Cristian Campos-El Español

 

 Dice Carmen Calvo que Madrid pone en peligro la unidad de España. De lo que se deduce que EH Bildu, ERC y Podemos la garantizan. ¿Y por qué no?

Debe de ser verdad, dada la conocida preocupación de este Gobierno por la unidad de los españoles. A la vista está que Arnaldo OtegiGabriel Rufián y Pablo Iglesias no piensan en otra cosa que la unidad de España. Ni duermen, pensando en ella.

Se refiere Calvo, concretamente, a la unidad de destino en lo fiscal. Excepción hecha de ese régimen fiscal vasco que convierte Gibraltar en un dechado de solidaridad con el Estado del bienestar español. Y es cierto que el euskodumping, el único realmente existente en España, une mucho. Sobre todo a los vascos.

Pero seamos serios. El petardazo intelectual es de tal calibre que no debe de faltar mucho para que la tesis oficial del Gobierno sea ya la de que la mera existencia de España pone en peligro la existencia de España. Insisten e insisten los españoles en existir y así no hay quien una España, claro.

A Carmen Calvo se ha sumado el ministro Manuel Castells, que ha brotado con sus pantuflas y su gorrito con borla de la montaña de mantitas de cuadros bajo la que hiberna para decir que la vehicularidad del español en el sistema educativo español envenena la convivencia en España.

La ponzoñosa lengua común, ya ven. Hemos tenido tanto tiempo frente a nuestros ojos la verdadera causa de todos nuestros males históricos que ni siquiera hemos sido conscientes de ello hasta que este Gobierno nos ha revelado que el único problema de España es España, el español y los españoles que se empecinan en seguir siéndolo.

Se ve que la convivencia –una de las principales preocupaciones de los estrategas de este gobierno– se garantiza multando a los comerciantes vascos y catalanes que no rotulan en el idioma del cacique local. También, espiando a los niños en el patio de las escuelas y negándoles su derecho constitucional a estudiar en español. Eso une mucho.

Luego, Castells ha recogido el cheque de 6238,18 euros mensuales que cobra por dibujar gamusinos en el aire y ha reptado de nuevo bajo sus mantitas de cuadros.

Conclusión. La unidad de España se garantiza permitiendo que los mismos nacionalistas catalanes que en 2017 dieron un golpe contra la democracia decidan cuántos impuestos pagan los madrileños. La lógica es aplastante. Puro destilado de Loctite nacionalista. Si le dan diez minutos más, el presidiario Oriol Junqueras no sólo te une España, sino también las masas continentales, de vuelta a Gondwana y Laurasia.

«Dame un martillo, que te uno el espejo» suena ya como un proyecto político razonable en boca de este Gobierno. El PSOE ha dejado de ser el partido que más se parece a los españoles para ser el que más se parece a los que no quieren serlo.

El sanchismo es el único populismo del planeta que mata al perro de la Nación para que la rabia del nacionalismo sobreviva. Ahora pretende gripar su principal motor económico, la Comunidad de Madrid, para que el perro deje de moverse. Quieto es más fácil.

Mientras lo hace, Rufián, Otegi, Iglesias y el mismo Sánchez repartirán el maná del rescate europeo entre los suyos con la esperanza de que los españoles asocien una cosa con la otra: «Llueve dinero mientras España se rompe. Ergo romper España hace que llueva dinero«. Es la misma gente que cree que servir café en los aviones provoca turbulencias.

Pero todos los análisis sobre la toxicidad de este Gobierno y todas las críticas a su incansable labor de despiezado de la Nación a cambio de estampitas nacionalistas cojean de la misma pata demoscópica. Porque a Pedro Sánchez le votaron el 10 de noviembre de 2019 6.752.000 españoles. Más que a PP, Vox, Podemos y Ciudadanos.

Votaron a este Pedro Sánchez. No al Pedro Sánchez anterior al Pedro Sánchez de hoy, como si ese Pedro Sánchez original fuera mucho mejor que el presente, sino al único Pedro Sánchez realmente existente. El que escondía urnas detrás de cortinas, mentía a su propio partido y se doctoraba con tesis escritas por vaya usted a saber quién.

El Pedro Sánchez de 2020 estaba intacto en el Pedro Sánchez de 2016. El electorado socialista se sumó en 2016 a la tesis de que ese Sánchez era «un insensato sin escrúpulos» con el mismo entusiasmo con el que cuatro años después defiende la de que España sólo sobrevivirá si Sánchez se la entrega a quienes desean su desaparición.

La única duda es si ese electorado comulga con Sánchez porque está de acuerdo con la demolición de la España constitucional o si comulga porque, aún recelando de ella, cree que la alternativa –es decir un gobierno de centroderecha– es peor.

El socialismo es hoy esa mujer que prefería que Salomón partiera al niño en dos con tal de que no se lo quedara su verdadera madre.

Y esa es la España realmente existente en 2020. No ha habido encrucijada histórica en la que una parte de los españoles, y no precisamente desdeñable, no se haya sumado con entusiasmo a la destrucción de su país. Esa España es hoy la España de Podemos, ERC y EH Bildu.

Y Sánchez gobierna legítimamente de la mano de quien tiene como objetivo la desaparición de España, previa incineración de cualquier nexo común –político, social, cultural, emocional, jurídico, lingüístico– entre españoles.

Lo dijo el Tribunal Constitucional en una época en la que ni un solo español habría creído verosímil un escenario como el actual: España no es una democracia militante. Dicho de otra manera. Sólo hace falta una generación de españoles que desee el fin de España, una sola, para que España desaparezca para siempre.

Era cuestión de tiempo que llegara al poder un gobierno que tomara nota.