José Manuel Guerrero Acosta-El Mundo
Coincidiendo con el 4 de julio, el autor subraya la aportación de España al origen de EEUU, silenciada por la hispanofobia de parte de su clase política y el desinterés español por divulgar los logros comunes.
HOY, 4 de julio, Independence Day, llega en mitad del debate sobre las políticas migratorias en EEUU, y con ecos de la reciente concesión de ciudadanía honorífica a un héroe español de esa independencia –Bernardo de Gálvez– y los de la visita de SS.MM. los Reyes de España a la exposición que en Nueva Orleans trata sobre esa historia casi olvidada.
La ayuda de España al nacimiento de Estados Unidos es poco conocida por el gran público. En los libros de Historia norteamericanos hay referencias a la ayuda de Francia y a personajes como Lafayette o Rochambeau, pero no encontraremos los nombres de Gálvez o Gardoqui, dos de los españoles que más contribuyeron al éxito de la Revolución Norteamericana. ¿Por qué? Las razones son varias: las diferencias fronterizas que surgieron tras la independencia; la histórica hispanofobia de parte de la clase política y cultural norteamericana; el carácter secreto de la alianza y el dinero entregado; y, también, ese crónico desinterés español por divulgar nuestros logros comunes.
Incluso antes de la Declaración de Independencia firmada aquel 4 de julio de 1776, desde España había salido ya dinero, armamento y provisiones a las Trece Colonias. Diego de Gardoqui, bilbaíno dedicado al comercio con Inglaterra y Norteamérica, envió en 1755 alrededor de 300 fusiles que constan en documentos del Regimiento Continental de Massachusetts como «nuevas armas españolas». Poco después, representantes del Estado de Virginia se dirigieron al gobernador de Nueva Orleans, Luis de Unzaga, y a su sucesor, Bernardo de Gálvez, ambos malagueños, para pedir dinero, suministros y armas. En 1777, una carta de Benjamin Franklin, dirigida al aragonés conde de Aranda, embajador en París, reconocía que España había prestado ya 187.500 libras, «así como suministros navales desde sus puertos».
Las relaciones de los enviados norteamericanos a España con las autoridades no fueron fáciles. Arthur Lee, el primero de ellos, sólo fue autorizado a entrevistarse con el ex secretario de Estado Grimaldi y con Diego de Gardoqui en Vitoria, para evitar a los espías ingleses. En esa época, España trataba aún de utilizar una supuesta neutralidad para conseguir mediante diplomacia la devolución de Gibraltar.
Fruto de aquellas reuniones celebradas en la vitoriana casa de la mujer de Gardoqui fue el envío, entre enero y julio de 1777, de telas para uniformes, quinina, miles de mantas y veinticuatro mil fusiles. Estos suministros ayudaron a los maltrechos soldados de Washington a sobrellevar el duro invierno que pasaron en Valley Forge (Pensilvania).
En 1777, el Congreso pidió a sus representantes en Europa nuevas ayudas urgentes. Arthur Lee escribió a Diego de Gardoqui. Entre julio y diciembre de 1778, salieron de Bilbao y Santander varios barcos que transportaron a puertos de Nueva Inglaterra 30.000 mantas, «zapatos fuertes», telas y uniformes.
El siguiente representante norteamericano, John Jay, no consiguió ni compromiso firme de alianza ni reconocimiento oficial durante su estancia en España. Pero, en realidad, en el tratado secreto de Aranjuez, firmado con Francia en 1779, figuraba que «ninguno de los dos países dejaría las armas en tanto la independencia sea reconocida por el rey de Gran Bretaña», lo que era un reconocimiento implícito de la nueva nación. En 1785 llegó ese reconocimiento, cuando Gardoqui arribó a Nueva York como flamante primer embajador de España. Tanto Jay como William Carmichael, su ayudante y sucesor en el cargo, recibieron importantes préstamos españoles para la adquisición de suministros, que salieron desde Cádiz, aunque un anticatólico Jay no lo reconociera en sus memorias.
Gálvez gestionó también dinero y suministros desde Luisiana, La Habana y Nueva España (México) aprovechando la estratégica posición de Nueva Orleans en la entrada del río Misisipí. La entregó a los rebeldes a través del comerciante Oliver Pollock, socio en esta ciudad del empresario de Filadelfia Robert Morris, considerado el banquero de la Revolución. Otro personaje fundamental para estos envíos fue nuestro primer representante ante el Congreso, el alicantino Juan de Miralles.
Al declarar la guerra a Inglaterra en 1779, España inició, junto con Francia, una serie de estratégicas operaciones, tanto en Europa como en el golfo de México y en el Atlántico, que abrieron un segundo frente a Gran Bretaña en el marco de aquel conflicto global. Tres de las acciones militares más destacadas fueron la captura de un enorme convoy británico transportando dinero, provisiones y tropas de refuerzo a América por la escuadra del almirante Córdoba en 1780; la conquista de Pensacola y la expulsión completa de los ingleses de La Florida Oriental entre 1779 y 1781 por el primer ejército multirracial de Norteamérica, al mando de Gálvez; y la captura de la isla de Menorca a los ingleses en enero de 1782.
La flota del almirante De Grasse llegó a la bahía de Chesapeake en 1781 bloqueando a los británicos. A bordo llevaba un precioso cargamento: el millón doscientos mil pesos necesarios para pagar a los soldados y las tripulaciones franco-americanos, casi amotinadas por el retraso de sueldos. Esta extraordinaria ayuda económica, recogida en La Habana y proporcionada por el sevillano Francisco de Saavedra, contribuyó a la rendición de los 7.000 soldados de Cornwallis en Yorktown, la victoria decisiva de la guerra.
En 2014, una Resolución Conjunta del Congreso y Senado norteamericanos concedió el título de Ciudadano de Honor a título póstumo a Bernardo de Gálvez (sólo lo tienen otras siete personalidades, entre ellas, Lafayette). Es, ni más ni menos, el reconocimiento oficial de la decisiva aportación española a la independencia de los Estados Unidos.
Aún queda por delante conseguir que aquella proyección de esfuerzo común, realizada por personajes de todos los rincones de España, figure en el lugar que le corresponde en los libros de Historia a ambos lados del Atlántico. Y, por qué no, en el cine y en los monumentos de nuestras ciudades. Exposiciones como Memorias Recobradas forman parte del esfuerzo de muchas personas e instituciones para conseguirlo.
José Manuel Guerrero Acosta es comisario de la exposición Recovered Memories, patrocinada por Iberdrola en el Louisiana State Museum (Nueva Orleans, EEUU).