Ha pasado inadvertida la encuesta que acaba de publicar el Instituto Nacional de Estadística (febrero 2024), relativa a las condiciones de vida de los españoles que objetiva un empobrecimiento de la sociedad española. Tres datos: el porcentaje de población en riesgo de pobreza o exclusión social aumentó hasta el 26,5%, desde el 26% del 2022; el porcentaje de población en situación de carencia material y social severa aumentó hasta el 9% frente al 7,7% de año 2022; el 9,3% de la población llegó a fin de mes con “mucha dificultad” frente al 8,7% de 2022. Se trata de tres datos de gran importancia, en la medida en que el empobrecimiento aumentó en 2023 respecto del año 2022, volviendo a niveles prepandemia –anteriores a 2020–.
Añádase que el 37,1% de la población no tuvo capacidad para aprobar gastos imprevistos frente al 35,5% del año 2022. El 33,1% de la población no se pudo permitir ir de vacaciones fuera de casa al menos una semana al año. Es decir, la pobreza se está incrementando en España. Añádase, ya al margen de esa estadística, que la riqueza media española ha descendido respecto de la media de la eurozona a niveles de principios de siglo, bien anteriores a la crisis financiera de 2008; que el crecimiento será mediocre en el presente ejercicio, no llegando siquiera al 2%; que el déficit presupuestario casi no se reducirá, pasando del 4,1% en 2023 al 3,8% previsto para el 2024. Si se le suma la falta de productividad que nos afecta respecto de la eurozona, todos los indicadores nos colocan en una situación de empobrecimiento, y, desde luego, cada vez más lejos de Europa.
Si tomamos nuestra juventud entre 16 y 29 años, lo que se presenta ante nuestros ojos es el anuncio de un declive demográfico y envejecimiento de la población de extraordinaria importancia. Esa juventud, que en 1995 suponía el 23,5% del total de la población española, ahora se ha reducido al 14,5%, magnitud superada con creces por la población de 65 o más años. Tasas de desempleo de menores de 25 años que ascienden al 27%, lo que supone más que duplicar la tasa general. Edad de emancipación del hogar familiar de las más altas y tardías de Europa; más de medio millón de personas que en 2022 abandonaron el país, en busca de una promoción de sus oportunidades laborales, en lo que se trata de una espectacular fuga de talento, como se da también entre la juventud de la mayoría de las comunidades autónomas españolas, que optan por acudir a otras comunidades, preferentemente Madrid.
Un 28,9% de las personas menores de 18 años se encontraba en situación de pobreza, 1,1 puntos porcentuales más que en 2022, lo que coloca a España como el país de la Unión Europea (UE) con la tasa más alta de pobreza infantil
Todo ello sin olvidar el elevado grado de fracaso escolar, el segundo de la Unión Europea, amén de los informes negativos sobre el rendimiento educativo –el último informe PISA en vísperas de Navidad–. A ello se añade que España ostenta el triste récord de tener la tasa de pobreza infantil más alta de la UE.
Un 28,9% de las personas menores de 18 años se encontraba en situación de pobreza, 1,1 puntos porcentuales más que en 2022, lo que coloca a España como el país de la Unión Europea (UE) con la tasa de pobreza infantil más alta. Más de dos millones de niños y adolescentes viven en esa situación. Los citados son algunos de los muchos datos que traducen fracturas de nuestra sociedad y claman por vías de solución.
Estamos ante un cuadro de creciente dificultad económica, de avería del ascensor social, de pérdidas de oportunidades, de empobrecimiento general del país. Cuando a ello se suma la pérdida de inversión en nuestras empresas, la consecutiva desindustrialización, es evidente que estamos ante un mal camino. Añádase el enorme crecimiento del sector público en los últimos años, un endeudamiento público que no cesa de crecer, la tan lenta como insuficiente reducción del déficit público, para comprender que nuestras dificultades están en camino de aumentarse.
Si a eso le sumamos un gobierno que no gobierna, que no ofrece alternativa económica a este estado de cosas, que carece de un plan para relanzar económicamente a España, que está encerrado en su ominosa ley de amnistía como pago del chantaje de los siete votos necesarios para la investidura, a lo cual se añade ahora el denominado ‘caso Koldo’, que seguirá y seguirá, la conclusión es de todo punto negativa. Se hace casi imposible vislumbrar cómo se obtiene una recuperación económica de todo punto necesaria cuando, al tiempo, disponemos de un Gobierno de una debilidad política extraordinaria, siempre sometido al chantaje que quiere imponerle Junts con sus siete votos imprescindibles para la supervivencia gubernamental. Y ello sin contar con el resto de aliados parlamentarios, todos ellos pésimas compañías, ya sea Bildu, albacea del terrorismo, ya la golpista ERC. Y por no hablar de la decadencia irreversible de Sumar, o de los cuatro votos del hundido Podemos.
Convivencia y prosperidad
Es así que llegamos al punto de que no existe ninguna iniciativa del Gobierno en política para la juventud; tampoco en política de viviendas sociales; no está, ni se le espera, alguna política para incrementar el nivel de nuestra educación. Por supuesto que falta en materia de reindustrialización, de recuperación de nuestra productividad, en suma, de cualquier área en que pensemos, que conduzca a un intento de reconstruir nuestra más que débil situación económica.
Sí, las previsiones, con este Gobierno, apuntan a un empobrecimiento de España que irá a más. Y ello ocurrirá también por la falta de comprensión elemental de que progreso no es otra cosa que la suma de convivencia y prosperidad. Pues bien, hoy en España la convivencia se quiebra día a día en una legislatura penosa, al tiempo que la prosperidad brilla por su ausencia.