POR FERNANDO PALMERO-EL MUNDO

ENTREVISTA A ELÍAS DÍAZ

Opositor al franquismo desde los años 60, teórico del socialismo democrático y uno de los primeros militantes del PSOE durante la Transición, no aceptó nunca cargos ni políticos ni institucionales para dedicarse a la docencia en Salamanca, Oviedo, Valencia y Madrid. Especialista en la obra de Unamuno, fue colaborador de ‘Cuadernos para el Diálogo’ y fundador y director de la revista de pensamiento y análisis ‘Sistema’.

Hubo otra oposición al franquismo, quizá menos épica que la comunista, pero de una radicalidad conceptual demoledora. A ella pertenecía Elías Díaz (Santiago de la Puebla, Salamanca, 1934), que publicó en 1966 Estado de Derecho y sociedad democrática. «Lo importante», escribía el por entonces profesor adjunto de Filosofía del Derecho de la Complutense, «es que el binomio democracia-socialismo se institucionalice en un Estado de Derecho, es decir, que la realización de la democracia y el socialismo se lleve a cabo respetando las exigencias fundamentales del Estado de Derecho: imperio de la ley, como expresión de la voluntad general; división de poderes y legalidad de la Administración como mecanismos jurídicos anti- totalitarios; y, finalmente, respeto, garantía y realización material de los derechos y libertades fundamentales». El libro fue secuestrado por Fraga y su autor, que se había doctorado en Bolonia y tenía como referentes a Bobbio, Mendès France y Willy Brandt, fue incluido en una lista negra que le llevó al confinamiento durante el estado de excepción de 1969, y a tener que comparecer ante el TOP en 1975. Mantuvo lealtad intelectual a dos de sus profesores de Salamanca, Tierno Galván y Joaquín Ruiz-Giménez –en cuya cátedra colaboró y con quien estuvo hasta el final en Cuadernos para el Diálogo (1963-1976)–, pero terminó militando en el PSOE, del que hoy se siente distanciado.

Pregunta.– ¿Cuáles son sus principales diferencias políticas con Pedro Sánchez?

Respuesta.– Yo fui socialista de Tierno, pero en Asturias, nada más llegar en 1974, empecé a trabajar con el PSOE. A mí, el carné me lo dieron Gregorio Peces Barba, que había sido alumno mío en la Complutense, y Felipe González, pero hoy, por primera vez en mi vida me estoy planteando si votar al PSOE. Si soy crítico con Sánchez es por lo que está haciendo en Cataluña. Mi actitud de ahora con Cataluña es de agotamiento, pero hay que buscar una salida. La mía es negociar, pero no con este grupo de políticos independentistas, que nos han hecho perder ya siete años y han dado un auténtico golpe de Estado, hay que buscar otros líderes. No se puede intentar nada con Puigdemont, el caudillo huido de la Justicia, que es un mal sujeto, alguien al que no puedes creerle ni tomarle en serio; ni con Torra, un racista ridículo, simplón y sin entidad ninguna, además de títere de Puigdemont. En ese grupo, que tampoco son tantos, habría que incluir a Forcadell, porque no hay que olvidar que fue ella la que marcó la hoja de ruta para después de la independencia: ocupar puertos, aeropuertos y los principales edificios de Cataluña. Y por supuesto a Artur Mas, que debería estar procesado. Él fue quien en septiembre de 2012, en la plaza Sant Jaume, da el grito de independencia por primera vez, y en 2014 organiza el referéndum. A partir de ahí, ¿qué hay que negociar?

P.– Iceta ha dejado caer lo del referéndum pactado…

R.– En estos momentos y con esta gente, no. En primer lugar, porque para un problema complejo, la opción plebiscitaria, donde las respuestas son binarias, no es válido. Además, no se puede hacer un referéndum cuando a los niños en las escuelas se les enseña que España es el enemigo y su presidente les dice que somos una raza degenerada. Con esa sectaria educación no hay referéndum posible. En tercer lugar, para hacer una consulta no puede existir un clima de represión social, donde la gente, por miedo y por comodidad, no se atreve a hablar ni a decir nada en contra del independentismo. Lo más democrático no es preguntar a la gente si quiere o no independencia, la solución, como dice Bobbio, es la democracia representativa. Los independentistas no tienen de su parte ni la legalidad, que está en la Constitución, ni la legitimidad, que corresponde al pueblo español entero, ni la legitimación, porque no cuentan ni con el 50% de los votos.

P.– ¿Pero entonces, qué es lo que hay que negociar?

