internos y externos– desde el mismo momento de su elección. Y por momentos, sus adversarios han intentado sacarle de la campaña. En el último año, el PSOE creyó haber conjurado la amenaza de Podemos. Pero la remontada de Pablo Iglesias –cuya metamorfosis de macho Alfa a líder empático rebosante de ternura es de las más espectaculares que se recuerdan– en los quince días de la campaña permite augurar que el combate por la hegemonía de la izquierda no ha hecho más que empezar.

El debate a cuatro en Atresmedia evidenció ante las cámaras de televisión la dura pugna Podemos-PSOE, que mediáticamente ganó ese día Pablo Iglesias. La posibilidad de que Podemos pueda llegar a superar en votos o escaños al PSOE duele tanto a los socialistas que ni siquiera se atreven a pensarlo. Pedro Sánchez tomó aire en el cara a cara con Mariano Rajoy, aunque el día de hoy es decisivo para el futuro del nuevo líder del PSOE. A su favor, cuenta con que las expectativas son tan bajas que un resultado decente podría salvar su posición, frente a la eterna sombra de Susana Díaz.

Las expectativas son precisamente las que han jugado en contra del otro joven que ha irrumpido en la política nacional, Albert Rivera. El líder de Ciudadanos se convirtió en protagonista principal gracias a la fuerza de su personalidad y a un discurso de regeneración compartido por millones de españoles. Hasta el punto de que empezó la campaña como segundo partido en intención de voto en algunos sondeos y la ha acabado como cuarto. La campaña no parece haberle sentado bien. Su irregular papel en los debates y algunos deslices de sus candidatos han contribuido a que, al menos en apariencia, se hayan enfriado sus posibilidades de ser el Adolfo Suárez de la nueva Transición.


MÁS DE 1,5 MILLONES DE VOTANTES NUEVOS
En las elecciones generales de hoy votarán por vez primera en este tipo de comicios un total de 1.583.560 jóvenes que han cumplido la mayoría de edad desde las celebradas hace cuatro años.

En total, son 36.510.952 personas las que tienen derecho a voto, de las que 34.635.680 residen en España y 1.875.272 en el extranjero.

El censo de votantes registra un aumento de 731.744 personas respecto a las últimas elecciones generales, las celebradas el 20 de noviembre de 2011.

Desde esa fecha, 1.583.560 son los jóvenes que han cumplido 18 años. Si la comparación es con las últimas elecciones de ámbito nacional celebradas en España, las municipales del pasado mes de mayo, son 223.061 los electores que desde entonces han alcanzado la mayoría de edad.

Los votantes elegirán en la jornada de hoy a 350 diputados y a 208 senadores, y para cubrir esos escaños se han proclamado 605 candidaturas a la Cámara Baja y 657 a la Alta.

Aspiran a sentarse en el Congreso 2.263 hombres y 2.090 mujeres, mientras que para el Senado son, respectivamente, 875 y 668. Son 52 las circunscripciones al Congreso y 59 al Senado, y el total de locales electorales es de 22.951, en los que habrá 36.217 secciones. En ellas se instalarán 57.486 mesas de las que formarán parte 172.458 personas. Además, está previsto el doble de suplentes, 344.916. Hoy habrá también elecciones locales parciales en 18 municipios y 83 entidades de ámbito territorial inferior en las que no se presentaron candidaturas en las elecciones municipales del pasado 24 de mayo.