Ibarretxe tenía que haber hecho caso al espejo cuando hace dos años le preguntó: «Espejito, espejito, ¿quien es el más dialogante e ilusionante?». Hay que reconocerlo, Zapatero le roba el protagonismo a cualquiera. Bastó que el Gobierno se metiera a dialogar con ETA, o lo anunciara, y la ficción cayó. No éramos tan importantes.
Cuando el viernes pasado me preguntaron mi parecer sobre el discurso del lehendakari el día del debate sobre el estado de nuestra nación, es decir, Euskadi, me quedé perplejo, y con cierta sensación de culpabilidad, porque no le había hecho el menor caso. Lo había dejado pasar, lo reconozco, como la mayoría de los mortales con los que me cruzo por la calle, pero en mi caso convencido de que no iba a tener la menos trascendencia ni novedad.
Uno, que tiene sus vicios, al día siguiente corrió presuroso al kiosco a por los periódicos, con ansiedad por descubrir algo nuevo, pero previendo que iba a carecer de emociones fuertes. Me refiero a aquéllas de antes, cuando, siguiendo en la tele la retransmisión en directo (durante muchos años no me la perdí), tras escuchar las palabras de Ibarretxe y Egibar, pensaba inmediatamente que había que preparar las maletas. Evidentemente, hoy no padezco de esa angustia, entre otras razones, porque tampoco tengo claro dónde exiliarme.
Esta vez miraba la letra impresa y todos los comentaristas venían a coincidir sobre lo redundante del discurso de nuestro mayor representante, como una nueva puesta en escena del famoso plan que a tantos, y tanto, asustó. Ahora no asusta a nadie, porque los ejes de la política vasca se han trasladado al diálogo que el Gobierno de España pretende abrir con ETA. Tampoco es que dicho eje esté en su momento más brillante, pero lo que si ha conseguido es quitarle protagonismo a nuestro Gobierno local y reducir su importancia política, más o menos, a la del ayuntamiento en el que vivimos. Si algo ha conseguido Zapatero, y en eso hay que reconocerle una enorme habilidad, es que hasta la política autonómica (no hay más que ver el desbloqueo del Estatuto catalán) pasa por él. La cosa parecerá muy dispersa pero, de existir un centro, es él.
Por eso me embargó una cierta lástima por Ibarretxe. Creerán que es mentira, pero uno es un sentimental. Y si les digo que inmediatamente comparé su situación con la película El crepúsculo de los dioses –aquella sobre una vieja diva olvidada (Gloria Swanson), cuyo mayordomo (Erich von Stroheim) le monta un ficticio rodaje cinematográfico cuando la prensa y la policía acuden tras el descubrimiento del asesinato de William Holden-, quizás me crean un poquito. Le vi al lehendakari fuera de juego, con un papel pasado de moda, esforzándose por aparentar un protagonismo que se lo habían arrebatado.
Y es que tenía que haber hecho caso al espejo cuando hace dos años le preguntó: «Espejito, espejito, ¿quien es el más dialogante e ilusionante de todos los políticos…?» Aunque es posible que el espejo se fuera por los cerros de Úbeda: «Pues, verás, depende de cómo se mire. Las cosas son más complicadas de lo que tu crees…» Pónganse en el lugar del espejo. Decir la verdad al lehendakari, aunque no sea el cruel califa de Las mil y una noches, puede traer consecuencias fatales. Y seguiría, titubeando, el espejito: «…pues desde ahora lo es. Mira, reconócelo, es más alto y guapo que tú…» Y viendo el ceño de Ibarretxe, ya decidido: «Pues, si te digo la verdad, aunque te siente a rayos, el más guay del Paraguay lo es Zapatero, y te fastidias». Mil trozos del espejo acabaron en mil ecos de sus últimas y arriesgadas palabras.
Porque, hay que reconocerlo, Zapatero le roba el protagonismo a cualquiera. Saldrá bien parado o no del envite, pero el que mueve el balón, aunque no se note, es él. Por eso Ibarretxe y Egibar, que seguían hablando del conflicto como si fuera cierto, no se daban cuenta de que nada tenían junto a los pies. Y uno acaba descubriendo que el noventa por ciento de la política es mera expectativa: el balón que desaparece de los pies y el conejo que puede surgir de la chistera.
Lo cierto es que nunca había leído al día siguiente comentarios en la prensa tan tranquilos y sosegados sobre el debate de política general. Me llamó la atención aquel que se preocupa por la pérdida de importancia de nuestra institución fundamental, el Parlamento vasco. Ya no es tan determinante como lo fue; bastó que el Gobierno central se metiera a dialogar con ETA, o simplemente lo anunciara, y la ficción cayó de repente. No éramos tan importantes.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 27/9/2006