EL MUNDO 04/06/13
LUIS MARÍA ANSON
A largo de mi dilatada vida profesional he conocido a muy pocos políticos tan capaces como Alfonso Osorio, tan serios, tan responsables, tan honrados, tan equilibrados, de tan rigurosa formación jurídica. Fue un impecable vicepresidente del Gobierno y los aciertos de la Transición, en parte sustancial, a él se deben.
Entrevistado por la periodista Victoria Prego, ha hurgado en las llagas que supuran en el cuerpo político español. «Entre los hombres que estaban en el segundo Gobierno, salvo Marcelino Oreja, –afirma Alfonso Osorio– creo que ninguno de ellos entendía para nada cuál era el problema catalán y el problema vasco, que eran los que realmente existían. Y, como querían diluir las ambiciones nacionalistas de catalanes y vascos y no sabían cómo hacerlo, al señor Clavero Arévalo, que Dios perdone, se le ocurrió lo del ‘café para todos’ y el Gobierno lo aceptó. Y fue un solemne disparate».
Calla piadosamente Alfonso Osorio que él se opuso a la creación de esos 17 Estados de pitiminí que despilfarran el dinero público y fragilizan la unidad de la nación española, pero Adolfo Suárez y Fernando Abril pensaron que se trataba de una idea sagaz y apoyaron la fórmula de Clavero Arévalo.
«Al diputado español –asegura Osorio– el electorado le importa un bledo, el que le importa es el mandamás de su partido». La política no gira en torno al interés general sino en torno a los intereses de los partidos. Por ejemplo, no se han suprimido los «miles de empresas públicas y oficinas que no sirven para nada, porque los que están instalados en esas empresas son los militantes de los partidos, y es mejor mantener en el puesto al militante del PSOE o del PP, que al obrero que trabaja en la fábrica, que ése se va al paro. Se dijo que se iban a cortar los excesos, que se iban a suprimir esas empresas. No se ha suprimido ni una. Ni creo que, mientras sigan las cosas así, se vayan a suprimir… porque, al paro, a nuestros militantes no se les echa». El análisis de estas realidades le permite a Alfonso Osorio denunciar al presidente del Gobierno: «Rajoy llegó al poder prometiendo una regeneración democrática y no se ve ni por el forro que vaya a hacerse». Coincide así Alfonso Osorio con Pedro J. Ramírez que escribió en su artículo dominical: «Rajoy lleva camino de convertirse no en un gobernante al servicio de los ciudadanos, sino en la personificación de una clase política insaciable y de un Estado sobredimensionado cuyo peso impide el despegue del caldero».
Propugna el que fue vicepresidente de la Transición una profunda regeneración democrática que nos equipare a países como Estados Unidos porque lo nuestro, según Osorio «no es una democracia, es una oligarquía mandada por los gabinetes de los partidos». Abre, en fin, el gran político un horizonte de esperanza: «El Rey tiene, en la Constitución y en su propia historia, fuerza más que suficiente para marcar el camino». No estaría de más que Mariano Rajoy, aparte de recrearse aromado por el incienso que todos los días queman en su loor Soraya y María Dolores agitando el botafumeiro de Moncloa, se molestase en conversar un par de horas con Alfonso Osorio para aprender un poco de la moderación y la prudencia, de la dilatada experiencia de este político excepcional.
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.