Vicente Vallés-EL CONFIDENCIAL
- ¿Sería capaz Cs de sobrevivir a su indefinición? ¿Sería creíble para los electores el nuevo supuesto viaje al centro del PP? El centroderecha acumula dudas, pero carece de respuestas
La inminente aprobación de los ‘pegeé’ —novedosa terminología presidencial para referirse a los Presupuestos Generales del Estado— va a consolidar el poder de Pedro Sánchez. Tendrá en su mano la opción de llevar la legislatura a término si así lo desea y podrá gestionar los tiempos políticos con la manga ancha que concede la posibilidad de prorrogar las cuentas si su actual y amplísima mayoría Frankenstein se redujese en algún momento de los próximos tres años.
Entretanto, al otro lado del hemiciclo y mientras la izquierda y el independentismo disfrutan de su momento, el centroderecha lleva años realizando experimentos autodestructivos con denuedo y temeridad. No supo aprovechar la oportunidad de consolidarse en el poder cuando los españoles decidieron que el PSOE dejara de ocupar la Moncloa a finales de 2011, después de la infructuosa gestión socialista de la crisis económica que empezó en 2008. El PP de Mariano Rajoy alcanzó entonces una sobrada mayoría absoluta de 186 escaños, con 10.866.000 votos.
Es interesante apreciar que ese resultado no está muy por encima de la suma obtenida por PP, Vox y Ciudadanos en las últimas elecciones de noviembre de 2019, a pesar de haber supuesto una estruendosa derrota para ese sector del espectro político: casi 10.300.000 votos. Igual de revelador es comprobar que los tres partidos de izquierdas que se presentaron a las elecciones en todo o en buena parte del territorio nacional —PSOE, Unidas Podemos y Más País— sumaron 10.427.000. Los dos grandes bloques políticos están muy igualados si atendemos al número de votos, pero la atribución de escaños por el sistema electoral concede a la izquierda la posibilidad de gobernar, mientras el centro derecha no dispone de capacidad para conformar una mayoría alternativa. Más País tuvo la inteligencia de no presentarse —y, por tanto, de no dividir más el voto de la izquierda— en aquellas provincias en las que su opción de conseguir escaño era mínima.
Con esos números, Pedro Sánchez ha podido consolidarse en Moncloa gracias a la pertinaz división del centroderecha, a la extraordinaria capacidad del líder socialista para soportar el insomnio que —según su propio testimonio— provoca coaligarse con Podemos, y a la predisposición entusiasta de regionalistas, nacionalistas e independentistas para tener en el poder a la izquierda, siempre más proclive que el centroderecha a frecuentar con cariño sus reivindicaciones y a darles satisfacción.
Hay pocas cosas que gusten más en la política española que dividirse y subdividirse hasta fracturarse para autolesionarse
Los buenos conocedores de nuestro sistema electoral han teorizado sobradamente sobre las ventajas que supone unificar el voto, frente a las desventajas que tiene dividirlo en varias listas. Pero hay pocas cosas que gusten más en la política española que dividirse y subdividirse hasta fracturarse para autolesionarse.
Esa realidad es asumida por todos, pero nadie renuncia a gestionar su propio chiringuito porque se aspira a que sea el otro quien dé su brazo a torcer. Por eso, en estos últimos dos años ha habido solo alguna tímida tentativa para conformar listas conjuntas entre el PP y Ciudadanos. Ocurrió con Navarra Suma y con un experimento similar en el País Vasco. El éxito ha sido limitado, y Ciudadanos ha anunciado esta semana dos decisiones importantes: trata de alejarse de la derecha al no ir en coalición con el PP a las elecciones catalanas y, a la vez, trata de alejarse de la izquierda porque no votará los presupuestos del Gobierno Sánchez-Iglesias. ¿Cuán ancho es el hueco que queda en el medio? Las urnas dirán.
Dado que no habrá un ‘Cataluña Suma’, se puede sospechar que, como consecuencia, no habrá un ‘España Suma’ en el futuro. Quizá esa renuncia carezca de lógica aritmética, porque juntos podrían obtener un mejor resultado que separados. Pero la lógica política tiene más claves: el PP considera que Ciudadanos es un proyecto a la baja y Pablo Casado ya no quiere pactar con el partido de Arrimadas. Ahora lo quiere engullir.
Casado aspira a hacer con Ciudadanos lo mismo que Albert Rivera pretendió conseguir con el PP después de las elecciones de abril de 2019, cuando los populares se desmoronaron hasta obtener el peor resultado de su historia con 66 escaños, mientras Ciudadanos se quedaba solo nueve por debajo: 57. Apenas un mes después, en mayo, estaban convocadas elecciones municipales, autonómicas y europeas, y Rivera vio la posibilidad de rematar al PP si Ciudadanos conseguía más votos en el conjunto del país. Eso podría haber provocado una involución en el Partido Popular y la elevación de Ciudadanos al olimpo de partido de referencia en el centroderecha español.
Pero tal cosa no ocurrió en mayo, Ciudadanos se despeñó en la repetición de las generales en noviembre, Rivera se marchó a un despacho de abogados y su sucesora Arrimadas ha llevado al partido a una indefinición de tal magnitud que no es fácil saber si es una fuerza política sólida, líquida o gaseosa.
Con Vox extramuros de la centralidad, con Ciudadanos extraviado, y con el PP en modo caza furtiva, es una incógnita qué ocurriría con ese lado del espectro político si hubiera elecciones mañana. ¿Mantendría Vox las buenas prestaciones de las que hizo gala hace un año, o la grotesca forma de perder las elecciones —y de perder los papeles— de Donald Trump haría reflexionar a una parte de sus votantes? ¿Sería capaz Ciudadanos de sobrevivir a su propia indefinición? ¿Sería creíble para los electores el nuevo supuesto viaje al centro del PP? Y, en su caso, ¿tendría éxito en las urnas? A fecha de hoy, el centroderecha acumula dudas, pero carece de respuestas.