LIBERTAD DIGITAL 28/10/14
CRISTINA LOSADA
No hace mucho unos investigadores norteamericanos demostraron que la guerrilla yihadista del Estado Islámico (EI) es ahora mismo la banda terrorista más rica del mundo. Y lo es no tanto por la ayuda económica que recibe del exterior como porque dispone de sus propias fuentes de ingresos. Entre ellas se cuenta el petróleo que logra vender en el mercado negro, así como el robo en las poblaciones que conquista. Pero otras fuentes nada despreciables son la extorsión y los rescates, cosa habitual en los grupos terroristas, como bien sabemos en España. Lo que no sabemos o preferimos no saber es que España y otros países europeos han puesto su granito de arena en la financiación del EI por la turbia vía de pagar rescates.
Quizá no lo sabíamos con la certeza necesaria, dado que los gobiernos y los implicados en una negociación de «dinero por rehenes» son forzosamente discretos y no suelen reconocer el pago. Pero ahora el diario The New York Times ha publicado un impresionante reportaje sobre el cautiverio de los que acabaron en poder de los fanáticos del EI en el que se menciona expresamente a España, y no puede ni debe uno mirar para otro lado como si nada. El reportaje, titulado «El horror antes de las decapitaciones», ofrece abundante material para reconstruir los padecimientos y las vicisitudes de las dos docenas de occidentales que el EI llegó a tener secuestrados en territorio sirio. Entre ellos estaba James Foley, el periodista americano secuestrado en noviembre de 2012 junto a un reportero gráfico británico en el norte de Siria, y que fue decapitado el pasado mes de agosto.
A algunos, como a Foley, los secuestraron antes de que el EI existiera y estuvieron en poder de distintas facciones, que no tenían claro qué hacer con ellos aparte de torturarlos periódicamente. Cuando emerge el nuevo grupo yihadista y adquiere una posición dominante, tomó el control de los rehenes y se propuso cambiarlos por cash. Iniciaron entonces contactos con las familias de los secuestrados, y esto es lo que sucedió, según lo cuenta el reportaje:
Pronto los cautivos se dieron cuenta de que sus secuestradores habían identificado cuáles eran los países que pagarían rescates con mayor probabilidad, dijo un ex rehén, uno de los cinco que hablaron sobre su cautiverio en la red de cárceles del Estado Islámico bajo la condición de anonimato.
«Los secuestradores sabían qué países estaban más dispuestos a aceptar sus exigencias y crearon un orden basado en la facilidad con la que pensaban que podían negociar», dijo uno. «Empezaron con los españoles».
Un día los guardianes entraron y señalaron a los tres cautivos españoles. Dijeron que sabían que el gobierno español había pagado seis millones de euros por un grupo de cooperantes secuestrados por una célula de Al Qaeda en Mauritania, un dato que estaba disponible online en artículos sobre el episodio.
Una vez que las negociaciones sobre los cautivos españoles progresaban rápidamente –el primero fue liberado este mes de marzo, seis meses después de su captura- los militantes siguieron con los cuatro periodistas franceses.
También los franceses fueron liberados. Entre marzo y junio dejaron marchar a quince rehenes de diversas naciones europeas por rescates que en promedio ascendieron a más de dos millones de dólares, según el Times. En junio, de los 23 cautivos sólo quedaban siete, cuatro americanos y tres británicos. Entre agosto y octubre asesinaron a cuatro de ellos.
Estados Unidos y Gran Bretaña tienen por norma no pagar rescates a grupos terroristas. Entienden que esa posición salva vidas de sus ciudadanos, puesto que no atraerán a los terroristas que pretenden financiarse mediante rescates. En cambio, la mayoría de los países europeos prefieren salvar la vida del rehén en peligro inmediato, aunque tal política conduzca a poner en riesgo a otros en el futuro.
España es uno de los que paga, y a tenor de la información del Times, de los más dispuestos a negociar: «Empezaron con los españoles». Los yihadistas lo saben, y esto convierte a un español en un objetivo preciado. Únase a lo dicho que pagar a un grupo terrorista significa fortalecerlo, y que pagar al EI contribuye a sus actividades genocidas, y tendremos así de forma aproximada los términos del dilema. No es un dilema de fácil salida. No es sencillo identificar cuál es el mal menor. Pero es preciso saber que tal dilema existe. Al menos hay que ser conscientes de que si no pagar tiene consecuencias indeseables, pagar también las tiene. Una obviedad, sí. Una de tantas ante las que muchos prefieren cerrar los ojos.