R.– Yo soy partidario de una triple reforma constitucional que nos lleve hacia un Estado social (más que de Bienestar), un Estado laico (más que aconfesional) y un Estado federal (más que de las Autonomías). Félix Ovejero dice que el Estado de las Autonomías es ya federal, y tiene razón, pero las palabras son importantes, y si colocamos el rótulo de federal, muchos catalanes lo podrían ver como una fórmula que se ajusta a su tradición federalista. Tendría que ser un federalismo integrador, inclusivo y de colaboración, no desintegrador, que es a lo que van los secesionistas. Porque no nos engañemos, detrás de Cataluña va el País Vasco y Galicia, lo que supondría la desintegración de España y posiblemente la de Europa en pocos años.

P.– ¿Los golpistas cometieron sedición o de rebelión?

R.– El Tribunal lo dirá y lo dirá con rigor, porque Marchena, su presidente, está actuando muy bien y respetando todas las garantías. Yo estoy de acuerdo con los argumentos que Enrique Gimbernat ha dado en este periódico para justificar la rebelión, pero si el Tribunal dijera que sólo se puede probar la sedición, también lo vería razonable. Discreparía si dijera que sólo hay delito de malversación, que también lo hay, pero no sólo. Me parece justo que sean condenados y pasen un tiempo, el que se determine, en prisión, aunque no experimento ningún placer en verles en esa situación.

P.– ¿Sería partidario de un indulto si se dictasen penas de cárcel?

R.– Si hubiese condena, no estaría de acuerdo en ningún caso, eso sería una burla, un abuso del Derecho y un desprecio al Tribunal Supremo, porque las acciones que cometieron los juzgados y sus seguidores fueron muy graves y tienen que tener repercusión social y hasta pedagógica.

P.– Desde su primer libro ha defendido el socialismo democrático, frente a las opciones más radicales de otros grupos opositores más extremistas.

R.– Sí, aquel libro, Estado de Derecho y sociedad democrática, que no ha parado de reeditarse desde entonces, establecía una conexión profunda entre el socialismo democrático y el Estado de Derecho. En los años de Olof Palme, la socialdemocracia tenía un gran prestigio en toda Europa y nosotros, a través de la Fundación Ebert, viajábamos mucho a Alemania a entrevistarnos con líderes socialistas. Los comunistas manejaban mejor la propaganda, pero muchos de ellos, que están ahora en posiciones socialistas, o menos que eso, reconocen, y se lo agradezco, que yo tenía razón en mi libro. Sin citar al régimen, el libro iba contra el franquismo, en unos años en que Fraga se empeñaba en decir que España era un Estado de Derecho. Ahora hay políticos catalanes que están procesados, como Jordi Cuixart, de Òmnium Cultural, que ha dicho que el régimen de Franco era un Estado de Derecho. Fraga le habría hecho un monumento y Franco lo habría nombrado Gobernador civil (y cultural) de Cataluña.

P.– En aquellos años Fraga era muy amigo de Carl Schmitt, ¿su libro iba también contra él?

R.– Sí, por supuesto. Además, yo lo conocí porque Tierno Galván lo trajo al colegio mayor César Carlos y estuvimos un día con él varios amigos, entre ellos Raúl Morodo. Yo tenía un fuerte rechazo a don Carlos, como se le llamaba entonces, porque desde el punto de vista de la filosofía política lo vinculaba al nazismo y su actitud en ese momento no había cambiado, él no estaba con la democracia. Pasados los años, en algunos sectores hubo una vuelta a Carl Schmitt y aunque no se dejaban de recordar su pasado y sus connivencias con el nazismo, disminuyendo la intensidad de la crítica, se priorizaba mucho su «inteligente y profunda» rechazo a la democracia representativa.

P.– Errejón e Iglesias también reivindican su figura…

R.– No me extraña, algunos jóvenes tienen como orgullo rehabilitar a Schmitt porque es un gran demoledor de la democracia liberal y del parlamentarismo, apoyándose malamente en lo que ocurrió en Weimar. Nosotros, sin embargo, decíamos no al capitalismo, pero no también a la revolución; apostábamos por un tipo de socialismo democrático y liberal en el que no se estigmatizara a los que defendían la economía de mercado. Hacíamos nuestro lo que decía Indalecio Prieto, ser «socialista a fuer de liberal». Por eso creo que, en estas elecciones, lo más beneficioso para los intereses generales sería un entendimiento entre liberales y socialistas. Hay encuestas que dan una mayoría parlamentaria a PSOE y Ciudadanos, pero incluso con una mayoría relativa, y en diálogo con los demás partidos, sería, creo, lo mejor para España.

P.– ¿Está la socialdemocracia en crisis?

