Vicente Vallés-El Confidencial
- La búsqueda diaria de excusas, justificaciones, vías de escape y pensamiento mágico sobre el precio de la luz evidencian que este es un asunto que provoca calambres en Moncloa
La escena fue conmovedora. A Felipe Sicilia —diputado socialista, conocido por su punzante y efectiva elocuencia frente a la oposición desde la tribuna del Congreso— le encomendó el PSOE comparecer en Antena 3 para defender al Gobierno. Hubiera preferido hacerlo una semana en la que el precio de la electricidad no batiera récords al alza cada día, pero en política hay que ganarse el pan y el escaño soportando situaciones embarazosas y sosteniendo posiciones inverosímiles, si el partido lo necesita. Así fue. Sicilia pidió «comprensión (a los ciudadanos), y que entiendan que hay medidas que no se pueden tomar de un día para otro».
Si la apelación del diputado a la comprensión de la ciudadanía fue conmovedora, la de la vicepresidenta del ramo resultó enternecedora. En sede parlamentaria, Teresa Ribera pidió a los conocidos como «fondos éticos» de las eléctricas que mostraran su «empatía social», forzando una bajada en la factura de la luz. Imploró que otros hicieran por el Gobierno lo que el Gobierno no ha hecho por sí mismo.
Una clave fundamental en política, como en otros ámbitos de la vida, consiste en conseguir que cada problema tenga un culpable que nunca sea uno mismo. Si cuando se está en la oposición sube la luz, el responsable es el gobierno. Si se está en el gobierno, entonces el culpable es el ciudadano poco comprensivo o el fondo ético escasamente empático o ambos. También se puede atribuir el pecado al gobierno anterior, que legó al siguiente una herencia tóxica, o al comodín de Bruselas. Y existe otra variable autoexculpatoria: si el gobierno es de coalición, siempre se puede señalar con el dedo al otro partido con el que se comparte gabinete, como hace Podemos con el PSOE, y hasta amenazar con llamar a las masas a manifestarse contra el gobierno del que uno mismo forma parte. También Vox quiere movilizar las calles y ya planea una convocatoria. Los extremos se tocan más de lo que quieren asumir.
La búsqueda diaria de excusas, justificaciones, vías de escape, voluntarismo y pensamiento mágico sobre el precio de la luz evidencian que este es un asunto que provoca calambres en Moncloa. Es así, porque agrieta el lema de la «recuperación justa» con el que Pedro Sánchez trata de alfombrar de pétalos de rosa su camino hacia la reelección dentro de dos años.
La alentadora noticia de que baje el paro, la próxima subida del salario mínimo y la llegada del maná que suponen los fondos europeos permiten al presidente asegurar que «España está mucho mejor que hace un año» (al ‘speechwriter’ de Moncloa se le escapó un ramalazo aznariano, que recuerda mucho al famoso «España va bien»). Pero el coste récord de la electricidad castiga a las empresas, poniendo en riesgo la creación de empleo. Y el efecto se traslada a otros productos básicos que han elevado el IPC hasta el 3,3%, y eso ataca directamente a las familias con ingresos modestos, que son el objetivo electoral estándar de los partidos de izquierda. La inflación es el peor impuesto para las clases medias y bajas. Y es igual de peligrosa para las cuentas públicas, ante la presión política y sindical que existe para que las pensiones y los sueldos de los funcionarios estén indexados al IPC —en contra del criterio de Bruselas, por cierto—: cuanto más suban los precios, más dinero tendrá que dedicar el Estado a abonar a los jubilados lo que les corresponde y a incrementar la nómina de los empleados públicos, mientras la deuda y el déficit siguen muy por encima de los límites recomendables.
Una clave fundamental en política consiste en conseguir que cada problema tenga un culpable que nunca sea uno mismo
Asegura Sánchez que «el Gobierno se hace cargo de la preocupación social» y, al tiempo, cierra el paso a las pretensiones de sus socios de Podemos al fijar como límite para las medidas a adoptar «el marco regulatorio europeo». No actuará, por tanto, contra eso que el presidente americano Roosevelt calificó con desprecio en los años 30 como la «realeza económica». De hecho, los príncipes de esa realeza —incluidos los altos responsables de las compañías eléctricas— habían sido invitados esta semana por el propio presidente a su acto iniciático del nuevo curso político.
En esas mismas horas, el redivivo exlíder de su socio de coalición —ahora autotitulado periodista crítico— señalaba el camino a seguir por los suyos al sentenciar que «no hay mayor lealtad al Gobierno que exigir que se cumpla el acuerdo de Gobierno», para bajar la factura de la luz.
Pedro Sánchez respiró aliviado cuando su intenso exvicepresidente abandonó el cargo en marzo, después de solo catorce meses en el despacho. Ahora, ante la progresiva reaparición pública de su antiguo ‘partner’, se plantea el mismo dilema que el presidente Lyndon B. Johnson sobre su —también intenso— jefe del FBI, J. Edgar Hoover: si era mejor que estuviera «dentro meando hacia fuera, o fuera meando hacia dentro». Aunque Sánchez podría responder, con razón, que cuando su ex ocupaba plaza en el Consejo de Ministros también aliviaba sus necesidades hacia dentro.