ANDONI UNZALU-EL CORREO

  • No podemos confiar en que los nacionalismos y los populismos atemperen sus ansias. Planteo la elección del presidente directamente por la ciudadanía

Ya sé, ya sé que para que en España llegue la V república primero tenemos que tener la III y la IV. Me refiero a la V República francesa, de 1958, que es la que está vigente en la actualidad. Francia tenía problemas más parecidos a los de la España actual de lo que podemos pensar: una fuerte inestabilidad institucional, que hacía casi imposible el nombramiento del presidente de la República, con un enorme desprestigio de la política, y graves problemas territoriales en sus colonias.

No voy a empezar a opinar sobre los indultos porque mi desasosiego es más profundo. Lo que me alarma de verdad es tener un presidente cautivo, sujeto a acciones contrarias a su voluntad, y eso sí me parece grave. Y esta situación no creo que se deba a las políticas del presidente Sánchez, nos gusten o no, al menos no principalmente. A esta situación hemos llegado empujados por el sistema de elección de los gobiernos y un vampirismo cruel y voraz de los nacionalistas y de los populismos.

Hablando en serio, ¿qué haría Pablo Casado en la situación de Pedro Sánchez? Porque debemos reconocer que las mayorías absolutas ya no van a volver en mucho tiempo. Y no por la presencia de nuevos partidos, que ya se ve lo que duran, sino porque se está produciendo un efecto que creo más duradero: la territorialización del voto. Pablo Casado, aunque gane las próximas elecciones, tendrá que pactar con Vox y sus despropósitos, y veremos que irá incrementado sus desvaríos si tiene la llave del Gobierno central, o con los nacionalistas, o con los dos a la vez.

Pensar que Casado no haría lo de Sánchez es un poco ingenuo porque el pacto con los nacionalistas ha sido la raya roja que han cruzado todos los presidentes democráticos, sin excepción, y cada vez se han llevado un mordisco de los nacionalistas. Ahora estamos llegando a una situación en la que ya no hay casi nada que morder. Igual hay que recordar que el más generoso con los nacionalistas catalanes fue el Aznar de la primera legislatura. Bueno, con los nacionalistas vascos también: «Aznar es una castellano de palabra», Arzalluz dixit.

Lo más grave que puede pasar con los posibles pactos de Sánchez no estará en Cataluña sino en el resto de España, con la enorme tensión institucional y con la desigualdad territorial insoportable. La tensión a la que están sometiendo los nacionalismos y ahora también los populismos es ya insoportable. Una democracia normal no puede aguantar que cada vez que haya elecciones generales el Gobierno central se tenga que poner en pública subasta para poder nacer. En España hemos sido en general muy partidarios de un Gobierno elegido por el Parlamento. Ya llevamos así cuarenta años y se le están rompiendo las costuras al sistema.

Se suele decir que en una farmacia, por cada medicina que se utiliza para curar una enfermedad, hay otra para curar las consecuencias indeseadas que produce. Y durante estos cuarenta años el sistema ha producido todos los efectos dañinos posibles. No podemos esperar que los nacionalismos y los populismos atemperen sus ansias, al contrario, están aumentando. Si el presidente Sánchez llega a un acuerdo con ERC, Cataluña no va a ser independiente, pero el resto de los territorios recibirán un enorme mordisco de los nacionalistas catalanes.

A lo mejor los que defendemos una reforma constitucional federal debemos bajar un poco el listón y plantear una reforma más humilde. Yo planteo dos reformas que me parece que pueden concitar la mayoría suficiente en el Congreso. Son cambios que no afectan al núcleo duro de la Constitución y que no están blindados con la doble aprobación por las Cortes y el referéndum:

-Modificar la forma de elección del presidente del Gobierno. Plantear la elección del presidente directamente por la ciudadanía en unas presidenciales a doble vuelta. La ciudadanía elige al presidente y es el presidente electo quien nombra a los ministros. Con ello evitamos el bochorno de la subasta del Gobierno y cerramos los enfrentamientos, cada vez con un mayor encono, que hacen imposibles los pactos necesarios.

-Incrementar de 350 a 400 los diputados en el Congreso. En España tenemos una Cámara pequeña comparada con los parlamentos europeos. 400 diputados no es un número excesivo, pero los 50 añadidos se debieran adjudicar aceptando para su reparto como circunscripción única toda España. Es decir, los 350 actuales se mantendrían exactamente igual, situación que crea bastante desproporción territorial, y los cincuenta nuevos se repartirían según el total de votos de cada partido en el conjunto de España. Y a lo mejor no estaría de más que el Senado se redujera en otros cincuenta senadores para compensar.

Alguien me dirá que con estas propuestas quiero recuperar el bipartidismo perdido. La verdad es que no. La concentración del voto en muchos o pocos partidos es el resultado del sistema de representación, no de la forma de elegir al presidente, y con esta propuesta de 50 diputados de circunscripción única salen favorecidos los partidos pequeños. No defiendo el bipartidismo sino un Gobierno independiente. El federalismo malentendido se olvida de que para que haya federación es necesario que exista un Gobierno central independiente no sujeto a los poderes territoriales.