R.– Yo no diría tanto, creo que se ha abusado mucho de la palabra crisis, pero sí que tiene problemas. La socialdemocracia, en la que muchos nos reconocimos, encontró un tiempo muy favorable después de la Segunda Guerra Mundial. Pero el gran capital no estaba dormido y tenía fuertes apoyos, que provocaron la reacción conservadora, en torno a tres protagonistas: Karol Wojtyla, en 1978, Margaret Thatcher, en 1979, y Ronald Reagan, en 1980. Estos tres personajes, de mucha potencia, implantan un sistema de ideas y pensamiento a partir de fundaciones, asociaciones y grupos de prensa que hacen virar el mundo hacia una concepción conservadora y neoliberal que ha continuado hasta hoy. Al PSOE de los 80 le tocó vivir esos años y –no lo justifico– se vieron obligados a replegarse bastante en lo que propugnaban.

P.– ¿No se desencantó usted con aquel PSOE?

R.– Yo, como le dije una vez a Matilde Fernández en una reunión de profesores en la Autónoma, era militante, pero no simpatizante, sobre todo desde que apareció lo del GAL. En Jávea, durante un encuentro en el que estaba Alfonso Guerra, ante el estupor de muchos, le pregunté: «¿Alfonso, qué pasa con el GAL?». Y me dijo: «Desde luego, en el Consejo de Ministros nunca se trató». Yo fui muy crítico con el terrorismo de Estado, frente a los que decían que podía ser una fórmula eficaz a corto plazo para derrotar a ETA, que entonces estaba muy fuerte. A la larga, sin embargo, eso destruye el Estado de Derecho y la sociedad democrática.

P.– Usted que vivió el terrorismo muy de cerca, ¿cree que el hecho de que Otegi se presente a las elecciones es que hay algo que no se ha solucionado?

R.– Cuando asesinaron a Tomás y Valiente yo estaba al teléfono hablando con él, nuestros despachos estaban a unos 20 metros, en el mismo pasillo, y fui corriendo a ver qué había pasado, fue algo terrible. Aquel 14 de febrero de 1996, las últimas palabras que pronunció, y yo escuché, fueron: «Tenemos que hablar». A diferencia de lo que ocurre en Cataluña, en el País Vasco hubo una guerra de la que quedan los restos. Porque ETA tenía algunos apoyos sociales y habría mucho que decir sobre la actitud del PNV. Recordemos al recientemente fallecido Arzalluz, que decía que unos movían el árbol y otros recogían las nueces. El caso de Otegi me produce una mayor reacción porque es un enemigo de la democracia, un enemigo del Estado de Derecho y de España, partidario de un independentismo que ha pretendido realizar, no por una discutible violencia, como en el caso de Cataluña, sino por la violencia pura y dura del asesinato durante muchos años.

P.– España es un concepto que los partidos de izquierdas se han resistido a reivindicar, ¿por qué?

R.– Quizá porque el régimen abusó sin más del himno y de la bandera y los que lo sufrieron tienen malos recuerdos de aquella España grande y libre. Durante mi estancia como profesor en EEUU tuve la oportunidad de conocer a fondo el mundo del exilio, y muchos exiliados, como Juan Marichal, hablaban de España con un afecto y una conmoción que no se ve en los falsos patriotas de hoy. Ahora si reivindicas la palabra España parece que eres de Vox, pero yo creo que hay que hacerlo, aunque sin las grandilocuencias y alharacas del franquismo. También para muchos intelectuales y políticos demócratas del interior, España era algo sustantivo y sustancial.

P.– También para Unamuno, al que le ha dedicado varios libros, ¿cómo valora su ambigua y cambiante actitud ante la Guerra Civil?

R.– Unamuno cree, ingenuamente, que el 18 de julio es una rectificación de la República, a la que él había criticado mucho, pero enseguida se da cuenta de que era un golpe militar totalitario, con connotaciones católicas, inspirado más en el régimen fascista italiano que en el nazismo duro y laico. Y así rectifica. Si no hubiera muerto, habría repensado no sólo eso, sino gran parte de su obra, porque yo sigo creyendo que la República fue un intento loable y esperanzador de que este país cambiara, pero se fue de las manos.

P.– ¿Qué le parece la Memoria Histórica?

R.– Creo que lo Gobiernos socialistas debieron crear desde el principio algún organismo encargado de hacer lo imposible para que todos los muertos tuvieran una sepultura digna.

P.– ¿Y el cadáver de Franco?

R.– Que se lo lleven con doña Carmen Polo al Pardo, pero sin armar tanto jaleo como está armando Sánchez, que siempre acaba por liarlo todo.

Catedrático emérito de Filosofía del Derecho en la Autónoma de Madrid, realizó estudios en Salamanca, Alemania e Italia En 2009 recibió el Caballero Bonald de Ensayo por ‘De la Instit ución a la Constitución’ y en 2018 publicó ‘Autobiografía en fragmentos’ (ambas en Trotta).